Especial: Lo mejor del año

Una lista de fin de año es un juego, y por lo tanto algo serio y azaroso. La lista de listas que presenta hoy El Cultural demuestra la buena salud de algunos prestigios, y por otro lado reconoce con al menos dos nombres (Halfon y Navarro) la presencia de una generación que ya no es tan joven y cuyos rasgos están cada vez más consolidados. Y aunque una lista es por naturaleza discutible (mi propia selección coincide en cuatro de diez títulos, así que siéntanse libres de llevarnos la contraria), parece muy compartible la impresión de que, entre nuestros narradores oficialmente consagrados, Landero, Cercas y Muñoz Molina han sido quienes más han acertado con sus proyectos. Al frente de la clasificación, pues, encontramos tres libros irreprochables. Quien quiera leer el resultado como una apuesta de bajo riesgo, tendrá que admitir en contrapartida que el criterio aplicado es razonable.



En el capítulo de presencias recurrentes, Luis Mateo Díez e Ignacio Martínez de Pisón son nombres que no sorprenderán a nadie, lo mismo que Javier Marías, cuya novela vuelve a ser muy discutida entre lectores irreconciliablemente partidarios o detractores. El ejercicio de imaginación daimónica ejecutado por Andrés Ibáñez se cuela aquí como pieza heterodoxa. Y la de Jorge Franco es significativamente la única novela con premio bajo el brazo: la creciente falta de garantías de los galardones en nuestro sistema literario es un tema que está a punto de aburrirnos, lo que significa que nuestra fe en revertir esa tendencia es escasa.



La narrativa española de 2014 ha evaluado la Transición y la crisis, y la lista se hace cierto eco de ello. Pero otros fenómenos quedan inevitablemente fuera del alcance de su radar: por ejemplo, el papel cada vez más relevante de la edición entre muy independiente y marginal, un arco entre Salto de Página y Aristas Martínez que está dando la alternativa a autores brillantes, pero también a nuevos temas y fórmulas narrativas, de la literatura de género al new weird.



Por cierto, cuando el año empezó se hablaba de un giro rural en nuestra narrativa; al final 2014 ha sido más bien un año de ciencia ficción y distopía, mientras desde el periodismo cultural silbamos con disimulo. Pero si se analiza con calma la producción de estos doce meses, seguramente todo gire en torno a la renovada pregunta sobre el realismo. También caben algunas dudas muy pertinentes en torno a nuestra selección: ¿por qué sólo dos latinoamericanos? ¿Por qué sólo una autora? Y una evidencia: este año no ha habido ningún libro-fenómeno, ni un consenso cerrado en torno a ningún título como pasó en otras ocasiones. Si nos ponemos estupendos, esto último cabría interpretarlo en sintonía con el debate público en España, en proceso abierto de revisión de antiguos consensos y tendente a ver dispersarse posiciones.



Si la ficción crea nuevos mundos (aunque a menudo estén en éste), la no ficción desmenuza el único existente como un geólogo que señala capas tectónicas y derivas continentales. Y este año, las fuerzas centrífugas nacionalistas e independentistas han ocupado el interés de nuestros ensayistas e historiadores. La heterodoxa y originalísima biografía de Jordi Gracia acerca de Ortega y Gasset, el filósofo que quiso vertebrar España, llega a la meta con varios cuerpos de ventaja. Y el resto de los libros elegidos se aplican en su mayoría al estudio del omnipresente caso catalán, pero también hay sitio para la sinuosa historia del movimiento liberal español, el terrorismo islamista, la filosofía mundana o los retos de nuestra maltrecha economía. Pero la no ficción, que ha soportado aún peor que la ficción las heridas de la crisis editorial, ha vivido fenómenos casi paranormales por su ambición (o imprudencia). Baste mencionar la edición de ensayos y estudios históricos originales de autores españoles y extranjeros por parte de editoriales pequeñas que han encontrado un buen puñado de lectores.



Más allá de las listas, cerramos un año en que Juan Goytisolo y Emilio Lledó ganaron el Premio Cervantes y el de las Letras, respectivamente. No, no los tenían todavía: apunten eso en la lista de buenas razones para el escepticismo con las instituciones. Por lo demás, hemos comprobado que los premios literarios no se rechazan, sino que se utilizan como altavoz de crítica. Con Gabriel García Márquez murió uno de los últimos escritores verdaderos de popularidad masiva, y el efecto se sintió en las redes sociales. Ana María Matute nos abandonó al mismo tiempo que su heredera Jenn Díaz daba un firme paso al frente para mantener en pie el legado. En el mundo de la edición, la muerte de Jaume Vallcorba fue una tragedia y, si nos empeñamos, la sinécdoque de toda una época de cambios. La despedida de Beatriz de Moura (con la de Herralde en el horizonte) refuerza esa idea, lo mismo que la polémica motivada por Gregorio Morán y su asalto al mandarinato español, un terremoto con réplicas.



Las aguas no bajan tranquilas; está por ver si sabemos canalizarlas.