Jeremy Rifkin, Juan Martínez-Barea, Jaron Lanier y Nicholas Carr
Einstein aseguró que nunca pensaba en el futuro "porque llega muy pronto". Hoy el futuro corre a nuestro encuentro como un rayo pero, lejos de seguir el ejemplo del físico alemán, parece tan estimulante que toda clase de pensadores se afanan por reflexionar acerca de lo que nos espera. Y no se ponen de acuerdo. ¿Inauguran las redes digitales y los progresos de la automatización una edad dorada en la que, conectados e hiperinformados, lograremos vivir sin trabajar gracias a nuestros esclavos robóticos? ¿O más bien lo que se cierne es un paro masivo, la destrucción de las clases medias y un ser humano más inútil y dependiente? Cuatro libros abren este otoño la veda del futuro: La sociedad del coste marginal cero, de Jeremy Rifkin, ¿Quién controla el futuro?, de Jaron Lanier, Atrapados. Cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas, de Nicholas Carr, y El mundo que viene, de Juan Martínez-Barea.
Jaron Lanier (Nueva York, 1960) y sus compinches sirvieron en las filas de aquellos idealistas que soñaron en los 80 con un futuro mejor si todos compartíamos gratis en la red. Así lo recuerda en ¿Quién controla el futuro? (Debate), que llega ahora a las librerías españolas: "En Silicon Valley es muy habitual que personas muy jóvenes, que han fundado su startup en un garaje, anuncien que su objetivo es cambiar profunda y globalmente la cultura humana en unos pocos años, y que amasar una gran fortuna es algo tan nimio que sucederá por sí solo. Más aún, estos jovenzuelos a menudo lo consiguen". Pero, confiesa a El Cultural, "algo salió mal". Lanier firma su segundo libro después de que Contra el rebaño digital (2011) inoculara un troyano en el alma del optimismo informático en vigor, y enuncia en negativo las cuestiones que el futuro impone debatir.
El reto de compartir
La primera parece sencilla: ¿Debemos compartirlo todo? Tercia ahora Jeremy Rifkin (Denver, Colorado, 1943) y afirma que sí, cada vez lo hacemos más, y anuncia el nuevo sistema económico que eclipsará al capitalismo: el procomún. El economista de la Wharton School y encantador de líderes mundiales evocó la semana pasada en Madrid ante la prensa la inminente utopía futurista a cuenta de su último libro: La sociedad del coste marginal cero (Paidós).Año 2050. Personas, máquinas, recursos naturales, producción, consumo, y cualquier otro aspecto de la vida están conectados en red mediante sensores y programas en el "Internet de las cosas". Grandes ordenadores procesan la gigantesca suma de datos registrados (el big data). La productividad mejora exponencialmente. Y "el coste marginal de producir se reduce a cero mientras miles de millones de personas comparten en red y deciden juntas el curso de sus vidas". Todos productores y consumidores: prosumidores. Los sistemas de intercambio musical, los servicios de transporte compartido o la impresión en tres dimensiones dan ya las pistas de las transformaciones desencadenadas por la Tercera Revolución Industrial.Mi propuesta defiende el acceso libre a todos los datos de la economía mundial" Jeremy Rifkin
Rifkin rechazó en su conferencia en Madrid el carácter utópico del cuadro, aseguró que los trazos principales ya se están dibujando y vaticinó que el capitalismo agotará sus últimos días sin mediar "fuerza hostil": "Vemos cómo muchos jóvenes comparten canciones, vídeos o informaciones a través de páginas especializadas, blogs y redes sociales, y esa tendencia irá a más. Todos produciremos nuestra propia energía a través de las renovables y con esa energía podremos imprimir sus productos en sus impresoras 3D".
Rifkin es un gurú y la polémica le busca. Para quienes compran sus libros por millones y los políticos que le piden cita se trata de un visionario. Para otros es un iluminado, un buenista tecnológico. Pero hay mucho más en su último libro que, imponente, pedagógico, recorre la historia del hombre en ese extraño camino de ida y vuelta de las tierras cultivadas en comunidad del medievo a los saberes compartidos en común de la actualidad. Con sus riesgos, claro: "Mi propuesta defiende el acceso libre a todos los datos de la economía mundial. Soy consciente de que habrá grandes obstáculos para conseguirlo, pero de ello depende que la economía sea libre o esté dominada por los grandes monopolios".
El canto de las sirenas
Jaron Lanier advierte en ¿Quién controla el futuro? que los tecno-optimistas olvidan algo crucial: los seres humanos tal vez se crearon iguales, los ordenadores no. Y apunta así a la segunda de las señales -algo más ominosa- que anuncian el futuro: el control de la información. Su libro describe cómo los servidores sirena gobiernan el mundo, ordenadores muy potentes que aprovechan, en beneficio de las megaempresas que los controlan, todo el saber que los seres humanos comparten con alborozo y escasa prudencia en Internet. Su canto es irresistible.A mil ideas por página, de la ingeniería de sistemas a la sociología, la economía o la semántica, Lanier dibuja un panorama sombrío en el que las clases medias cavan su propia tumba con entusiasmo. Ahí estamos (casi) todos, con nuestros smartphones y tabletas, nos comunicamos, compartimos información, creamos comunidades y todo parece muy libre y abierto. Mientras, unos pocos lanzan sus redes de arrastre, nos espían sin freno para colocar su publicidad, aprovechan nuestra desprotección, manipulan los mercados provocando recesiones globales, fomentan la precariedad y el desempleo, destruyen, poco a poco, la democracia.
Pero quien fuera pionero de la realidad virtual no reniega de la tecnología ni está dispuesto, cómo aventuró el San Francisco Chronicle, a erigirse en Moisés de un "éxodo digital". Podemos mejorar el futuro. Lo lograremos si dejamos de confundir a las personas con las máquinas, las valoramos de nuevo... y las retribuimos adecuadamente: "La solución que he estado explorando, y que algunos consideran radical, es la de hacer micro-pagos a todos aquellos que están realizando esas pequeñas partes de cada trabajo, transformando el capitalismo en un nuevo sistema en el que los trabajadores obtienen recompensas más a menudo que en el pasado. Y esta solución podría tal vez arreglar el capitalismo, solucionar los problemas que se han detectado, y transformarlo en un sistema verdaderamente sostenible. Valdría la pena probarlo".
Derecho a la pereza
Aristóteles fue el primero en imaginar un mundo en el que "las lanzaderas tejieran por sí mismas y el arco tocase solo la cítara". El trabajo guarda en su seno la marca indeleble del pecado original. Así, la automatización promete cumplir en un futuro próximo el inalienable derecho a la pereza, a una vida de ociosidad sin límites, sin marcas de sudor. Pero, se pregunta Nicholas Carr (1959), ¿estamos seguros de lo que queremos?
Conversamos con Carr por correo electrónico. Escritor residente en la Universidad de Berkeley (California), Atrapados, Cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas (Taurus) es su nuevo libro después de que en 2011 el éxito de ventas Superficiales arrojara una tesis a la contra: "Google nos vuelve estúpidos". Entonces argumentaba que la Red erosiona nuestra capacidad de leer y pensar con profundidad. Ahora advierte: "psicólogos investigadores han descubierto que los seres humanos son más felices -más satisfechos con la vida- cuando trabajan duro para superar retos difíciles y se comprometen con el mundo. La gente que desarrolla su talento amplía sus perspectivas y se siente más viva. El problema con la automatización es que a menudo nos libera de aquello que nos hace sentir libres".La solución es compensar economicamente a quienes aportan información en la red" Jaron Lanier
Lo que Carr detecta es cómo la creciente tendencia a pulsar el piloto automático genera infelicidad. Y puede matarnos. En un vuelo comercial típico, el piloto maneja los controles unos tres minutos: uno o dos al despegar y uno o dos al aterrizar. El piloto automático gobierna la nave el resto mientras el comandante atiende a los monitores. Y aunque los accidentes totales siguen descendiendo, ha nacido un nuevo y catastrófico tipo. En 2009 un Airbus A330 se desplomó en el Atlántico en su viaje entre Río de Janeiro y París cuando el piloto hubo de ponerse sorpresivamente al volante en mitad de la tormenta. Actuó al revés y 228 pasajeros murieron.
Lo de los pilotos que el alba encuentra -mientras sus sueldos bajan- frente a los monitores de poderosos ordenadores volantes autónomos sólo es uno de los ejemplos del fenómeno más general que Carr disecciona en su libro: "el software está devorando el mundo". Y amenaza con dejarlo sin trabajo. "En el pasado, el progreso tecnológico siempre ha producido más puestos de trabajo de los que destruía. Pero crecen las señales de que hoy ordenadores y robots cada vez más sofisticados están destruyendo más empleos de los que crean. Los economistas no se ponen de acuerdo y yo no sé qué ocurrirá. Pero creo que al asumir que seremos felices si las máquinas hacen todo el trabajo, acabaremos profundamente decepcionados. No es la utopía lo que nos espera".
Cuando le preguntamos a Nicholas Carr si debemos temer que la inteligencia artificial supere algún día a la inteligencia humana responde tajante: "No. Los ordenadores aún tienen que mostrar algún signo de conciencia, y sin ella la inteligencia artificial será siempre limitada. El peligro es si nuestra dependencia del software nos hará dejar cada vez más a nuestros ordenadores pensar por nosotros. Eso sería una tragedia".
Bienvenidos a la meritocracia
Existe sin embargo una versión más optimista del progreso que asegura que el crecimiento acelerado de la tecnología provocará un impacto muy positivo en el desarrollo de la humanidad hasta el punto de abrir una nueva era: la Singularidad. Peter Diamandis, Ray Kuzweil y otros teóricos crearon en 2010 en el parque tecnológico de la NASA, en Mountain View (California) la Singularity University, una institución académica única que persigue "atraer a líderes emergentes de todo el mundo, formarlos en los últimos avances tecnológicos y motivarles e inspirarles para aplicar dichos avances a resolver los grandes problemas de la humanidad".-Pero, ¿y los recursos?
-A ese respecto, la aceleración tecnológica trae muy buenas noticias: los desarrollos de la biotecnología están aumentando la productividad de las cosechas y permitirán generar alimentos para todos. Los avances en energía solar, cuya capacidad instalada se duplica cada 18 meses, satisfarán en exclusiva alrededor de 2030 toda la energía que consume el mundo: unos 20 Tw. La Edad de Piedra no se terminó porque se acabaran las piedras. Y la Edad del Petróleo no terminará porque se acabe el petróleo, sino porque será sustituido por las energías renovables.
"¿Es el fin de la geografía?", concluye Martínez-Barea. "Aún no. ¿Hemos alcanzado el sueño de la igualdad de oportunidades? Aún no. Pero estamos más cerca que nunca antes en la historia del ser humano".