Jeremías Gamboa. Foto: La Mula

Alfaguara. Madrid, 2014. 176 pp. 17'50 euros, Ebook: 8'54 euros

El tránsito por los ocho relatos que componen Punto de fuga, de Jeremías Gamboa (Lima, 1975) supone toda una inmersión en unos textos tan deliberadamente contenidos como tremendamente poderosos en sus efectos sobre el lector. Su capacidad para crear, a partir de lo cotidiano, cuentos de atmósfera fantasmal, está presente ya en "El edificio de la calle de la calle Los Pinos", primer texto, con ese solitario amigo, Pineda, (inquilino del extraño inmueble de veinte pisos) que se presenta en la madrugada, con un secreto por desvelar, perturbando el descanso de una pareja. El suspense nos arrastra, entre diálogos naturales y una escritura sutil y elegante, que a lo largo del libro lo aproxima a autores como Juan Gabriel Vásquez, Paz Soldán o Iván Thays.



Con frecuencia utiliza Gamboa protagonistas del mundo del periodismo, editores y redactores que en buena medida se le asemejan, para hablarnos de miedos que sólo se esbozan y de soledades que se entrevén y no parecen tener salida. Hacer un cuento desde el estatismo de un cuadro de Hopper y reproducir el absoluto aislamiento contemporáneo como si lo pintara y nos doliera ("Evening interior") no está al alcance de todos los narradores. El mar como horizonte liberador es una constante, un punto de fuga de toda la colección. Otro motivo conductor son las barreras por el origen humilde y unas figuras paternas inermes o inaccesibles, que esperan (magistralmente en "Nuestro nombre") o son esperadas en vano ("La conquista del mundo"). La densidad narrativa de Gamboa nos hace recorrer los vericuetos del miedo o las imposibilidades amorosas, como en ese prodigioso "María José", relato acerca de la reaparición de un amor pasado y de los recuerdos y complejos que todavía nos persiguen. Habla de la imposibilidad de recomponer las ocasiones perdidas: lo que sólo quedó esbozado o en trance de comunicarse y de ser. Una reunión social puede cobrar la deriva de un mundo de fantasmas y subrayar, aún más, una "fractura del tiempo". A veces el misterio crece en la confesión de un viejo gacetillero de crónicas urbanas, tan caótico como vocacional ("Un responso por el cine Colón"). "Tierra prometida" nos habla de la imposibilidad de escapar de uno mismo y del entorno. Es una Lima infernal, nocturna, en la que dos amigos tratan de estirar la noche hacia el milagro. El ritmo narrativo es tan veloz como la propia búsqueda de ambos. Y qué espectral sensación de irrealidad nos transmite.