La escritora finlandesa Katja Kettu.

Comienza hoy la Feria del Libro de Frankfurt, con Finlandia como país invitado. Hablamos con la escritora y artista multidisciplinar finlandesa Katja Kettu, que estará estos días en la Feria presentando su última novela, La comadrona (Alfaguara).

"Yo soy comadrona, por la gracia de Dios, y te escribo estas líneas a ti, Johannes. De entre todos los seres del mundo, es a mí a quien Nuestro Señor Todopoderoso, en toda su sabiduría, ha proporcionado el don de regalarles a unos la vida y de arrebatársela a otros". El arranque de La comadrona, de la finlandesa Katja Kettu (Rovaniemi, 1978), resume la fuerza del personaje principal del libro: el primer ser humano en que nosotros, los nacidos, depositamos nuestra confianza. La comadrona es la mujer que todos respetan en el pueblo, pero su poder, al mismo tiempo, es temible. "Se pensaba que tenían poderes especiales que además se heredaban", dice Kettu. "En aquel tiempo [durante la Segunda Guerra Mundial, cuyos fantasmas se convocan para esta historia] la comadrona era un personaje interesantísimo; alguien que sabía cantos antiguos, tradicionales, que sabía las propiedades de las hierbas y cómo utilizarlas para curar. A veces, incluso, se pensaba que tenían un tercer ojo para poder adivinar". Una comadrona era el único personaje posible aquí. Solo una comadrona podía moverse con cierta libertad por la Laponia ocupada -tan ocupada que había 200.000 alemanes, muchos más que lapones-, y solo una comadrona podía entrar y salir de un campo de concentración, enamorarse de un oficial nazi y volver al pueblo, huir, y, después de todo, sobrevivir.



Katja Kettu se presenta esta mañana con el pelo ligeramente revuelto, un vestido oscuro y ceñido, a la vista los brazos cubiertos de tatuajes (dos serpientes que se enroscan sin tocarse y que, dice, representan el "símbolo celta de la tensión"; una colorida calavera en el hombro, símbolo de su divorcio -"cuando muere un amor, tú también mueres te mueres un poco, pero siempre puede salir algo mejor de ahí"; y, por último, dos flores en las clavículas, porque, le decía su abuela, "siempre hay que andar con dos rosas sobre los hombros"). Kettu, además de escritora, es artista multidisciplinar y toca en un grupo de punk llamado Confusa. Ha estudiado literatura, cine y animación. Fue su carrera, su trayectoria la que de algún modo operó como un arpón clavándose en su pasado. En el suyo y en el de su país. "Cuando empecé a escribir más en serio, me di cuenta de que el verdadero poder de la literatura es que te permite contarlo todo. No hay límites". Quizás, dice, contar lo que antes no se había contado, o no al menos como se había contado, sea la clave del éxito de esta novela, un best seller en su país que está en proceso de ser adaptado al cine y al teatro.



¿Qué hace que La comadrona no sea otra historia más sobre la Segunda Guerra Mundial? "Creo que ha propiciado cierto cambio de mentalidad", afirma Kettu. "Cuando escribí este libro me fue difícil encontrar mujeres que quisieran hablar. Pero después de su publicación me ha escrito mucha gente contándome lo que vivieron". Sostiene la escritora que, durante años, la historia del siglo XX finlandés se ha afrontado de perfil. "En las escuelas se enseñaba que Finlandia fue simplemente un país que sufrió distintas ocupaciones, y que por tanto los finlandeses estaban exentos de culpa frente a los manejos de rusos y alemanes". Porque cuando los nazis salen de Laponia, estos pasan a la órbita de la URSS. "En 1944 comprendimos que Alemania iba a perder la guerra, así que firmamos la paz con la URSS y empezamos a combatir a los alemanes". La respuesta de Alemania fue la de quemar, literalmente, Laponia, empezando por la capital de la provincia, Romanievi. El control soviético condujo al silencio. "Se dio entonces una especie de pacto colectivo, y nadie hablaba de sus relaciones con los alemanes. Entiendo que eso se hizo porque existía el deseo de avanzar y reconstruir el país". La culpa, cuenta Kettu, se expió a través de las mujeres: aquellas que habían tenido relaciones con los alemanes fueron señaladas, acusadas de traición, y muchas tuvieron que huir.



Una de aquellas mujeres pudo ser la comadrona, una joven que decide huir tras al hombre del que se ha enamorado, el oficial nazi Johannes Angelhurst. Dice Kettu que se trata de una historia de amor, antes que de guerra, y que es el contexto el que la convierte en una historia de amor violento. Un curioso hallazgo la originó. Hace algunos años, de viaje por los fiordos, Katja Kettu encontró una cabaña, y dentro de la cabaña un baúl, y dentro del baúl un diario. Al lado había distintos objetos personales, ropa y unas botas. El diario, que se cortaba abruptamente en 1960, despertó su interés por la historia de su país y por la historia íntima de sus paisanos, así que comenzó a preguntar a sus abuelos, y a leer sus cartas. Entonces halló el tema: "Las cartas de mi abuela, junto a aquel diario, me hicieron ver que incluso en las situaciones en las no sabemos cuánto tiempo vamos a vivir, queremos realizarnos. Que las necesidades de amar y de sentir siguen durante la guerra". Por eso, dice, escogió como protagonista a una mujer que no conocía el amor, ni siquiera el apego, y que vivía contenida, paralizada por el miedo; y quiso mostrar su evolución. Y se hizo una pregunta: "¿Qué ocurre cuando alguien así se suelta?".



La comadrona, concluye, es también un ejemplo de libertad, que es precisamente lo primero a lo que renuncian los hombres en una situación extrema. "En una guerra te lo quitan todo, y, antes de todo, el poder de decisión. Por eso los héroes son los que deciden". Y para decidir, dice, es necesario un camino previo que hay que recorrer en "la más absoluta oscuridad".