Martín López Vega

Poeta, traductor, editor, librero, periodista y crítico literario, Martín López-Vega (Poo de Llanes, 1975) es, o ha sido muchas cosas, pero en todas hay un elemento común: el libro. Sus distintos desempeños profesionales -recuerda ahora, desde su último hogar en Iowa, EE. UU, en cuya universidad enseña portugués- lo han rodeado "de lectores maravillosos que siempre estaban apuntando en más direcciones de las que era capaz de seguir". Publicó su primer poemario (Travesías) hace dieciocho años y, desde entonces, el asturiano ha ido creciendo y ganando presencia con títulos como Equipaje de mano, El viajero modernista o Extracción de la piedra de la cordura. Ahora publica La eterna cualquiercosa (Pre-Textos), poemas de los últimos cuatro años que, en conjunto, conforman su particular homenaje al instante y son, al mismo tiempo, un diálogo sostenido con sus maestros, de Auden a T. S. Eliot pasando por Anne Carson, Félix Romeo u Olga Novo. Quizás aquí, más que en ningún otro libro, leamos el verdadero objeto del poeta: "La poesía es mi forma de intentar vivir reflexivamente y, sobre todo, con alegría".



-Se ha referido en su blog a "la grey de la anemia posmodernística". ¿No se siente a tono con la poesía de sus contemporáneos?

-Tengo muchos contemporáneos con los que no sé si estoy a tono, pero a los que admiro y de los que aprendo cada vez que los leo. Y luego hay otros que leyéndolos me da la impresión de que no se dedican a lo mismo que yo, pero cada uno se dedica a lo que quiere, faltaría más. Cuando uno escribe sobre sus lecturas opinando lo que hace siempre es mostrar sus prejuicios. Yo lo hago encantado, porque lo que quiero no es quedar bien, sino aprender, y a veces recibo respuestas de las que aprendo mucho, y cambio de opinión con gusto.



-En estos poemas reflexiona sobre la identidad, que es, para el poeta, su voz, o su vocación. ¿Es una búsqueda que no termina nunca?

-Lo puedes llamar identidad, sentido... Por defecto tenemos la necesidad de sentir que nuestra vida tiene un sentido, cuando esto es falso: no lo tiene, vivir no tiene ninguna finalidad, que sepamos. Eso, en realidad, nos da una libertad terrible: el sentido tenemos que crearlo. Para mí la poesía es mi herramienta para crear ese sentido, la búsqueda, digamos, de una felicidad responsable. Lo digo siempre desde hace veinte años, pero es que es lo más parecido que tengo a una poética: reconstruir ese libro de instrucciones de la vida que no nos dan cuando nacemos.



-Felix Romeo, Auden, Eliot, Carson... son varios los escritores con los que establece diálogo en su obra. ¿Cómo es su acercamiento a ellos? ¿Se lo plantea, efectivamente, como un diálogo, o como un homenaje, un modo de rebatirlos...?

-Vivir es mantener una inacabable conversación, o negociación, con todo lo que nos rodea, de una forma o de otra. Cuando escribes un poema, tu repertorio de formas de abordarlo es el de tu tradición, así que ese diálogo es muy directo. De los nombres que citas, Auden es mi abuelo, podríamos decir, en términos de escritura, o eso me gustaría que pareciera. Anne Carson es una maestra, me gustaría ser capaz de hacer las cosas que ella hace. Hoy por hoy, creo que los poetas que más envidio, de quienes más querría aprender, son Adrienne Rich, Anne Carson y Olga Novo. Félix Romeo aparece más como amigo. Era un ser asombroso, un profeta de la felicidad: recuerdo noches con él convenciendo, por ejemplo, a un novelista al que acaba de conocer de que tenía que dejar su pueblo en Valencia para irse a París, con el novelista atónito porque eso era lo que quería hacer y no se atrevía. Si aguantamos un par de horas más, Félix le cierra el alquiler de un piso y le reserva los billetes de avión para toda la familia. Era, es, el profeta de lo posible. El poema que le dedico es una forma de seguir teniéndole cerca haciendo eso. Sin que quiera negar la importancia que para mí tiene como escritor, por supuesto. En el libro hay otros, como Lêdo Ivo, que se ha convertido para mí en una presencia constante, se me aparece todo el rato.



-Le cito: "Todo el pasado es presente y el presente / es la leve hoja que cae del árbol junto al vaso / como sutil señal de que el instante / no está quieto, de que el mundo sigue girando todavía." ¿Está el poeta para que no se escape esa hoja? ¿Es, ante todo, un cazador de instantes?

-Más que cazador es un cirujano de instantes. A mí me gustan los poemas que son más radiografía que polaroid. Distinguir un momento feliz de otro que no lo es no tanto lo hace cualquiera (por eso ahora cualquiera que tiene una cámara de fotos se cree fotógrafo). Pero igual que en las fotografías lo que importa no es lo que se ve, sino lo que se dice, en los poemas lo que importa no es lo que se dice, sino lo que se ve.



-Escribió los poemas de La eterna cualquiercosa entre 2010 y 2014. ¿Cómo abordó la elección de los mismos? ¿Qué recorrido traza este poemario?

-Me da la impresión de que es bastante variado, porque he intentado probar cosas distintas. Me decepciona no haber escrito un libro más político, aunque tenía los poemas para hacerlo y los he descartado. Decía Neruda que escribir poesía política no es asunto para jóvenes, sino el último estadio en la capacidad de un poeta. Así que se ve que aún soy demasiado joven. Todo llegará.



-¿Sería capaz de definir la eterna cualquiercosa sin recurrir a la poesía? ¿Fue el verso de Carson -"Well, not every day can be a masterpiece"- el desencadenante de este libro?

-La eterna cualquiercosa es ese no sé qué que no sabes quién balbucea. Ese sentido que uno busca sin saber dónde está y que normalmente no descubrimos hasta que lo hemos perdido. El verso de Carson lo leí cuando el libro estaba casi acabado, y mi poema en realidad dialoga con otro de Attilio Bertolucci, pero sin el verso de Carson no hubiera acabado así el poema, así que tampoco tendría este título. El que tuvo este libro casi hasta el final fue El uso del radar en mar abierto, porque ese era el título de un libro que en una librería de segunda mano americana atribuían a un libro de Yehuda Amijai que yo no conocía, así que lo pedí. Cuando llegó era exactamente lo que prometía: un manual sobre el uso de radares en el océano que no tenía nada que ver con Amijai. Pero el título me gustaba... tal vez aún lo use en el futuro.



-En su obra están muy presentes los paisajes rurales, el hogar, la familia, sus abuelos, esas mesas de hule, el calor del fuego... ¿Es para usted la poesía un modo de volver la vista a sus raíces?

-No necesito volver, porque sigo allí, y por eso sigue todo vivo en mis poemas. Uno sigue en todos los lugares en que ha estado, sigue acompañado por todas las personas que una vez tuvo al lado. Para ser feliz es fundamental estar en paz con todo eso; la mayor parte de nuestros desequilibrios vienen provocados por no entender esas presencias, por no saber negociar con ellas. Ya estoy pareciendo Paulo Coelho otra vez, ¿no? No literalmente, claro, pero hablo con mi abuelo a diario. Hay otras presencias menos benéficas, pero que no quiero ahuyentar, sino entender. Esos diálogos son los que se dan en los poemas.

Roscoe

Para Suzanne Wedeking



Los gansos cruzan el cielo tocando su cómica trompeta,

los gatos gemelos juegan y ronronean,

las vacas traman sus filosofías

y el viento remueve pensamientos extraños.



-El otro día, y aún estaba nevando,

iba a cruzar la calle

cuando me llamó la atención un murmullo.

El árbol nevado estaba repleto de zorzales pechirrojos

acurrucados en el camerino de la primavera.

Y dicen que quien ve al primero del año

tendrá la suerte de cara. ¡Pues los vi a todos!



Él cuenta cómo este invierno

los cardenales venían a alimentarse

en el comedero que cuelga del tejado

y el viento los columpiaba

como niños ateridos bajo la larga nieve.



«Sé que debo. Pero no quiero irme», repite.

No sabe el día exacto,

pero pronto su lugar será otro.

Sabe quién cuidará del ganado,

quién atenderá la cosecha,

quién velará por los gatos

y quién mantendrá la casa en pie.

Pero no es eso. Le avergüenza confesar

que son los gatos quienes le custodian,

que es el ganado el que vela su sueño,

que es la cosecha quien pone orden en sus días

y es la casa la que cuida de él.