Cuando el diluvio estalla, no hay otra opción que emprender la huida. A Ahmed, un joven abogado en paro, le asfixia la corrupción. Nenive, una doctora cristiana, está cansada de que su fe la convierta en ciudadana de segunda. El hambre, en cambio, consume a Yasin, un maestro dispuesto a vender un riñón para costear una peligrosa travesía hacia el sueño europeo desde la costa libia. Así hasta once personajes suben a bordo de El arca de Noé, la novela del egipcio Khaled al Khamissi cuya edición en castellano acaba de publicar la editorial Almuzara. "La riada nos está matando y no hay más remedio que escapar", dice el autor en una entrevista a El Cultural. Por sus páginas discurren vidas dispares ligadas por la obsesión de escapar de un país anegado por los abismos sociales, las corruptelas, la represión política o la discriminación religiosa. "La mayoría son historias basadas en experiencias reales que reuní visitando pueblos y hablando con su gente", advierte Al Khamissi, licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo y doctorado en La Sorbona. En esta epopeya despojada de tintes bíblicos, las existencias desgranan las plagas que hicieron combustión en la simbólica plaza Tahrir en 2011 y que, tres años y medio después de aquella fugaz esperanza, siguen dolorosamente vigentes. Con ellas también las razones para emigrar. "Es que no ha cambiado nada", reconoce la pluma que firmó con Taxi, su traducida opera prima, un absorbente relato del microcosmos que hace carrera por las calles cairotas.
Pregunta.- Todos los personajes que desfilan por El arca de Noé comparten por motivos muy diferentes un mismo objetivo, perder de vista Egipto...
Respuesta.- Sí. Al principio fue un fenómeno exclusivo de la gente pobre pero unos años después egipcios de todas las clases sociales comenzaron a emigrar. A finales de los 90 me di cuenta de que todas las familias que conocía tenían al menos un miembro viviendo fuera del país. Eso es precisamente acerca de lo que quería reflexionar. Egipto es un país rural que, a diferencia de la cultura fenicia en el Líbano o Siria, carece de tradición migratoria. Ellos son gente de mar. Nosotros, en cambio, vivimos aferrados a la tierra. La idea del libro estuvo durante años en mi corazón. Cuando lo escribí, entre 2007 y 2008, coincidió con el momento cumbre del fenómeno. En solo cinco años, los emigrantes egipcios pasaron de tres a siete millones.
P.- La riada acaba alcanzando a todas las clases sociales. Todas acaban sintiendo que Egipto ya no es país para vivir...
R.- Las novelas no son una investigación con una conclusión cerrada. Es un estado emocional. La clave es que vivimos en un periodo de agonía. Podemos oler el cuerpo que agoniza y no tenemos más opción que pasar página. No queda otra alternativa que tomar un barco y viajar a un nuevo mundo. Cuando las riadas llegan, no matan a una sino a todas las personas que no han subido a la arca independientemente de su estatus.
P.- Los once personas, de procedencias dispares, se van entrelazando a lo largo de los capítulos de la novela...
R.- Exacto. Sus orígenes son muy diferentes pero están conectados. Cada personaje le da la mano al otro y en el último episodio la narradora nos descubre las relaciones que mantienen pese a que uno sea barquero en Asuán (sur de Egipto) y otro estudie en Londres o viva en Estados Unidos. Es un error pensar que los seres humanos no estamos conectados. Lo que pasó en la Puerta del Sol de Madrid, en la plaza Tahrir de El Cairo o en la Plaza de la Independencia de Kiev no se comprende si no se enlazan. Nunca volveremos a ser islas. Y en la novela esa convicción se refleja con mucha claridad. Es, además, una novela en la que se establece un diálogo entre los personajes y el narrador. Se alternan los puntos de vista de ambos.
P.- Un país plagado de enfermedades termina empujando a sus habitantes...
R.- El sistema asesina cualquier sueño y ejerce una enorme presión sobre los seres humanos para convertirlos en ratas confinadas en una celda. Pero la gente no acepta ya la jaula y no renuncia a la obligación de tener sueños. Es el sistema el que debe cambiar.
P.- Las historias que se suceden en este libro explican las razones que prendieron la llama de las revueltas de 2011. Pero todos esas lacras están completamente vigentes hoy...
R.- Es que no ha cambiado nada. La voluntad de escapar del país sigue ahí porque es imposible vivir en mitad de la riada. El sistema sigue estrangulando nuestros sueños. No se ha recogido todavía ningún fruto. Entiendo que para la gente joven, que tenía depositadas unas esperanzas muy altas en el proceso, resulte muy decepcionante pero para mi no. Desde el principio pronostiqué que necesitaríamos al menos una década en transformar un movimiento social en una plataforma política.
P.- Los personajes dibujan dos opciones: abandonar el país o permanecer en él y tratar de cambiarlo...
R.- Sí. En el ultimo capítulo se habla de una nueva era en Egipto. El mayor problema es que el sistema está por todas partes. Queremos un nuevo sistema. Por eso nada ha cambiado y tampoco tiene sentido hablar del antes y después de una revolución. No hubo ni un antes ni un después. Aquí y en otros lugares del mundo lo que existe es un proceso revolucionario y social para imaginar una nueva era. El sistema trata de defenderse con una maquinaria engrasada desde hace mucho tiempo.
P.- Tres años y medio después del ocaso de Mubarak, un ex militar gobierna Egipto. Y los jóvenes que ansiaron el cambio han sido noqueados y perseguidos...
R.- Y están cansados y desilusionados, como si hubieran jugado un gran partido y hubieran caído derrotados. Necesitamos tiempo para recuperar refuerzas y continuar. La contrarrevolución venció desde el primer segundo. Los Hermanos Musulmanes y el ejército son la contrarrevolución. Ambos son poderes muy conservadores que rechazan cualquier cambio. Evidentemente no confío en Al Sisi. Es un representante de la contrarrevolución. Pero no me preocupa. El proceso revolucionario es largo y comenzó hace una década. A diario sube peldaños y ha cosechado logros en la parte baja de la pirámide social pero no en la cúspide. Arriba hay mucha gente interesada en que no triunfe. La revolución, sin embargo, no es que millones de personas bajen a la calle hasta derribar a Mubarak sino un fenómeno que avanza lentamente. Tal vez nos quedan aún diez o veinte años.
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