Luis Antonio de Villena. Foto: FDQ.

El 6 de marzo de 2014 se extinguió para siempre la saga maldita de los Panero con la muerte de su último superviviente, Leopoldo María (1948-2014). A partir de entonces, Luis Antonio de Villena, que trató a la familia durante años y en la intimidad, se vio legitimado para contar sus experiencias con ellos sin ningún pudor en un libro que ahora publica la Fundación José Manuel Lara con el título Lúcidos bordes de abismo. Memoria personal de los Panero. Cientos de anécdotas suculentas se entrelazan con la indagación constante del autor sobre los motivos que llevaron a la destrucción de los tres hermanos, Leopoldo María, Juan Luis (1942-2013) y Michi (1951-2004), y de su madre, Felicidad Blanc (1913-1990). De hecho, mientras escribía el libro, a Villena se le impuso un título más rotundo: Teoría de la destrucción, pero no lo pudo cambiar porque ya se había publicitado con el otro.



"En mi generación se estilaba mucho ser un perdedor, mientras que ser un ganador era ser un hortera, pero creo que ellos perdieron mucho más allá de lo esperable", recuerda Villena. "Los tres hermanos culparon primero al padre, luego a la madre y luego a la vida. Llegaron a la conclusión de que la vida es un error y vivieron según esa idea". Cada uno siguió un camino diferente para acabar en el mismo sitio.



El escritor cree que los excesos no fueron tan determinantes en la destrucción de Leopoldo María como la gente piensa, ya que pasó 30 años en hospitales psiquiátricos bajo una estricta vigilancia médica, motivo por el que odiaba a su madre, aunque nunca dejó de quererla. "Nunca supe exactamente qué tenía Leopoldo. Probablemente empezó con esquizofrenia, pero creo que luego se le juntaron muchas más cosas".



La destrucción de Michi, el único que no fue poeta, tenía su origen en "la invalidez y la desprotección absoluta" y la de Juan Luis fue "convencional, a la manera del clásico perdedor, que se correspondía con los modelos literarios que él manejaba, como Scott Fitzgerald o Malcolm Lowry". Mientras, a Felicidad, la "desoladora madre" -como la calificó Leopoldo en el duro poema Ma mère- "se le cayó todo alrededor y se quedó completamente sola en medio de un panorama en ruinas".



A pesar de contar cosas que, probablemente, los Panero no querrían que se supieran, Villena cree que el libro les habría gustado. A fin de cuentas, ellos ya habían sacado a la luz casi todos sus demonios en El desencanto, el célebre documental sobre la familia dirigido por Jaime Chávarri y producido por Elías Querejeta, que se estrenó en 1976 ante un público dividido entre el asombro, el entusiasmo y la indignación. En él, los tres hermanos y la madre dilapidaron la figura del difunto Leopoldo Panero (1909-1962), "buen poeta también, aunque demasiado tradicional", y al mismo tiempo "padre borracho y violento que desatendía a su esposa y se presentaba en público como un auténtico caballero cristiano". Aquello supuso una tremenda negación del "modelo de familia patriarcal que había imperado en España y que hizo infelices a todos", afirma Villena. "Lo único que he hecho ha sido llevar más lejos lo que ellos hicieron en el documental de Chávarri: poner la verdad por delante, aunque fuera dura y contraviniera los valores de la pacata tradición española, de la que echaban pestes. Aquello no fue el fin de la destrucción de la familia, sino el comienzo. Luego su historia se multiplicó por 200", asegura el escritor.



Recuerda Villena que quizá la única vez que vio juntos a los tres hermanos fue, precisamente, en el estreno de la película en el desaparecido cine Palace de Madrid, y cómo Luis Rosales, íntimo amigo de Leopoldo padre, salió despavorido de la sala junto a su mujer al terminar la proyección, dejando a Juan Luis con la mano tendida.



A quien más trató Villena fue a los dos hermanos poetas, Juan Luis y Leopoldo María, siempre por separado porque ellos no se soportaban. "Al principio les enfrentó la competencia literaria, porque Leopoldo tuvo éxito antes que Juan Luis, que era el mayor. Pero detrás de eso también había una mutua incomprensión absoluta, porque eran figuras diametralmente opuestas. Tenían referentes literarios y humanos distintos y un concepto de la vida distinto. No coincidían en nada, así que por fuerza debían acabar muy separados", opina el autor.



De los muchos momentos que Villena compartió con Leopoldo María, abundan las "salidas sexuales y cinegéticas" por bares de ambiente gay de Madrid como el Drugstore, "que era una cueva pero era agradable". En ese sentido, el libro es también un valioso testimonio de la vida nocturna de la comunidad homosexual en los últimos años del franquismo y primeros de la democracia en la capital.



Quizá la anécdota que mejor ilustra la excentricidad de Leopoldo, antes de empeorar gravemente, es la que tuvo lugar cuando ambos conocieron a Octavio Paz en Madrid. En un encuentro con jóvenes poetas locales orquestado por el editor Jaime Salinas, el mexicano se llevó aparte a Leopoldo para conversar con él en privado, ya que tenía mucho interés en conocerle personalmente. Nadie sabe de qué hablaron pero, después de la reunión, Leopoldo le soltó a Villena: "Octavio Paz es más tonto que de aquí a Tijuana" y repitió la frase "unas doscientas veces seguidas". El mediano de los hermanos Panero tenía a menudo este tipo de arranques y Villena, que ya estaba acostumbrado, procuraba ignorarlos. Después de aquella noche, Leopoldo nunca más volvió a mencionar al que había sido hasta entonces uno de sus poetas preferidos.



Villena detesta las biografías de carácter hagiográfico. "Las que me llegan las tiro a la basura directamente", dice el poeta y crítico literario. Por eso, asegura, las buenas biografías solo pueden escribirse post mórtem, como en este caso: "Hay que contar lo visible y lo invisible, como ellos mismos se atrevieron a hacer. Lúcidos bordes de abismo es una estatua de mármol que sobrevuela un ángel de sombra".