Juan Villoro. Foto: Alejandro García
El ingenio es ambivalente: puede conducir a la revelación o al chiste. Pero cuando las revelaciones son tan precisas y los chistes tan tronchantes como en el último libro de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), ¿Hay vida en la tierra?, ha llegado el momento de admitir que el ingenio ha sido una inversión productiva. Villoro es uno de los novelistas más importantes y mejor exportados de México, un irónico luminoso que aquí se pone al servicio de un género peculiar, ese que Juan José Millás bautizó en su día como "articuento": un texto concebido para publicaciones periódicas, simultáneamente periodístico y narrativo. Los cien fragmentos que integran ¿Hay vida en la tierra? seducen al lector gracias a una prosa feliz, muy ágil, que acumula chispazos y parece (parece) fácil y urgente.Parafraseando a Thomas Mann, escribe Villoro: "la principal diferencia entre alguien que redacta por una razón cualquiera y un novelista de verdad es que al segundo le cuesta más trabajo. El arte suele surgir de un problema superado y se estimula a través de restricciones". Sin embargo, estas páginas se intuyen un reposo de guerrero, están más cercanas a unas volteretas en la playa que a un partido de competición oficial. Hablo de cómo leerlas, y no necesariamente del proceso de escritura que ha seguido su autor. Y hablo elogiosamente: reír en voz alta con un libro siempre nos lleva a sentirnos agradecidos.
¿Hay vida en la tierra? es, primero, un libro sobre la vida cotidiana, y luego sobre México; finalmente, por onda expansiva, también puede ser considerado un trabajo acerca del mundo contemporáneo. Visto desde esta última perspectiva, pone en circulación ideas muy higiénicas pero no deslumbrantes: la opinión de Villoro sobre las tecnologías, la publicidad, la globalización o la colonización del cuerpo por la cirugía difícilmente sorprenderá, aunque resulte agradable coincidir con él a menudo. Pero en las otras dos capas de lectura, las más esenciales en realidad, el autor está magistral.
Retratado mediante un sarcasmo oxigenante y tierno, aquí México se erige duro, impuntual, comilón y ranchero: "a este país le faltan tres cosas: seguridad, justicia social y delanteros". Ciertamente, Queridos mexicanos no sería mal subtítulo para este libro, con todo lo que tendría de costumbrismo y de burla cariñosa. En cuanto a lo cotidiano, en manos de Villoro una vida es un lugar extraño que invita al aforismo, al humor, a la pirueta intelectual, a la narración: "los confundidos escriben historias para que los demás opinen", le dice un amigo. Y Juan Villoro, confundido, se lanza a tejer analogías entre fútbol e identidad nacional, heces y destino, canapés y estadística. Highlights humorísticas: el matrimonio que llega a la paz social gracias a una película de karatekas y el amigo que no se suicida porque no recuerda dónde dejó la pistola.
Amistad y relaciones sociales son, precisamente, dos constantes de ¿Hay vida en la tierra? que le otorgan una particular coherencia narrativa. Tantas veces nos han vendido los más inconexos volúmenes de relatos como "novelas fragmentarias" que casi resultaría natural leer un poco novelescamente estos cien textos en los que reaparecen de tanto en tanto algunos personajes memorables: la familia Glutamato, por ejemplo, o el fiel amigo Chacho. Pero el verdadero eje vertebral, obviamente, es la mirada del autor y su forma de condensarse en perlas aforísticas, más civiles que poéticas: "en el estado laico, ningún misterio teológico supera al de la burocracia", "los remolinos en el pelo y en el tráfico vuelven elocuentes a los hombres". Villoro practica el género del artículo desde la tradición, y en el prólogo escrito en 2011 cita a su parentela: Camba, Roberto Arlt, Cunqueiro, Gómez de la Serna, Josep Pla, Queiroz, Ibargüengoitia. Esta conciencia tan exigente contradice, como ya habíamos insinuado, la sensación de "facilidad" que desprende el volumen, y lo sitúan en el terreno difícil de quienes inventan invirtiendo la anécdota.
Ha sido este un año curioso para el lector español de Villoro, pues hemos conocido dos obras tal vez periféricas, una por ser sólo medio suya (El ojo en la nuca, escrito en intercambio con Ilan Stavans) y ¿Hay vida en la tierra? por pertenecer a un género de frontera. En esa frontera, Villoro nos ha doblado de la risa sin renunciar a su elegancia impecable.