Javier Reverte

"La verdad sobre Roma no se encuentra en ninguna parte... En Roma, hasta una simple cochera suele ser monumental". Javier Reverte comienza con esta cita de Stendhal su Otoño romano (Plaza&Janés), un diario de su estancia en la capital italiana entre septiembre y diciembre de 2013. Cuenta el autor de Barrio Cero que eligió el dietario por ser perfecto para dar cuenta de un idilio. "Nunca he escrito diarios. Pero creo que si escritores como Goethe o Stendhal lo hicieron para hablar de Roma es porque un diario muestra, quizás mejor que ningún otro género, la evolución de una historia de amor".



Hace un año, José Antonio Bordallo, director de la Academia de España en Roma, le propuso a Reverte, con quien había trabado amistad durante su estancia en el Congo, el proyecto de escribir un libro sobre la ciudad. "Se inventó para mí la figura del becario emérito -cuenta el escritor-. Esto tiene la parte buena de que me dan un alojamiento y la mala de que no cobras nada..." Reverte se instaló con su mujer en un estudio en lo alto de la colina de Gianicolo, en el Trastevere ("La de mi apartamento es sin duda una de las mejores vistas de la ciudad, si es que no la mejor", escribe al comienzo del dietario) y comenzó a trabajar. "Desde lo alto del Tempietto me sentía parte del monumento; cada mañana los turistas y los estudiantes llegaban y sacaban fotos al lugar desde el que yo estaba escribiendo". Había días, dice, que levantaba la vista del folio y ya no podía escribir una palabra más.



Como para Stendhal, el principal atractivo de Roma es, para Javier Reverte, la naturalidad con que lo grande y lo bello se integran en la caótica vida cotidiana de la urbe. "Es una ciudad que nunca termina, que se esconde", anota. Ni tres vidas serían suficientes para completar Roma. Y cuenta una anécdota del día en que visitó la basílica de San Agustín. Además de la famosa Madona de Loreto, de Caravaggio, el escritor buscaba al profeta Isaías en un fresco de Rafael. "No lo encontraba y tuve que preguntarle a un empleado. Me lo señaló en lo alto de una columna, casi a oscuras; ni siquiera estaba señalado".



Reverte conocía bien Roma, aunque nunca había vivido allí. Tres meses fueron suficientes para cambiar su visión de una ciudad de la que dice haberse enamorado. De la ciudad y del país, aunque durante su estancia tan solo saliera tres veces de los márgenes de las siete colinas. Italia es un país que se explica con la frase de Montanelli: "Italia es una España cómica y España es una Italia trágica". "Este libro quiere ser un canto a la belleza de Roma", insiste Reverte. "Los romanos están siempre con la bellezza en la boca. Incluso la gente, dentro de ese caos cotidiano tan característico de la ciudad, intentan adoptar actitudes que no desmerezcan la belleza que tienen alrededor".



Como hace siempre, meses antes de viajar trató de leer lo más significativo que se había escrito sobre la ciudad. Y entresacó unas citas para abrumarnos ya en la primera página. Cervantes: "¡Oh, grande, oh, poderosa, oh, sacrosanta alma ciudad de Roma!"; Quevedo: "Buscas en Roma a Roma, ¡oh, peregrino!, y en Roma misma a Roma no la hallas"; Goethe: "Aquí, en Roma, hay que volver a nacer, los conceptos anteriores se convierten en algo tan inservible como unos zapatos de niño para un adulto"; Chateaubriand: ¡Qué ciudad!..., es bella para olvidarlo todo, para despreciarlo todo y para morir"; o Henry James: "Roma es la mezcla de la antigüedad más austera con la modernidad más frívola". La visión romana de Reverte es literaria, es la Roma de todos estos autores, y de Stendhal, de Ugro Magri, de Pérez de Ayala o de Poe.



"¿Te gustó La Gran Belleza?", le preguntó alguien ya al final de la presentación. Y Reverte: "La vi al día siguiente de volver de Roma y casi lloro". De Roma, quizás lo que más le emocionó fue el Panteón. "Cada vez que pasaba por delante entraba un rato". Y en particular, el epitafio a Rafael, acaso el más bello que se haya escrito nunca: "Aquí yace Rafael. La gran madre de las cosas (la Naturaleza) temió ser vencida por él, y temió morir cuando él murió".