Existe en Japón, desde antiguo, la creencia de que la poesía sirve para afrontar la adversidad con entereza. Que si uno está disgustado o triste, ha perdido un pariente o sufre por desamor, la mejor medicina es el poema. No ha de extrañarnos, por tanto, que algunas de las más vivas composiciones del género estén entre los llamados haikus de muerte, o lo que es lo mismo, entre los haikus de aquellos que van a morir, y se despiden. Toda una larga, milenaria tradición respalda esta última costumbre, y ahora un libro coordinado por Elena Gallego y Seiko Ota (Haikus en el corredor de la muerte, Hiperión) recoge una selección de textos con la particularidad de que pertenecen, todos, a ejecutados de los últimos cien años. Se trata de composiciones herederas de jisei no ku (literalmente: "palabras al abandonar el mundo") que han cultivado incluso los samurais en los momentos previos al harakiri.



Aquí no predomina el desgarro, sino la serenidad. Poetas improvisados, algunos llegaron a aprender la técnica del haiku en prisión. Es el caso de Kooyoo, muerto a los 28 años. Comenzó a escribir en la cárcel y se despidió con un haiku en el que retumba su voz aterrada en los muros de la celda:



Cuando me callo,

la pared empieza a sonar.

Tarde primaveral.



Se lee en casi todos, como en el antecitado, el llamado kigo o ritual "palabra de estación", cuya presencia en los haikus tienen teorizada las coordinadoras de este volumen en otro libro de la misma editorial y que, dicen, no es solo una señal que identifica la época del año, sino que "nos transmite una imagen o símbolo de la estética tradicional". Otro ejemplo lo encontramos en el haiku de Uichi, que le quita hierro a la ejecución el día de la víspera:





Ejecución mañana;

igualo las uñas cortándolas,

noche primaveral.



Al profesor Fernando Rodríguez-Izquierdo, autor del prólogo de la antología, ese haiku, "su elegante gesto", le recuerda a un célebre tanka (cinco versos), atribuido a Sookan Yamazaki, que fue ejecutado en 1540:



Si alguien preguntara

adónde ha ido Sookan,

decid tan sólo:

"Tenía cosas que hacer

en el otro mundo".



Hay condenados que se quieren ir despacio y en silencio, como Bokuisi en 1914: "¿Una palabra de despedida? / La nieve que se derrite / no huele". Para Rodríguez-Izquierdo, el condenado quiere decir que "la palabra de despedida debe ser tan discreta como el tránsito de la nieve al agua (tránsito que, por cierto, es transformación, más bien que muerte)". Los hay que comienzan con fuerza hasta que decaen las palabras: "¡Despejado cielo / invernal! / No tengo dónde agarrarme", y otros que expresan un deseo inalcanzable: "Estando en la celda, / por el cielo voy primaveral / estoy corriendo". La brevedad del haiku acaso sea el molde perfecto para este último descargo, opina el prologuista y experto en Japonología de la Universidad de Sevilla. Esa brevedad que predispone al laconismo, así como la rotundidad de los tres versos. Si es que cabe decir que algún haiku no surge, en principio, como un adiós. "No hay ningún verso en toda mi vida que no sea un poema de despedida", escribió Bashoo en 1694. Y antes de irse:



Un viejo estanque:

se zambulle una rana,

ruido de agua.



El haiku iguala, como iguala la muerte. Escriben inocentes, culpables, arrepentidos. Masashi voló en 1974 un edificio de la Mitsubishi. Mató a ocho personas e hirió a 165; y dice:



Canción revolucionaria,

la canto en voz baja.

Despejado en tiempo de lluvia.



Un capítulo entero está dedicado a los haikus para las madres. "Solo una tarjeta / recibí en Año Nuevo; / era de madre", se lee en el de Footen, ejecutado a los 30 años. El Año Nuevo japonés es otra presencia constante en los poemas: hay tres días en que se detienen las ejecuciones y algunos encuentran el sosiego necesario para escribir. Un derrotado de la Segunda Guerra Mundial fue condenado en 1962; poco antes de morir, a los 48 años, escribió sobre su sentimiento de culpa: "Me golpean / me golpea Dios. / Paso la Nochevieja". Y más culpa, la Shoogetsu, que se pasaba las horas abrazado a la tablilla mortuoria budista de su madre, por cuyo asesinato cumplía condena e iba a ser ejecutado: "Flores de cereza derramándose, / diciéndome "muérete", / me lleva encima".



El libro termina con un epílogo y una nota de denuncia. El haiku de despedida está tan interiorizado en Japón como la pena de muerte. En el epílogo, Elena Gallego da las últimas noticias sobre la pena capital en el país, que se lleva a cabo siempre con la horca y que en contadísimas ocasiones, dice, y pese a la manifiesta inocencia de algunos reos, se ha suspendido una vez pronunciada la sentencia. Significativa es la excepción de Hakamada Iwao, que salió este mes de marzo del corredor de la muerte e inmediatamente ingresó en el Libro Guinness de los récords: había estado cuarenta y ocho años esperando la ejecución, más que ningún otro ser humano en la historia.