A Jane Hawking le encanta España. En 1963, con 19 años, la futura esposa de Stephen Hawking, el científico vivo más popular del mundo, paseaba por la Alhambra contemplando absorta su belleza mientras pensaba en su amado, el prometedor genio de los agujeros negros, al que ya le habían diagnosticado la terrible esclerosis lateral amiotrófica que, en teoría, acabaría con su vida en un par de años.
Esta nueva visita a nuestro país de Jane, que se doctoró en lenguas romances con un trabajo sobre la poesía amorosa ibérica del medievo, no ha sido tan agradable como esperaba: ha sufrido migrañas desde que aterrizó y para colmo le han robado la cartera. Ha venido para presentar Hacia el infinito. Mi vida con Stephen Hawking (Lumen), la versión definitiva de las memorias de su matrimonio con el astrofísico, una dificil historia de amor y desolación que duró 25 años. El biopic La teoría del todo, que cuenta con cinco candidaturas para los Oscar, está basado en este libro, que vuelve a editarse -en España de la mano de Lumen- coincidiendo con el estreno de la película.
- ¿Qué le llevó a escribir esta nueva versión de las memorias de su matrimonio con Stephen Hawking?
- Macmillan dejó caer el libro original, Music to Move the Stars. Pero un señor [el guionista y productor Anthony McCarten] vino de Nueva Zelanda a Cambridge para visitarme en 2004, porque había leído el libro y quería hacer una película basada en él. Yo le dije que no en ese momento, pero él recomendó mi libro a Alessandro Gallenzi y su esposa, que acababan de crear una nueva editorial en Londres, Alma Books. Cambiamos algunas cosas y publicaron una nueva versión del libro de la que estuve mucho más satisfecha que con la anterior. Y ahora que ha salido la película, la editorial ha aprovechado para hacer una nueva edición.
- Usted se casó con Stephen conociendo la enfermedad que padecía que le habían dado una esperanza de vida muy corta. Es una muestra de amor y generosidad sin límites.
- Lo es. Además yo era muy joven, aún me quedaba un año para terminar mis estudios en la Universidad de Londres, y tuve que prometer a mi padre que los acabaría. Pero yo estaba entusiasmada con la genialidad de Stephen y quería hacer todo lo que estuviera en mi mano por él durante el tiempo que le quedase de vida. Los dos tuvimos un sentimiento de euforia cuando decidimos casarnos porque todo parecía posible. Además, la gente olvida que en los sesenta había una nube nuclear sobre nuestras cabezas: en cualquier momento podía desatarse una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, así que pensábamos que a la raza humana quizá solo le quedaban unos cuatro años de vida.
- ¿Stephen le hablaba de sus investigaciones?
- Al principio me explicaba lo que estaba pensando sobre la expansión del universo, la contracción del universo, que si uno cayese dentro de un agujero negro saldría como un pedacito de espagueti... Todo eso me divertía mucho y me hacía sentir muy orgullosa de sus descubrimientos, era una maravilla. Cuando llegó el momento en que no pudo escribir con lápiz y papel, tuvo que memorizar todas sus ecuaciones. Todo su trabajo estaba en su cerebro. Alguien me dijo una vez que era como si Mozart compusiera una sinfonía sin escribirla, y creo que era una comparación acertada.
- Según su libro, parece que la frustración fue el sentimiento reinante en su matrimonio con Hawking.
- Era natural con un paciente que tenía tantas dificultades para comunicarse y para moverse. Yo tenía que estar ahí para él casi todo el tiempo.
- ¿Cómo era Stephen en lo cotidiano? ¿Se ocupaba de cuestiones prácticas o vivía sumido en sus investigaciones?
- No se preocupaba para nada de los asuntos cotidianos, sólo a lo que se refería a su estado de salud y de su supervivencia. No hacía caso de nada más.
- ¿No era un padre y un marido atento, dentro de sus posibilidades?
- Como marido y padre era muy generoso en cuanto a cumpleaños y aniversarios, pero aparte de eso se despreocupaba de todo lo demás. Ahora entiendo bien que era un genio típico, como Einstein, que iba a trabajar sin calcetines, o como otro de Cambridge que iba en pijama. Ahora puedo reír porque ya no importa, pero entonces era muy, muy difícil. En nuestro matrimonio estábamos él y yo, la enfermedad como partenaire y la diosa de la física. Y Stephen adoraba a la diosa de la física más que a nada.
- En el libro atribuye el fin de su matrimonio a la fama.
- A la fama y a la fortuna. Tenía cuidadoras que le adulaban y nosotros, su familia, no contábamos para nada. Después de 20 años yo no iba a postrarme delante de su silla de ruedas diciéndole: “¡Ay, qué genio eres!”
- La sociedad era muy machista cuando ustedes se casaron. Si para una madre y esposa ya era muy complicado -y lo sigue siendo- tener una carrera profesional o académica, en su caso debió de ser mucho más difícil.
- En esta época, en la Universidad de Cambridge una mujer que no tenía una identidad académica no era nadie, no valía nada. Despreciaban a las mujeres y, sobre todo, a las que eran madres. Pensaban que después de tener hijos no podía quedarnos ni una neurona en el cerebro.
- ¿Echa de menos haber podido dedicarse más a su carrera como lingüista?
- Traté de hacerlo y me saqué el doctorado, pero mucho tiempo después. Tenía que aprovechar cada minuto de paz en casa para hacer mi trabajo y en esas condiciones fue muy difícil escribir mi tesis.
- Stephen y usted rompieron hace ya dos décadas y rehicieron sus vidas. Si hubiera sido por usted, ¿habrían seguido juntos hasta hoy?
- ¿Hasta hoy? No sé... Después del divorcio de su segunda mujer [Elaine Mason, una de sus cuidadoras] nos hemos reconciliado. Le visito para contarle cosas de la familia y mantener la idea de que aún tenemos una familia unida. Para mí esto es muy importante, porque nuestros hijos son muy hermosos y muy trabajadores, no se merecen que haya una batalla entre sus padres. No diré que han sufrido, pero no tuvieron una juventud normal.
- Además tuvieron que soportar el peso de las comparaciones con su padre.
- Mis hijos no sufrieron ninguna presión por nuestra parte, sino de los demás, sobre todo de sus profesores. Decían: “Oh, Lucy, estamos muy decepcionados contigo. Pensábamos que ibas a ser una gran científica”. Igual pasó con Tim, mi hijo menor. Para Roberto, el mayor, aunque sea científico y matemático, resultó también muy difícil porque todo el mundo le comparaba con su padre, por eso se fue a vivir a Estados Unidos. Se casó con una americana y tiene hijos americanos.
- ¿Qué le parece la película?
- Es una maravilla. Hay muchos errores en cuanto a cambios de tiempo y hechos. Por ejemplo, algunas cosas que Stephen hizo en Oxford lo han trasladado a Cambridge, pero el director [James Marsh] y el productor me han explicado que era la única manera de poder condensar 25 años en dos horas. Aparte de eso, emocionalmente la película es totalmente verdadera. Es de una belleza extraordinaria y los actores son estupendos, sobre todo Eddie Redmayne, que interpreta a Stephen.
- Creo que a él también le ha gustado y que incluso han visto la película juntos.
- Sí. Stephen lloró, igual que yo. Ha dicho que le gusta mucho la película y que se siente afortunado de que haya salido durante su vida, y yo me siento igual. Es un privilegio que una empresa como Working Title, la mejor productora inglesa, haya hecho una película de nosotros, mostrando la verdad de nuestra relación. Aunque no muestra completamente cuán difícil era la vida a su lado.