Decía Eugenio Trías que, paradójicamente, las épocas de crisis, aquellas en las que el valor del pensamiento se desdibuja y la sofística de moda impone su chato pragmatismo, suelen ser épocas en las que el deseo de filosofar acaba aflorando con nuevos bríos y reinventa su ejercicio. Alentada por esta convicción, su obra fue capaz de forjar, a contracorriente de la posmodernidad, una escritura filosófica original, con valiosas incursiones en los campos de la ética, la estética, la ontología o la filosofía de la religión, que la consagraron como uno de los hitos más relevantes del pensamiento español contemporáneo.
En un momento como el presente, en el que el lugar de la filosofía en la formación de nuestros jóvenes se ve amenazado por una visión estrecha de la misión educativa, escorada hacia la sola preparación de profesionales y no de ciudadanos cultos, resulta un consuelo comprobar que la creación filosófica en nuestra lengua sigue gozando de cierta mala salud de hierro. La obra del filósofo, filólogo y jurista Javier Gomá (Bilbao, 1965) es una excelente prueba de ello.
No son pocos, por cierto, los rasgos de la oferta de sentido elaborada por Gomá que recuerdan a los de la filosofía del límite de Trías. Para empezar, una común voluntad de estilo. Y, sobre todo, una misma ambición teórica, que entiende la labor filosófica como algo opuesto a toda parcelación del saber, así como al encierro en una jerga para iniciados. También para Gomá la filosofía es vocación de claridades, destinada a dar razón del presente, iluminar sus zonas oscuras y sugerir su posible mejora. Por eso no ha de limitarse a la revisión obsesiva de su propia historia, sino salir al mundo, enfrentarse directamente a la objetividad y proponer un ideal a la sociedad de su tiempo. En su caso, esta propuesta gira en torno a la noción de ejemplaridad, verdadero eje vertebrador de las cuatro obras que componen la tetralogía que ha venido publicando, con notable éxito, desde hace una década y que ahora aparece compilada en edición de bolsillo.
Su primer libro, Imitación y Experiencia, nos descubrió ya a un ensayista de relieve, Premio Nacional de Ensayo 2004, que en un discurso de largo aliento enhebraba una historia cultural de la imitación con un examen de lo común a toda experiencia humana. Comenzaba así a desplegar no sólo aquella idea germinal del “universal concreto”, del ejemplo personal que puede proyectarse colectivamente, sino también algunos de sus más destacados motivos polémicos. En particular, contra el dogma moderno de la plena autonomía del sujeto, Gomá nos hacía ver cómo la experiencia no consiste en el ejercicio solipsista de un yo, antes bien, se constituye mediante una imitación de los ejemplos, como legado de costumbres transmitido por la tradición.
En Aquiles en el gineceo exponía el proceso de maduración del individuo del estadio estético al ético, esto es, de la ensoñación juvenil al compromiso adulto con el hogar y el trabajo, y lo hacía -quizá en el texto más bello de los cuatro- mediante el ejemplo del héroe griego que, tras pasar su adolescencia oculto en un gineceo, decide ir a Troya a combatir junto a los aqueos, aun a sabiendas de que allí encontrará la muerte.
En Ejemplaridad pública proponía una prosecución del compromiso ético con la familia y la vocación en el que corresponde a la vida ciudadana, sugiriendo un nuevo principio organizador de la democracia para una época en la que el autoritarismo y la coerción han perdido su poder cohesionador.
Por último, en su cuarto libro, Necesario, pero imposible, Gomá se preguntaba cómo conciliar la aguda conciencia de su dignidad incondicional del hombre moderno y ese desmentido radical que supone el indigno destino de tener que morir que a todos nos aguarda; y exploraba la posibilidad de una forma de continuidad de la vida, algo así como una “mortalidad prorrogada”, donde la super-ejemplaridad de Cristo aún tendría mucho que decir al hombre contemporáneo.
Una vez completado el plan de esta tetralogía, su reedición en versión “portátil”, reuniendo los cuatro libros y añadiéndoles una esclarecedora presentación, nos permite contemplar con más perspectiva su alcance.
Si ya en su día la oportunidad del concepto de “ejemplaridad” para responder a la demanda social de un principio más eficaz de regulación de la conducta cívica supuso un refrendo al libro Ejemplaridad pública, es evidente que hoy, cuando la ciudadanía se siente escandalizada por los continuos casos de corrupción en la vida pública, vuelve a primer plano la importancia de dicho concepto.
Según Gomá, nuestras sociedades democráticas se asientan en dos principios, el respeto a la ley y el derecho a la intimidad. Su excesiva separación ha generado, sin embargo, una doble insuficiencia: la de un poder que sólo mueve coactivamente y la de una individualidad extravagante que cree que su esencia estriba en su condición única e irrepetible, exenta en su privacidad de todo compromiso social. Gomá discute ambos desvíos. Lo que nos hace más individuos es aquello que todos compartimos: el hecho de ser mortales. Y no somos entidades autónomas, sino inmersas en una red de influencias mutuas, donde todos somos ejemplos para todos. La noción de ejemplaridad no admite esa parcelación de la vida en los planos de lo privado y lo público, y así posibilita un impulso movilizador del que carece aquel sentido coactivo de la ley. Por eso Gomá considera que ahora que vivimos en una cultura no elitista ni represora es el momento de hacer un uso virtuoso de nuestra libertad, comprendiendo que todos tenemos la responsabilidad igualitaria del ejemplo. Más que fiarlo todo a la sanción, convendría educar a los ciudadanos en la virtud de la ejemplaridad.
Ahora bien, por más que la coyuntura presente focalice la atención en determinados aspectos de la reflexión de Gomá, ésta no es sin más la receta de un moralista. Desde luego, en tanto propone un ideal, la dimensión ética resulta sustantiva en su proyecto filosófico, pero éste involucra también las esferas de una teoría de la cultura, una antropología e incluso un esbozo de ontología. Merece la pena, pues, demorarse en la lectura íntegra de estos cuatro espléndidos ensayos, que incitan a sacudirnos nuestro escepticismo y apostar, con lúcida ingenuidad, por un nuevo proyecto civilizatorio.
Naturalmente, una ambiciosa propuesta como ésta, fiel a la vocación filosófica de abrazar la totalidad, despierta interrogantes en diversos puntos de su trazado: ¿es posible, en una sociedad multicultural, determinar un contenido concreto para las buenas costumbres sin regresar a un universalismo premoderno? Sentir como indigna nuestra condición mortal y aspirar a una prórroga, ¿no es seguir preso del deseo romántico de un yo que se quiere absoluto y no se resigna a su contingencia? ¿No cabe entender el gesto de Aquiles como renuncia a los lazos familiares y entrega al ideal cívico común, para ser inmortal en el recuerdo de su gesta?
Es de justicia reconocer que muchas de estas cuestiones las plantea Javier Gomá en clave tentativa, bien como hipótesis, bien como apuestas de sentido que, según corresponde a las verdades de la filosofía, no cabe demostrar al modo científico, sino que se muestran convincentes porque nos inspiran y animan a realizarlas. Esta es la fecundidad mayor de una obra que, sin duda, constituye una de las piezas más sobresalientes del ensayismo español actual.