Rosa Montero. Foto: Sergio Enríquez-Nistal
El Rick Deckard original, el Rick Deckard que desordenó, durante un tiempo, el tiempo que Philip K. Dick empleó en escribir ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, no tiene nada que ver con el Rick Deckard que Ridley Scott convirtió en blade runner, la clase de agente encargado de deshacerse de replicantes, androides poderosamente humanos que llegaban a ser demasiado humanos, y debían desaparecer. El Deckard que habitó la mente de Philip K. Dick era infinitamente más humano que los replicantes a los que debía dar caza. En el mundo del Deckard dickiano, los replicantes, en tanto que androides de mentalidad infantil que odian todo aquello que los rodea, se dedican a torturar animales sabiendo que éstos son rarezas, que aquellos que los poseen se consideran afortunados por poder cuidarlos. El Rick Deckard de Dick sufría mientras hojeaba catálogos de subastas de animales reales pues deseaba poseer uno de ellos, sentir que, después de todo, la vida valía la pena vivirla.Scott trasladó ese sentimiento a la gran pantalla, pero lo hizo utilizando al androide como el ser atormentado, el ser demasiado humano, consciente de una muerte injusta, de una obsolescencia programada de la que ninguno de ellos podía estar seguro hasta que ya era demasiado tarde. Así que para algunos la tragedia era evitable, pues nunca llegaban a descubrir cuándo iban a morir. Algo que no ocurre en las novelas de Rosa Montero. Y he aquí el primer punto a favor de los replicantes que habitan Los Estados Unidos de la Tierra. He aquí el primer punto a favor de Bruna Husky, la detective rep. Que sabe cuándo va a morir. Que la cifra (en años, meses y días) no deja de darle vueltas en la cabeza y eso, el saber, a ciencia cierta, cuando se acabará el mundo, la convierte en alguien tan o más especial que Rick Deckard y da pie a Montero a profundizar, como hicieron Dick y Scott, cada uno a su manera, en la naturaleza de lo humano, lo demasiado humano que, en su caso, como en el de Scott, tiene más que ver con los replicantes que con los verdaderos seres humanos.
En el mundo de Bruna Husky, un futuro (2109) que recuerda a veces poderosamente al presente (el cruce de mundos, extraterrestres, androides, humanos, representantes de otras tantas etnias que necesita de cierta tolerancia para su supervivencia, tolerancia que no siempre es posible), los tecnohumanos, los reps, conviven con humanos que en muchos casos no son más que colecciones de prótesis contra el envejecimiento. Rosario Loperena, la mujer que contrata a Husky en esta segunda entrega para que encuentre el diamante en el que se ha convertido su marido después de muerto, y que alguien ha robado de su Galería de Antepasados, es una de esas colecciones de prótesis. Husky no se fía de ella y no tardará en descubrir por qué, en una escena que recuerda y mucho a algunas de las clásicas del género (un guiño a otros ilustres muertos no necesariamente muertos como el juez de Diez negritos o La dama del lago).
Y he aquí el segundo punto a favor de esta suerte de híbrido sci-fi noir que construye Montero: las bases de su experimento, su viaje a ese futuro que no tarda en convencer por mostrarse dolorosamente real y, en cierto sentido, cercano, son sólidas, porque provienen de la (mejor) novela negra clásica. Sí, porque una vez más, Montero da con la dosis exacta de cada uno de los géneros para que la cosa funcione. Y le añade el potencial, a ratos aún por explotar, de "un oso gruñón y solitario que rehúye el contacto con los demás": Bruna, la detective que necesita tocar y ser tocada (y protagoniza, cuando la dejan, escenas de sexo de alto voltaje), que cuenta cuentos a niñas perdidas (y radioactivas) y se lamenta ante su memorista (el tipo que le cedió parte de sus recuerdos) de que su pasado no haya existido. Un monstruo demasiado humano, en el sentido nietszcheniano de la expresión, como lo fueron, en su momento, los replicantes de Ridley Scott y el Rick Deckard de Philip K. Dick, cuya poderosa y necesaria llama sigue viva en la magnética, temeraria, desgraciadamente en extinción, Bruna Husky, heroína de la primera y cada vez más prometedora distopía noir del siglo.