Interior de Tipos Infames.
Los últimos datos apuntan a una cierta ralentización en la caída de ventas de libros. Hablamos con los libreros de Tipos Infames, Tres Rosas Amarillas, Cervantes y compañía y Cave Canem para comprobar si ellos ya lo están notando.
Pero no todos los libreros están de acuerdo. "En realidad -nos cuenta Gonzalo Queipo, de Tipos Infames, que asegura que su librería se mantiene más o menos como empezó: "sobreviviendo"- lo que hacemos nosotros no es para nada moderno; es decir, conocer los libros que vendes, poderlos defender y guiar al lector es tan antiguo como el oficio de librero". Esta librería, además de ofrecer cafés y vinos, acoge todo tipo de actos; esta mañana, sin ir más lejos, dos entrevistas, simultáneas, a escritores, y una de ellas en televisión. Pese a todo, dice este socio, su negocio sigue siendo la literatura, que supone el 80% de su facturación. "Sí que hay lectores que vienen con suplementos culturales, leen alguna reseña positiva y entonces curiosean, se llevan algún libro..."
Esta reinvención no es suficiente, dicen, y lo cierto es que para algunos libreros resulta hasta penosa. José Luis, de Tres Rosas Amarillas, asegura no estar dispuesto a convertirse en "un hombre orquesta". El nombre de su librería, un homenaje al famoso cuento de Raymond Carver sobre los últimos días de Chéjov, ya nos da una pista sobre la arriesgada apuesta de esta tienda especializada en narrativa breve. "Yo ya he tenido que ofrecer servicios editoriales, organizar actos, etcétera, y estoy encantado... pero poner también un bar aquí -y entonces simula llevar, en la palma de la mano, una bandeja-, ¡eso sí que no!". Luego reflexiona, y dice: "Aunque también es cierto que a la gente lo que le gusta es ir al bar..." José Luis está irritado con la situación actual, con los políticos y con su escaso, o nulo apoyo a la cultura. También está enfadado con Google, que aún no ha puesto su nueva dirección en internet (Espíritu Santo, 12). Mientras me cuenta, alguien llega y compra un libro de Carver, que está apilado junto a clásicos del género, como Borges, Cortázar o Cheever, y también entre objetos de más o menos difícil clasificación.
La reinvención de esta librería consiste en ofrecer ediciones ilustradas, algunas de cuentos infantiles y hasta artesanía, todo ello mezclado con "los muertos", que, dice el librero, son "los que venden de verdad". La librería parece el estudio -amplio para ser un estudio; recogido para ser una librería- de un bibliófilo aficionado a las curiosidades. "La gente no compra, pero porque tiene el miedo metido en el cuerpo", sostiene José Luis, que ha observado, dice, que "muchos no van a las presentaciones de sus amigos con tal de no tener que comprar el libro".
Parecido análisis, por lo negativo, hace María, de Cervantes y compañía. "Nada, nada, nada", dice, y niega con la cabeza, al ser preguntada por esta supuesta recuperación de la que venimos hablando. Su librería apuesta, como las otras que visitamos aquí, por los lectores, y no es una frase hecha: lector, nos dice, es aquel que compra libros sin fiarse de la lista de bestsellers, lector es aquel que aún desea el libro, el objeto, aquel que puede entrar en un librería y llevarse a un autor que cinco minutos antes no conocía. "Se trata de saber a quién te diriges", dice María, que compara al librero con un farmacéutico: "Los libros también dependen un poco de tu estado de ánimo. También te digo que muchos consumidores de grandes superficies han venido aquí un día, de casualidad, y hemos logrado fidelizarlos".
Los libros que mejor han funcionado últimamente, según esta encuesta apresurada, son Del color de la leche, de Nell Leyshon (elegido libro del año por los libreros); Un viaje a la India, de Tavares; o Los extraños, de Vicente Valero. Alejandro Schwartz, socio de la librería Cave Canem (Cuidado con el perro) destaca los Thoreaus que viene sacando Errata Naturae, como Musketaquid o el más reciente Un paseo invernal. "Se venden bien, quizás porque el estilo de vida que propone Thoreau va con estos tiempos...", dice. Alejandro tiene la puerta cerrada cuando llegamos. Nos hace pasar a su pequeña librería; en la parte de atrás tiene un estudio en donde ejerce su "primer trabajo". Diseña webs y es pesimista. "Este proyecto sobrevive porque mi socio y yo tenemos otros trabajos y lo de los libros es algo que hacemos por vocación", nos cuenta. En las estanterías, y en el estrecho escaparate, hay, junto a los libros, objetos de diseño que, dice, se venden "muy de cuando en cuando". Antes de irnos Alejandro nos cuenta que el otro fin de semana, estando de paseo, reparó en todas las librerías nuevas que han ido surgiendo por el centro, y de cuya existencia, en muchos casos, ni él mismo, que es del sector, estaba enterado. "¡Una se llamaba como la nuestra!", exclama. "Me pareció una barbaridad".