Scott Stossel

Traducción de Santiago del Rey. Seix Barral. Barcelona, 2014. 528 páginas, 20 euros. Ebook: 12'34 euros

El término ansiedad, anxiety en inglés, procede de la palabra latina anxietas, utilizada por los romanos para designar angustia o aflicción. Desde el comienzo de la humanidad la ansiedad ha tenido una función adaptativa encaminada a la supervivencia al igual que la ira, el miedo, la tristeza o la felicidad. En un mundo globalizado y tejido por las nuevas tecnologías, esta característica innata del ser humano ha derivado en buena medida hacia formas patológicas que psiquiatras y psicólogos denominan trastornos de ansiedad. Las fobias, el trastorno obsesivo compulsivo, los ataques de pánico, la agorafobia, el estrés postraumático o la claustrofobia forman parte del amplio abanico de males que puede esconder la ansiedad.



Sus síntomas son amplios y penosos, como han demostrado Hamilton y otros autores. Un estado de ansiedad puede implicar desde taquicardia hasta una severa pérdida de memoria. En ocasiones, los síntomas pueden asemejarse a una gripe o una mononucleosis o dificultar de forma extrema el movimiento corporal. Aunque la prevalencia de la ansiedad es difícil de precisar por su variada tipología y sus distintos niveles de intensidad, se estima que un 20,5% de la población de la Tierra sufre algún trastorno de ansiedad.



En este horizonte de preocupación por un mal que inhabilita al individuo y que drena los sistemas de salud de los estados, la aparición de Ansiedad es una fuente de luz sobre un problema de difícil solución. Por otro lado, la limpieza y la calidad de la presente edición convierten este volumen en un bello objeto que acompaña con su estética y su buena traducción a un lector fascinado desde el principio por el emocionante viaje que le proponen estas páginas. Se abre el telón y la brillante prosa de Scott Hanford Stossel (1969) desvela el penoso escenario de su boda. Mientras espera a su futura esposa en una iglesia de Belmont (Massachussets) comienza a sudar de modo extremo, las piernas están a punto de fallarle como si fuera un epiléptico y se pone a temblar. Casi trescientas personas le observan y también sufren.



La boda no será ni la primera ni la última crisis de ansiedad de Stossel. Al nacer su primer hijo las enfermeras tuvieron que dejar de atender a su esposa porque se puso lívido y cayó al suelo. Náuseas, vértigos, temblores, dificultades para respirar o tragar le han paralizado en conferencias, presentaciones y entrevistas de trabajo. "Vivo zarandeado por la inquietud: sobre mi salud y la salud de los miembros de mi familia; sobre mis finanzas; sobre el trabajo; sobre el ruidito del coche y las filtraciones del sótano; sobre el avance de la vejez y la inevitabilidad de la muerte; sobre todo y nada". Desde los dos años ha sido un cajón de fobias, miedos y neurosis. A los diez visitaba la primera clínica mental para desde allí ser remitido al primero de una serie de psiquiatras que hasta ahora no ha podido abandonar.



Sin pudor aunque con corrección, la disección autobiográfica que hace Stossel de sus disfunciones se remonta hasta su bisabuelo Chester Hanford, un exitoso profesor de la Universidad de Harvard que incluso ejerció de decano muchos años. Brillante académico, bien relacionado, los Kennedy le apreciaban. Elegante y dueño de una buena casa en la zona residencial de New Jersey no pudo evitar que el lado obscuro le venciera. Empezó a no poder con las clases y tras varios internamientos en centros psiquiátricos tuvo que retirarse y dejar la universidad y la vida intelectual. De nada sirvió la terapia de electroshock y la medicación de la época. Se hundió.



El problema que plantea nuestro autor reside en que buena parte de los síntomas de Chester Hanford son los suyos: temor a hablar en público, tendencia a aplazar las cosas, manía obsesiva de lavarse las manos, sus problemas intestinales, su implacable autocrítica, su falta de autoestima, la dependencia de su esposa y, finalmente, su capacidad para disimular, para fingir delante de los demás. Las patologías psiquiátricas de su bisabuelo, la mancha hereditaria que parece transmitir a su hipocondriaco descendiente, alarman a Stossel, sobre todo porque en sus abuelos, padres e hijos detecta síntomas alarmantes de lo mismo. El alcoholismo de su padre, las fobias y la sobreprotección de su madre, sus traumáticos divorcios, su infelicidad constante y sus ruidosos fracasos dibujan un marco desazonador que no se atenúa en sus hijos de nueve y seis años, que "han desarrollado recientemente una ansiedad que se parece de un modo inquietante a la mia".



Varias generaciones de ansiosos obligan a considerar la posibilidad del papel de la genética en la transmisión de la ansiedad y, por extensión, de otras enfermedades mentales. Stossel dedica muchas páginas a esta cuestión. En su extensa y bien escogida revisión bibliográfica acaba por recurrir a Jerome Kahan, el conocido psicólogo del desarrollo de la Universidad de Harvard y su teoría sobre los factores genéticos como algo determinante a la hora de establecer el temperamento como algo innato.



La imposibilidad de curación a lo largo de varias generaciones pone sobre la mesa un segundo problema de índole distinto a la dicotomía herencia-medio ambiente. De lo que se trata en definitiva es de saber si la psiquiatría puede curar las enfermedades mentales y dentro de ellas la compleja constelación que conforman la ansiedad y sus derivados. A primera vista lo que recibe el lector es pesimismo, pese a la mucha información que desde la medicina de Hipócrates ponen estas páginas a su disposición. El psicoanálisis, Freud y sus sucesores, los modernos centros sanitarios y los diversos psiquiatras que van desfilando en este relato autobiográfico son incapaces de sanar a unos enfermos que no sólo son inteligentes sino que además se ganan muy bien la vida.



Stossel sufre desórdenes mentales pero su vida es exitosa en muchos aspectos. Editor jefe de la prestigiosa revista norteamericana Atlantic Monthly, publica en New Yorker, es comentarista en radio y televisión y éste es su segundo libro. Su agente literario, el todopoderoso Andrew Wylie, es alguien que ya sólo lleva a las estrellas más brillantes del firmamento literario. Con el apoyo de su editor norteamericano Alfred A. Knopf pule su texto, corta y añade. De ahí sale una edición en tapa dura que se vendió con rapidez, entra en las listas de más vendidos y sus posteriores traducciones a varios idiomas auguran un éxito global.



El fracaso psiquiátrico obliga a considerar su instrumento predilecto de curación, producido por la industria farmacéutica. Stossel es un adicto a las pastillas. A lo largo de su vida cambia de fármacos pero, eso sí, las ingiere frecuentemente con alcoholes destilados. Ir de la mano de un experto consumidor de la amplia panoplia de prescripciones psiquiátricas es fascinante. Los productos estrella de las empresas farmacéuticas quedan diseccionados a los ojos del lector más ignorante. La revisión histórica del autor despliega la triunfal trayectoria de unos psicofármacos que empujados por la publicidad o por el boca oreja de los pacientes se ha elevado al plano del consumo cotidiano de millones de personas.



Se cierra este volumen con un tímido elogio a la ansiedad. Los ansiosos serían excelentes empleados porque son más cuidadosos que los demás, se preocupan en mayor medida por las personas con las que trabajan y conviven. Ciudadanos concienzudos que nunca escogerán conductas de riesgo al tiempo que el comportamiento moral estará siempre en su horizonte cognitivo.