Una imagen de La gran belleza de Paolo Sorrentino.

El director italiano Paolo Sorrentino encandiló al público y a la crítica en el año 2013 con La gran belleza. La película, de espíritu poderosamente 'felliniano', sigue los pasos del trasnochado Jep Gambardella por una Roma ecléctica, vulgar a la par que sublime, de la que él mismo forma parte del paisaje (y del paisanaje). Gambardella, interpretado de forma magistral por Toni Servillo, es un escritor que no escribe, un dandy que se mueve por los círculos intelectuales de la ciudad como pez en el agua, un hombre de 65 años dispuesto a retrasar su decadencia (botox mediante), un hortera consciente, un esteta insobornable y un cínico implacable. Pero también un hombre que percibe el ocaso y busca algo, una abstracción quizás, que le redima de la vacuidad que le rodea y le deprime.



Este personaje, que es casi una metonimia de la propia película, no es una completa novedad en la obra de Sorrentino. El Cheyenne interpretado por Sean Penn en Un lugar donde quedarse y el Giulio Andreotti, también de Tony Servillo, en Il Divo ya guardaban ciertos paralelismo con Gambardella, hombres imponentes pero encerrados en sus propios mundos, satisfechos y horrorizados al mismo tiempo. Sin embargo, no es en la pantalla donde se encuentra el germen directo de Jep Gambardella.



Ediciones Alfabia acaba de publicar Tony Pagoda y sus amigos, la segunda novela del polifacético Sorrentino, publicada en Italia un año antes del estreno de La gran belleza y antecedente directo de ésta. Pagoda es un cantante de música ligera italiana, retirado a sus 70 años, que decide ponerse a escribir y no encuentra un motivo mejor que sus amigos, entre los que se encuentran desde amistades de la infancia a celebridades como la actriz Carmen Russo o el futbolista Ezequiel Lavezzi. El libro sale a amigo por capítulo (en total 13 pequeñas joyas) y sus páginas reflejan la misma búsqueda que enfrenta Gambardella en la película. En palabras del cineasta Eduardo Chapero-Jackson, que ejerce de prologuista en esta edición, "la búsqueda de las agujas de la belleza en el pajar de la vulgaridad".



Hay otros elementos que funcionan como bisagra entre una y otra obra. Por ejemplo, ambas comparten al mago Silvan, el paisaje de Roma y una actitud: el dandismo. "Los relatos que escribe Pagoda desprenden una mayor humanidad", opina Chapero-Jackson. "Gambardella es más refinado y fino. Pero creo que el dandismo es una constante que entronca la película y el libro. Es más, creo que la celebración de ese arquetipo también es una constante en toda la obra de Sorrentino". De hecho, Tony Pagoda, u otra versión de Tony Pagoda más joven y canalla, ya protagonizaba la primera novela del director italiano, Todos tienen razón (Alfaguara, 2011). "En este libro el universo era más cercano a Scorsese: mafia, fiestas, cocaína...", explica Chapero-Jackson. "En el que se publica ahora Tony se ha jubilado y ha alcanzado otra sensibilidad".



El estilo de Sorrentino en el libro es ágil y entretenido. El soliloquio del protagonista elude el barroquismo y se construye con frases cortas y directas que generan sentencias de una profundidad impagable, golpes que se incrustan en el cerebro y que difícilmente se olvidan. "Tanto en su faceta de director como en la de escritor, Sorrentino hace gala de un gran dinamismo", opina Chapero-Jackson. "Hay algo que fluye en su manera de rodar. La cámara navega por la película y es muy jugosa. No es nada estática y siempre ocurren muchas cosas... Todo eso está también en su escritura".



Tony Pagoda y sus amigos cuenta, tras el prólogo de Eduardo Chapero-Jackson, con otro prólogo. Firmado por el ex cuñado del propio Pagoda, el texto aconseja encarecidamente que el lector abandone el libro con motivos tan mundanos y personales como los siguientes: "cuando pretende ser gracioso a mí no me hace ninguna gracia. Cuando se hace el experto en cuestiones de la vida me parece que desvaría y cuando me quiere conmover no lo consigue; prefiero ver la tele". Quién hago caso y abandone prematuramente la lectura perderá la oportunidad de que Pagoda, y por tanto Sorrentino, iluminen su camino. Ambos lo tiene claro: la risa es lo único que merce la pena.