Sergio Ramírez.
Para escribir su última novela, Sara (Alfaguara), lo primero que hizo Sergio Ramírez fue copiar el texto bíblico en su ordenador. Después se "entrometió" en las zonas oscuras. Interpretó las sugerencias de una historia contada en apenas 2.000 palabras. Dibujó en su mente las figuras de Sara y de Abraham. Y todo ello, dice, "renunciando de partida al tono bíblico", en su opinión "tan pegajoso como el de García Márquez". Ramírez puso el foco narrativo en Sara, una pobre mujer obligada a conocer -en el sentido bíblico- a hombres extraños y poderosos y a su vez forzada a entregar a su sirvienta, Agar, para asegurar la descendencia del primer patriarca de Israel.Sara emerge aquí como una figura trágica, de carácter fuerte, irónica y capaz de desafiar las arbitrariedades de un Dios-Mago a cuyos caprichos está ligado (fatalmente) su destino. Ramírez no ha intentado enmendar el relato conocido, sino rellenarlo. Partir de un esqueleto y fabular. "La búsqueda de lógica en las Sagradas Escrituras no tiene sentido", cuenta. Se refiere a los disparatados desajustes de una historia (de tantas) contada por infinitos escribas. Y pone un ejemplo: las incursiones en la prostitución de Sara son calcadas unas a otras, pero con distintos protagonistas: primero con el faraón, luego con Abimelec..., todo lo cual, dice Ramírez, "incurre, como tantas otras cosas, en evidentes errores de inserción textual".
Pero eso, decimos, no era lo que le interesaba al autor de El cielo llora por mí. Su intención era aprovechar todo lo aprovechable que tiene, para el novelista, el Antiguo Testamento. Insertarse en la tradición, y es Ramírez el que cita, de Thomas Mann, de Faulkner, de Saramago o de Nélida Piñón. Para ello leyó y estudió vida y costumbres en la antigua Palestina. Se encerró con varios estudios académicos sobre la naturaleza de Yahvé. Y fue imaginándole una vida a Sara. "El sexo, el poder, la envidia, las celos, las pasiones humanas... de todo esto hay no solo en esta historia de Sara, sino en cualquier historia del Antiguo Testamento: es un territorio riquísimo para el novelista", explica el nicaragüense.
Ramírez es agnóstico, pero prefiere al Dios de los cristianos. "Es de carne y hueso, es más bondadoso, hace chistes, se ríe, es irónico y, sobre todo, y esta es la mayor diferencia con el Dios del Antiguo Testamento, es un Dios que perdona". Según él, "el pueblo judío necesitaba un Dios intransigente, ya que se trata de tribus que tienen muchos enemigos, precisamente porque eligen una tierra prometida que no les pertenece y es una tierra fértil en medio del desierto". Por esta razón, sostiene, "necesitan un Dios protector e intransigente que justifique sus guerras, que sea duro y despiadado".
Ramírez, que fue vicepresidente del Gobierno sandinista de Daniel Ortega, proviene de una familia "mixta": su abuelo paterno era "maestro de capilla", católico, y su abuelo materno fundó la Iglesia Evangelista de su pueblo. La Biblia que conserva Ramírez, y que durante años ha frecuentado, es la Biblia de su abuela, un regalo que le hicieron a ella unos misioneros de Alabama que llegaron a Nicaragua en 1903 para fundar la Iglesia Baptista. Se trata de la traducción de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. De entre todos los textos bíblicos, el autor de El reino animal prefiere El cantar de los cantares, El libro de Job y los Salmos.
Ramírez recibió hace unos días, en México y de manos del presidente Calderón, el Premio Carlos Fuentes a la creación literaria. Unió de ese modo su nombre al autor de La muerte de Artemio Cruz y también al de Mario Vargas Llosa, el otro escritor que lo ha ganado desde su creación en 2012. Echando la vista atrás, si algo lamenta el exrevolucionario es haber perdido diez años de carrera literaria por culpa de la política. "No escribí ni una palabra entre los 35 y los 45 años, porque entonces era joven y lo que más me importaba era la revolución. Ese sacrificio no lo volvería a hacer por nada del mundo, ni aunque me ofrecieran, qué se yo, la presidencia de la General Motors". Ahora Sergio Ramírez ya no milita en nada (desaprueba el "ateísmo militante") y trata de transmitir a los jóvenes que, "si la literatura está reñida con algo, es precisamente con la militancia".
"Yo recomiendo siempre a los alumnos que me encuentro en talleres y seminarios que no se metan en política, lo cual no quiere decir que no opinen. Uno tiene que tener una conciencia abierta y crítica, sobre todo en países con tantas anormalidades públicas como tienen los de América Latina. Pero la obra literaria debe abordarse desde la libertad y hablarle al poder, no plegarse a él; y eso es algo que, si uno pertenece a un partido, o forma parte de un régimen, se ve notablemente limitado".