Ramiro Pinilla. Foto: Carlos García
Tenía razón Ramiro. Es una pena morir. Y ahora se ha muerto él y es como si a uno de repente se le cayera un brazo al suelo o se le abriera un hueco en el pecho. Sus 91 años ni justifican ni alivian la pérdida. Nació el mismo año que mi padre, el 23, y los dos, gente curtida y humilde, vivieron parecidas cosas. Tiempos difíciles. La guerra, la posguerra, la clase social de los que viven por sus manos. Mi padre murió en el 2011, con 88 años. También sin enfermedad, ni agonía ni gaitas. Te mueres y santas pascuas. Me quedó Ramiro, en quien desde entonces me complació hallar la sombra de lo paterno.Ramiro era un vasco apacible que había leído a Faulkner. No le gustaban los habladores. No le gustaban el barroco ni el nacionalismo. Lo suyo era contar historias, dramas de la gente común, de Getxo principalmente. Profesaba la convicción del estilo transparente, de la prosa que no se nota. Pero Ramiro, joder, le decía yo, ¿no pretenderás que todo el mundo escriba como tú? Y se quedaba pensando. Es que es verdad: si no hubiera escritores preciosistas, le decía yo, la sencillez pasaría inadvertida.
Durante largos años me profesó agradecimiento. Por nada. Me cupo la suerte de interceder por él cerca de Tusquets. Justo un pelanas como yo, que ni estirándome habría sido capaz de redactar un renglón de Verdes valles, colinas rojas. Así y todo, siento un pinchazo de gusto cada vez que veo los tres volúmenes de la novela en una librería. Son como un poquito míos. Un poquito nada más. Y le dije una noche en San Sebastián, cenando: Supongo que sabes que este libro está llamado a perdurar, ¿no? Ramiro me miró en silencio, con el gesto con que otros mirarían a un vendedor de galaxias.
No le han dado el Cervantes. No será porque algunos no lo hubiéramos pedido públicamente. A él le daba igual. No, porque te lo mereces. Y al decírselo volvía a ver en mí al vendedor de galaxias; él que llevaba mucho más tiempo que yo en la Tierra y sabía, porque sabía, porque era un sabio con su retranca, su boina, su huerta y su estoicismo, cómo funciona el corazón de los hombres.
Adiós, Ramiro. Adiós, amigo. Y gracias. ¿Por qué? Joder, por tus libros, por tu conversación, por ti mismo. ¿Qué preguntas tienes?