Integrantes de la Asociación de Gitanas Feministas, concentradas en la puerta de la RAE.

Volvemos por enésima vez al espinoso tema de las palabras y acepciones peyorativas en el Diccionario de la Real Academia Española. La Asociación de Gitanas Feministas se concentraron el jueves frente a la sede de la institución para exigir la eliminación de una de las acepciones de la palabra "gitano" y "gitanada", pero la RAE se mantiene en sus trece: el DRAE no promueve o condena un uso determinado de la lengua, sino que se limita a registrarlos.



Tras otras protestas reiteradas de la comunidad gitana a través de diversas asociaciones, que fueron respaldadas por la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, en la última edición impresa del diccionario, lanzada hace pocas semanas, la RAE ha eliminado la acepción de gitano y gitana como persona "que estafa u obra con engaño" -sigue apareciendo en la versión online-, pero mantiene el sentido peyorativo al remitir al término "trapacero": "que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto". Asimismo, la palabra "gitanada" remite a "trapacería", y ésta, a su vez, a "trapaza": "artificio engañoso e ilícito con que se perjudica y defrauda a alguien en alguna compra, venta o cambio". O sea que la acepción peyorativa de gitano sigue ahí, pero un poco más escondida.



La institución tricentenaria, en un comunicado emitido tras la protesta de las gitanas feministas, indica que envió a la Defensora del Pueblo "cumplida documentación lexicográfica que acredita que ninguna de las acepciones reseñadas, tanto las de contenido neutro como las positivas y las peyorativas, es ajena al uso del español literario y hablado desde 1500 hasta hoy mismo", y añade: "El que una palabra o acepción figure en el Diccionario de la lengua española no es fruto de una invención o de la voluntad arbitraria de la Academia, sino que obedece a la obligada incorporación a este repertorio lexicográfico de los usos léxicos del español utilizado en la realidad".



"Al plasmarlos en el Diccionario, el lexicógrafo está haciendo un ejercicio de veracidad; está reflejando usos lingüísticos efectivos, pero no está incitando a nadie a ninguna descalificación ni presta su aquiescencia a las creencias o percepciones correspondientes. Es más, con esta práctica proporciona los datos necesarios para que la propia sociedad identifique la existencia de usos lingüísticos inconvenientes, cuya erradicación ha de fomentarse precisamente a través de la educación. Es una tarea que el Diccionario no puede suplir".