No hubo intelectual tan viajero y curioso como Ortega y Gasset
ARROGANCIA. Apenas sumaba 19 primaveras cuando ya aspiraba a ser "uno de los españoles con más puntos de vista" y a cambiar la historia de su país. Y con 30 se sabía "el pensador más moderno, europeo y perdurable del siglo XX en España". Con razón, asegura Jordi Gracia. Y sin embargo, esa fundada arrogancia escondía un reverso oscuro: "Hipersusceptibilidad a la crítica, propensión a la intransigencia intelectual y resentimiento ante la desatención ajena".CORRESPONDENCIA. Gracia decidió que fuera el propio Ortega quien se contara " y yo quien decidiese qué contaba él". Para ello se valió de su obra pública pero también, y esa es una de las claves diferenciadoras del libro, "de un epistolario riquísimo y en su mayor parte inédito" donde asoman los nombres de Juan Ramón, Antonio Machado, Baroja, María de Maeztu, Azorín, Azaña o Zambrano.
ENSAYISTA. Es en sus ensayos y artículos recopilados, entre otros, en El espectador, La deshumanización del arte o en "su espléndido primer libro", Meditaciones sobre El Quijote -ensayos motivados por acontecimientos del momento- donde el biógrafo se topa con el "mejor Ortega", aquél que piensa con detenimiento acerca del arte, la sociedad o la poesía y que "es feliz y hace feliz al lector, siempre estimulante y directo y lúcido".
DINAMITA. Tal es la sustancia con la que Ortega irrumpe en la tradición filosófica de Occidente -el idealismo- con la intención de hacerla saltar en mil pedazos. Su apuesta es por "una filosofía de la contingencia, no como amputación de un mundo ideal sino como condición de lo vital, incluida la felicidad". Un proyecto persistente aunque en varias ocasiones truncado por los acontecimientos históricos -república, guerra civil, dictadura- pero también por la aparición de un contrincante temible: Heidegger.
HEIDEGGER. Y no hacía falta. Gracia explica que ya en un espléndido y fulminante artículo de 1929 esbozaba Ortega su desestimación del fondo idealista de Heidegger pero que no fue verdaderamente consciente de ello hasta 1947, cuando en un texto inédito "siente que ha explicado al fin sus discrepancias con él". El alemán nunca se liberó, concluye de una suerte de "pulsión todavía religiosa".
LEYENDAS. Son las hadas malignas que acechan a todo biógrafo y Gracia se impuso conjurarlas. Ortega no tuvo "mocedad porque su juventud es la de un adulto precoz y exasperantemente lúcido", repudió el fascismo "sin tapujos" y no tuvo nada de franquista "aunque durante la guerra fuera su bando".
POLÍTICA. No hay duda de que a Ortega, como a Unamuno, "le dolía España" y se sentía obligado a participar en la convulsa política de su tiempo. En 1930 funda la Agrupación al Servicio de la República, entona el "Delenda est monarchia" y llega a aspirar a la jefatura del nuevo Gobierno. Apenas seis meses después ya muestra su "desengaño", después llegará el "no es esto, no es esto" y 1936 le encontrará fuera del país apoyando con reservas al bando nacional.
RELIGIÓN. "Sacar a su sociedad del pensamiento místico y meterla en el orden racional y científico, responsable de sí mismo". El afán secularizador fue una de la obsesiones de Ortega, tanto en lo que concierne a la religión como a la superstición general que atenazaba a la sociedad de su tiempo. El suyo es "un pensamiento en libertad crítico con las supercherías, la obediencia por acatamiento y las verdades reveladas".
VIAJES. En la primera mitad del siglo XX no hubo intelectual tan viajero y curioso, que tejiera tan extensa trama de amistades, trabajo y confidencias con algunas de las mejores inteligencias del planeta. Marburgo, Leipzig, Buenos Aires, Montevideo, París, Leiden, Lisboa... Tras la guerra, señala Gracia "se traducen y reimprimen sus obras sin cesar, imparte conferencias, se le consulta en los altos niveles del poder. Ortega figura ya, internacionalmente como testigo y superviviente ejemplar del tiempo antiguo con lecciones vivas para el nuevo". Y al fin, en 1945, el viaje definitivo, el que traerá de vuelta al maestro a la oscura España de Franco, ese "vulgar demiurgo", ese "pobre hombre".