Traducción de Concha Cardeñosa. Destino, 2014. 285 pp. 17'50 e. Ebook: 9'49 e.

La editorial Destino recupera Viaje de invierno de Jaume Cabré (Barcelona, 1947) una lectura coherente con la producción posterior del autor y la vocación europea que desprende su obra. Y tal vez sea justo empezar diciendo que Viaje de invierno me parece un libro correcto, que se lee con soltura gracias a la pericia arquitectónica de Cabré y a su sentido del ritmo. Estos catorce relatos, que se ambientan en etapas y localizaciones muy variadas de Europa, están eficazmente interconectados por elementos sutiles o explícitos, entre los que destacan la presencia constante de varias referencias culturales: Schubert y la emoción sostenida del Winterreise, Bach y su búsqueda de una música emanada de un corazón inocente, el desconocido e inventado organista Kaspar Fischer o el cuadro El filósofo de Rembrandt, que provoca fraudes y cambalaches nada filosóficos a su alrededor.



Hay un tema recurrente que intenta estructurar en profundidad el libro: una partitura contrapuntística y atonal (pero no modal), desconcertante y casi luciferina aunque su origen no lo sea, y que fue escrita en tiempos de Bach. Sonando como Schönberg o Ligeti mucho antes de que estos existieran o tuvieran sentido histórico, esa partitura remite a la densa materia que conforma el interior de los hombres, y que puede manifestarse de las formas más variadas, moralmente ambiguas y contradictorias. Es, en fin, un buen hallazgo.



Sobre esta base, Cabré construye algún relato hábil y sintético, como "Balada"; otros ágiles y cercanos al thriller cinematográfico, como "¡Pum!"; alguno grotesco, como "El rastro"; y sólo uno que a este lector lo haya emocionado genuinamente, "El polvo", una historia que reúne en una biblioteca a una chica joven y a un erudito empeñado en leer libros descartados por el canon. Es cierto que al autor se le dan mejor los ambientes de época o los impregnados de alta cultura; sus intentos de recrear voces y fórmulas narrativas de un mundo más joven que el suyo se resuelven con artificio o incluso, como en el citado "El rastro", con algo sospechosamente parecido al ridículo, subrayado por el hecho de que la traductora Concha Cardeñoso (que en líneas generales firma un buen trabajo) se anime a utilizar la expresión "demasié". Pero no es menos cierto que Viaje de invierno me suscita más preguntas que un reproche definitivo.



No son preguntas menores, sin embargo. Me pregunto si esa "vocación" europea a la que aludía al principio no señala, a fin de cuentas, una distancia entre la cultura europea recreada y la naturaleza de este libro. A veces Europa y sus códigos culturales parecen más una escenografía que una respiración, y eso se hace muy presente en "Yo recuerdo", un relato sobre el Holocausto que roza (aunque no me atrevo a afirmar que la abrace de lleno) la espectacularización. Viaje de invierno cae del lado de la artesanía, pero esa condición artesana puede confundirse, a ratos, con prácticas más bien industriales. El matiz es pertinente, y está condicionado por un factor decisivo: el estilo, que aquí me parece funcional. El libro se lee bien, pero desaprovecha alguna idea. En dos relatos, hay personajes que contemplan un "no cuadro", es decir el hueco que deja en una pared un lienzo que ya no está allí. Es una imagen ingeniosa que podría aspirar a hablar de Europa con lucidez; pero al final, Viaje de invierno se arriesga a parecer, más que la captura de ese vacío, una aseada copia ornamental del cuadro ausente.