Óscar Hahn (Iquique, 1938) recogerá hoy jueves el Premio Loewe por Los espejos comunicantes, su último poemario. Viendo su trayectoria, que se cruza con la de autores como Neruda, Gonzalo Rojas o Nicanor Parra, y que está rematada por el Premio Nacional de Literatura en 2012, apetece preguntarle por qué decidió mandar sus inéditos a un premio que se entrega tan lejos de casa. "Vi la convocatoria en una revista y como tenía un poemario terminado, y sin publicar, lo envié. Pensé que sería la manera más rápida de que se editase. A veces pasan cuatro o cinco años desde que termino un libro hasta que se publica y eso a mi edad es algo muy cansado". Desde entonces, marzo de 2014, Hahn no ha escrito ni un solo verso. Aunque eso, asegura, no le preocupa "en absoluto". Y añade: "La espera es el único camino que conozco para escribir poesía".
El apocalipsis atraviesa en diferentes formas el medio centenar de poemas de este libro. Es desolador y estimulante. Es algo sobre lo que Hahn ha trabajado desde que era joven. En 1961, en Esta rosa negra, su primer libro, había un poema titulado "Reencarnación de los carniceros" que comenzaba así: "Y vi que los carniceros al tercer día, / al tercer día de la tercera noche, / comenzaban a florecer en los cementerios / como brumosos lirios o como líquenes". El poema trataba del apocalipsis, de un apocalipsis que provocaban los hombres. Como los apocalipsis de ahora, de este libro, en donde el fin llega por una invasión de animales y personas que emergen de los espejos.
-¿Qué ve Óscar Hahn cuando se mira hoy en el espejo?
-Suena pretencioso, pero veo cierta esencia que se mantiene aunque uno haya cambiado físicamente, aunque el espejo te diga que eres otro, con el pelo blanco, la barba recortada y muchos años más. El otro es el mismo, que diría Borges. El mismo pero con otra máscara.
-¿Qué le gusta de Borges?
-Bueno, a mí Borges me ha influido... pero creo que su influencia en mí no es mecánica; es más como una estimulación.
-¿Y se parecen sus espejos a los suyos?
-No, creo que no.
-En el libro maneja elementos intertextuales, no solo literarios, sino también con la inclusión de crónicas, noticias... ¿Le han criticado por hacer poesía con los telediarios?
-No, la verdad (se ríe). Siempre me ha interesado la actualidad. Y para escribir poesía me interesa tanto el Apocalipsis según San Juan como el sumario de las noticias. Quiero que mi poesía esté pegada al día y a la actualidad.
-Y a los clásicos: en el primer poema hay ya una referencia a un famoso soneto de Góngora, y después muchas más a distintos poetas.
-Sí, a Góngora, a Fray Luis de León, a Garcilaso; a veces inserto versos suyos y otras veces hago trampa; es decir, hago un verso original, por ejemplo, a la manera de Góngora. Hay un verso mío que dice: "Al son de un suave y blando movimiento", con el que varios críticos cayeron en la trampa...
-Le interesa, ha dicho, la actualidad, pero también el futuro: los androides, los robots...
-¡Los Transformers! [Óscar Hahn suelta una carcajada]. Me río porque en una lectura pública, hace no mucho, cuando se leyó el título de mi poema llamado "Transformers", los jóvenes en la sala se miraron extrañados. Después, cuando vieron que había un trasfondo sexual, les gustó mucho. Les pareció muy bien.
-Ha sido profesor durante treinta años en Iowa. ¿Le ayudaba el contacto con los alumnos a escribir su poesía?
-Absolutamente. Antes de venir, en el aeropuerto, una chica me dijo que encontraba mi poesía muy joven para la edad que yo tengo. Le dije eso mismo que usted me dice ahora, que el contacto durante toda mi vida con los jóvenes y, lo que es más importante, con jóvenes que se van renovando, que vienen y se van, ha sido decisivo en mi poesía, que se nutre de todo eso, de conversaciones, de situaciones que nada tienen que ver con la literatura.
-La muerte es otra de las presencias constantes; le gusta imaginar lo que vendrá después. ¿Le interesa más la muerte a medida que va cumpliendo años?
-A mí siempre me interesó. En mi primer libro, que incluye poemas que escribí con 17 años, la rosa negra del título es el símbolo de la muerte. Y es algo que va reapareciendo en cada libro, de un modo u otro.
-Pienso en "Guerra Sucia" o "CNN News". Son poemas con mucha carga de denuncia. ¿Diría que su poesía es comprometida?
-Sí, pero en ningún caso está comprometida con partidos políticos, ni ideologías, sino con principios éticos. Está comprometida contra la guerra, que me parece una aberración en todas sus formas, algo tan grave como la pedofilia y que, sin embargo, la sociedad acepta como lo más natural.
-No hay guerras limpias, escribe.
-Sí, porque la perversión comienza en el lenguaje. ¿Qué es eso de la guerra sucia? ¿Qué es eso de que en el amor y en la guerra todo está permitido?
-Hay un poema en el que habla de los tres mil muertos del 11-S, un poema que nos advierte de que la gente no muere en masa, que toda muerte es individual.
-No partimos al unísono, se dice en ese poema. Eso es porque a ningún muerto le consuela que 2.999 personas mueran a su lado.
-Tengo entendido que la dictadura de Pinochet prohibió uno de sus libros y que a día de hoy no sabe muy bien por qué.
-Así es. Ocurrió en 1981 y el libro se titulaba Mal de amor. No es un libro político, pero supongo que fue algo personal, porque yo había estado preso antes de exiliarme. O puede que fuera por su contenido, porque a veces a la dictadura le daban unos ataques tremendos de puritanismo y por ahí lo mismo se espantó la mujer de algún general... El caso es que retiraron los libros de las librerías y mi editor, en un arranque de inconsciencia, se fue a protestar al ministerio, jugándose que lo cogieran preso.
Óscar Hahn me cuenta que Nicanor Parra, con quien perdió el contacto hace años, le felicitó muy sinceramente tras la censura de Mal de amor. "Parra no se explicaba por qué a él Pinochet no lo censuraba y estaba realmente dolido con eso". A partir de Parra, la conversación deriva a la literatura de otros, a los encuentros con otros poetas. Con Neruda ("Era asombroso: yo tenía 20 años y no le importaba pasar tres horas charlando conmigo"), con Gonzalo Rojas, quien fuera su amigo del alma y al que dedica un hermoso poema de estos espejos comunicantes; y, por último, con Raymond Carver. La anécdota de cómo se conocieron en Iowa, en los años setenta, podría ser un cuento del escritor americano:
-Estábamos en una lavandería. A mí no me cabía toda la ropa en el bombo, así que Carver, que estaba a mi lado, se ofreció lavar mi ropa con la suya. Cuando se lo contaba a mis alumnos se volvían locos, ¡alguno se acercaba a mí para tocarme la camisa!
Hahn comenzó ese día una amistad con el autor de Catedral, profesor como él -y como Cheever, al que conoció también- en la universidad norteamericana. Un día, en 1978, Hahn y Carver discutieron en la cafetería del campus. "Se acababa de traducir al inglés Cien años de soledad y todos suspirábamos y deseábamos en voz alta escribir una novela como aquella. Carver estaba repanchigado en la silla [y el poeta, que parece haber superado ya el jet lag, se escurre él mismo en el asiento de tela] y levantó la cabeza, arqueó la boca y dijo, con evidente desprecio, que eso de las damiselas volando, toda esa cosa increíble de la obra de García Márquez, no era auténtica literatura". Entonces Hahn, dolido en su orgullo latinoamericano, soltó una frase que, dice, a día de hoy todavía le recuerdan sus amigos: "Por ese camino, Raymond, no vas a llegar a ninguna parte".
En la tumba del poeta desconocido
Aquí yace Ene Ene
el poeta desconocido
No corrió la suerte de Lorca
ni de Neruda ni de Eliot
ni de Rimbaud ni de Rilke
ni de ninguno de los que duermen
en túmulos famosos
Escribió lo que pudo y como pudo
y su felicidad no fue la fama
sino la epifanía de componer unos versos
y releerlos y guardarlos
como un pequeño tesoro
Yo te admiro poeta invisible
por tu coraje para enfrentar el anonimato
sin claudicar jamás
de tu vocación creadora
Nadie conoce tus poemas
y casi nadie ha leído tu epitafio
escrito por ti mismo
para este nicho visitado
tan sólo por los que te quieren
Y en esta vida amigo mío
eso es lo único que cuenta
María Gómez Lara, poesía del desarraigo
María Gómez Lara (Bogotá, 1989) publicó en 2012 su primer libro de poemas, Después del horizonte. Con Contratono ha obtenido el Premio Loewe a la Creación Joven. Actualmente cursa un doctorado en literatura en el Departamento de Lenguas Romances de Harvard.
-¿Cuándo supo que quería ser poeta?
-Lo supe cuando era muy niña, incluso antes de aprender escribir, mi mamá me ensañaba a dibujar las letras en la arena y dije en forma de juego unos versos que rimaban, después la poesía se volvió mi casa, el lugar donde me sentí segura. Encontré una lógica y un lenguaje que me resultaban más naturales, más auténticos, encontré mundos alternativos, realidades hechas de palabras, decidí refugiarme en la búsqueda de una voz.
-Es colombiana, pero vive en EE. UU. ¿Cómo se traslada a su poesía esa condición de emigrante, o desplazada?
-Claro. De hecho, el desarraigo es un hilo fundamental en Contratono, toda la segunda parte es sobre eso, se llama justamente “Mover ciudades”. Muchos poemas hablan de la condición de los extranjeros, de los viajes, de las mudanzas, de cómo inventar una forma de quedarse, de cómo crear un arraigo con palabras cuando se vive en la errancia, siempre desplazándose, siempre huyendo, hablando o callando desde el extrañamiento, siempre en otro lugar y en otro tiempo.
-¿Cuáles son sus referentes poéticos y qué aprendió de cada uno de ellos?
-Este libro casi es un mapa de lecturas, de las voces que me han llevado a escribir. Es difícil decir qué aprendí de los poetas que me gustan, si es que aprendí algo concreto, pero al menos recuerdo lo que admiro en ellos, lo que me demuestra que la poesía puede hacer cosas muy raras, puede crear mundos que sólo existen en esas palabras, puede cambiarte el lente para ver. Admiro, por ejemplo: de Emily Dickinson su entereza ante el dolor, su sutileza, sus negaciones reveladoras, su palabra que nombra alrededor de las cosas, sin definirlas únivocamente, su mundo creado en condicional. De Szymborska la cotidianidad, la forma en que la vida de todos los días se transforma en sus manos, el sentido del humor, la alegría, la ironía. De Blanca Varela la materialidad de sus imágenes. De Idea Vilariño todo el sí que trae su no. De Juarroz el intento de nombrar el vacío. De Cernuda el olvido. De Vallejo la tristeza.
Camino oblicuo
te cura el silencio
cuando pasa a tu lado
se desvía al estrellarse con tus codos
o da la vuelta antes
de tocar tus rodillas raspadas de caer
te va sanando su camino oblicuo
su apenas deambular alrededor de ti
vestido de palabras
se desmiente
y sin embargo
es silencio aunque te esquive
es casi olvido