Prisioneros en el Gulag
Como consecuencia de la guerra civil española, cientos de miles de personas abandonaron España. Algunas lo hicieron desde 1936 de modo relativamente organizado pero la gran mayoría, la que huyó cuando se aproximaba el final de la contienda, lo hizo de forma improvisada y presurosa, apenas con lo puesto y algunos mínimos enseres. Las imágenes de hombres y mujeres, ancianos y niños, cansados, heridos, derrotados, cruzando en los primeros meses de 1939 la frontera pirenaica forman parte de la historia y la memoria de nuestro siglo XX.Por razones geográficas, Francia acogió la mayor parte del exilio español y no es extraño por ello que los diversos estudios historiográficos acerca de esa masiva y dramática migración se hayan centrado en detallar las vicisitudes de nuestros compatriotas en suelo galo: hambre, penurias, enfermedades, indignos centros de refugiados y luego… la guerra mundial. La participación de una parte de los republicanos españoles en la lucha contra Hitler y la reclusión de muchos de ellos en los terribles campos de concentración o exterminio han sido también objeto de múltiples atenciones historiográficas.
El exilio español que atravesó el Atlántico -sobre todo a México y también, aunque en menor medida, hacia Argentina- ha sido igualmente tema privilegiado de estudio en las últimas décadas. Pero hubo otro exilio, más peculiar que todos ellos, porque se dirigió muy lejos, al otro extremo de Europa, a un país con el que no había afinidades culturales o similitudes lingüísticas, sino tan solo una singular atracción ideológica y política: la Unión Soviética. Como es sabido, ante el retraimiento de las potencias occidentales y la implicación de Hitler y Mussolini con el bando franquista, la URSS se convirtió en el único soporte internacional de la República española, a la que envió combatientes, consejeros, expertos y material bélico en cantidades considerables. No es de extrañar por ello que los gobiernos republicanos trataran de romper su aislamiento con unas relaciones privilegiadas con las autoridades soviéticas. En este contexto uno de los episodios más emocionantes y dramáticos fue el protagonizado por las diversas hornadas de niños españoles que fueron enviados a Rusia para librarles de los rigores de la guerra. Entre 1937 y 1939 cerca de tres mil niños españoles partieron de España hacia aquel país. La aventura de "los niños de la guerra" o "niños de Rusia" ha sido cuidadosamente estudiada en los últimos años por diversos historiadores españoles (Alicia Alted, Encarna Nicolás, Roger González, Susana Castillo, Verónica Sierra).
Quedaba, no obstante, lo más difícil, trazar un panorama general de la expatriación española en la URSS, más allá de peripecias concretas como la citada. Bien es verdad que, también en este caso, ya habían aparecido en los últimos años algunos libros que empezaban a desbrozar el terreno, como Los españoles de Stalin de Daniel Arasa (Belacqua, 2005) o Españoles en el Gulag. Republicanos bajo el estalinismo de Secundino Serrano (Península, 2011). Las dificultades de una investigación de esas características, los problemas del idioma y el propio hermetismo de las fuentes rusas (hay muchos archivos que siguen cerrados) hacían no obstante que persistieran muchas lagunas y numerosas estimaciones por contrastar. Luiza Iordache (Târgoviste, Rumanía, 1981), profesora en diversos centros universitarios de Barcelona, ha rastreado una treintena de archivos dentro y fuera de España -aunque paradójicamente no de Rusia- para ofrecer la investigación más exhaustiva y completa hasta la fecha de lo que fue la presencia española en la URSS entre 1937 y 1960. Fue un evento que no afectó a muchas personas, pero que presenta rasgos muy reveladores.
El libro que comentamos procede de una tesis doctoral y hay que decir que eso se nota en el tono académico y prolijo que tienen sus páginas (más de seiscientas), no aptas para cualquier tipo de público, sino dirigidas más bien al especialista o al lector muy interesado en la materia. La profusión de nombres, fechas y datos en general pueden ser en este sentido disuasorios porque el meticuloso texto de Iordache incluye por ejemplo relaciones nominales (véanse pp. 277-295) que quizá hubieran estado mejor en el anexo, junto con otras listas como las de pilotos, marinos o internados en el Gulag. Las notas, apretadas y sin puntos y aparte (pp. 577-645) tampoco son de fácil consulta, aunque suponemos que el editor ha optado por ese formato para no ampliar el ya considerable número de páginas. Estas observaciones críticas, básicamente de carácter formal, no afectan en modo alguno al contenido propiamente dicho del libro, que es del máximo interés.
¿Cuántos y quiénes fueron los españoles que dieron con sus huesos en la Unión Soviética desde los años treinta? A finales de 1939 estaban en suelo soviético cerca de 4.500 españoles, básicamente pertenecientes a cinco grupos distintos: 2895 "niños de la guerra", 130 maestros y acompañantes de estos, 156 marinos de nueve buques estacionados en Odesa, 200 pilotos que se estaban formando en Kirovabad y 890 miembros del PCE y PSUC. A partir de ahí, el estudio de Iordache -que, por cierto, ofrece mucho más de lo que su restrictivo título indica- se articula en cuatro grandes apartados. En el primero trata de los "pilotos, marinos y buques españoles en la URSS" hasta 1944; la segunda parte, la más en consonancia con el título, aborda la represión y el Gulag, con un guiño a la obra cumbre de Vasili Grossman, Vida y destino (1940-1956); el tercer bloque se ocupa de "las políticas" de los diversos actores implicados (desde la diplomacia franquista al gobierno republicano, pasando naturalmente por el PCE y el gobierno soviético); por último, la cuarta sección analiza el "cambio de rumbo" que, una vez muerto Stalin, representan las repatriaciones, entre 1953-1960.
En principio el sentimiento predominante en aquellos exiliados era de inmensa gratitud hacia un país que los acogía con los brazos abiertos. Pero las cosas se torcieron rápidamente, en gran medida por la dramática concatenación de acontecimientos que desembocaron en la II Guerra Mundial, pero también por las características intrínsecas de la política soviética. La implacable represión estalinista, de aliento paranoico, convertía a cualquier ciudadano en sospechoso: más aún si era un extranjero que aspiraba a regresar a su tierra o, simplemente, no acataba férreamente la política oficial. Lejos de echar una mano a sus compatriotas, la cúpula dirigente del PCE (Ibárruri, Carrillo, Claudín, Uribe) se alineó con el PCUS, primero con el silencio cómplice y luego, desde 1947, abiertamente, tildando de "fascistas" y por tanto merecedores del Gulag a varios cientos de pilotos, marinos y "niños de la guerra".
Fracasó el gobierno de la República en el exilio en su intento de liberar a los españoles del campo de Karagandá. Por otro lado, el régimen franquista también hizo discretas gestiones para la repatriación, que pasó por fases diversas y contrapuestas. Con el famoso arribo del buque Semíramis a Barcelona en 1954 se abrió una nueva etapa que culminaría con el retorno masivo de la segunda década de los cincuenta. Obviamente, no regresaron todos. Una parte de los refugiados españoles quedó para siempre en tierras rusas. La mayoría sobrevivió a las purgas y las penalidades. Y entre trescientos y cuatrocientos tuvieron que sufrir, junto a los rigores del exilio y la guerra, la estigmatización como traidores y el despiadado castigo del Gulag.