Memorial de transiciones. La generación de 1978
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona
13 marzo, 2015 01:00De izquierda a derecha, Carrillo, Triginer, Raventós, González, Ajuriaguerra, Suárez, Fraga, Calvo Sotelo y Roca
¿Puede el subtítulo de un libro dar nombre a una generación? En este caso, es probable que así sea. Hace casi cuarenta años que la Transición, ese momento crucial de nuestra historia, largo tiempo presentada como modelo exportable, mitificada como acto fundador de nuestra democracia, hoy vituperada por algunos como responsable de nuestros males actuales, culminó con la aprobación consensuada de la Constitución de 1978. Aquello no fue un pacto entre elites políticas sino obra de todo un pueblo, de los millones de ciudadanos y ciudadanas que en aquellos años se incorporaron a partidos, sindicatos y asociaciones, se movilizaron por diversas causas, trabajaron y estudiaron y en definitiva decidieron con su voto el rumbo del cambio.Pero el papel más importante correspondió a un grupo de hombres y muy pocas mujeres que asumieron los puestos de dirección, casi todos ellos de entre 35 y 50 años. Fue la que Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona, nacido él mismo en 1939, denomina generación de 1978: la del rey Juan Carlos (1938), Adolfo Suárez (1932), Felipe González (1942) y Jordi Pujol (1930). Fraga y Carrillo, que eran mayores, jugaron un papel importante pero resulta significativo que en definitiva fueran los grandes perdedores.
La Transición con mayúscula fue precedida por todo un conjunto de transiciones previas, de cambios parciales que fueron modernizando la sociedad española: de ahí el título del libro, Memorial de transiciones. E implicó, recuerda Juan Antonio Ortega, notables conversiones: los franquistas se hicieron demócratas, los comunistas abandonaron el leninismo y los socialistas el marxismo. Tanta conversión quizá facilitara el desarrollo del pragmatismo un tanto cínico del todo vale con tal de estar, pero fue el precio a pagar por el consenso en torno al modelo democrático europeo de quienes habían soñado con perpetuar el régimen de Franco con leves retoques y de quienes habían soñado con algún tipo de tercera vía entre la economía de mercado y el comunismo. Hubo sin embargo algunos sectores, no muchos en realidad, que desde años atrás defendían ya ese modelo. Eran los pequeños grupos liberales, socialdemócratas y democristianos y es sobre todo su historia la que se cuenta en este libro.
Memorial de transiciones es un libro bien escrito y documentado que combina los recuerdos personales del autor con la crónica de la larga marcha hacia la democracia que protagonizó la generación de 1978, con predominio de lo personal en los primeros capítulos y de lo colectivo en los últimos. Democristiano él mismo, Juan Antonio Ortega presta especial atención a este segmento político de su generación y lo más importante de su aportación me parecen sus datos y reflexiones acerca de la democracia cristiana española, a través de sus experiencias en la Izquierda Democrática de Ruiz-Jiménez, la revista Cuadernos para el Diálogo o el grupo Tácito. En los años sesenta parecía razonable pensar que al restablecerse la democracia en España iban a ser la democracia cristiana y los socialistas quienes dominaran el panorama político, como había ocurrido en Alemania e Italia tras la Segunda Guerra Mundial y Juan Antonio Ortega no tenía duda de que sus convicciones le identificaban con la primera.
De hecho, supongo yo, si Franco hubiera entrado en la Segunda Guerra Mundial y hubiera caído como Mussolini, es probable que se hubiera dado esa hegemonía compartida de democristianos y socialistas, pero no fue así y en los años setenta el tren de la historia había pasado para los democristianos españoles. Ello constituye un enigma para cuyo esclarecimiento Juan Antonio Ortega ofrece algunas pistas. En primer lugar, alude al "trasfondo integrista" de la tradición católica española, que le dificultaba la aceptación plena de la democracia: al respecto resultan reveladoras las aportaciones de primera mano que ofrece acerca de los debates en la dirección el diario Ya en los momentos iniciales de la Transición.
Pero si buena parte del catolicismo político español era reticente hacia la democracia, el ala izquierda de la democracia cristiana española, encabezada por Ruiz-Jiménez, a quien Ortega no regatea su admiración y respeto, adoptó unas posiciones rupturistas que difícilmente iban a encajar con la orientación de su electorado potencial. Y finalmente la Iglesia española tampoco quiso comprometerse con un partido abiertamente confesional. El cardenal Trancón se lo dijo abiertamente al propio Ortega y a otros democristianos en una comida que tuvieron a comienzos de 1975: el Episcopado no deseaba un partido que se denominara "cristiano".
Descartada esa opción, la alternativa por la que Ortega y otros apostaron fue la de un partido de centro que englobara el sector de opinión situado entre los franquistas y los socialistas. Los intentos en esa dirección, que excluía tanto la continuación del régimen con retoques superficiales como la ruptura, se tradujeron en distintas iniciativas en las que Ortega participó. Casi nadie lo recuerda hoy, pero en diciembre de 1976 se presentó un Partido Popular (sin relación con el actual) que englobaba a sectores democristianos, liberales y socialdemócratas, que más tarde se incorporó a un Centro Democrático, que a su vez fue abducido por el ex secretario general del Movimiento y a la sazón presidente del gobierno Adolfo Suárez y se convirtió en la Unión de Centro Democrático, el partido clave de la Transición.
Han pasado casi cuarenta años. La muerte de Adolfo Suárez, rodeado de una admiración póstuma que muchos le negaron en vida, la abdicación del rey Juan Carlos y el descenso a los infiernos de Jordi Pujol, han marcado simbólicamente el fin de una etapa. La nueva se abre en medio de las dificultades económicas y el descrédito de la política y como entonces emerge una nueva generación de líderes, ninguno de los cuales ha cumplido los cincuenta años. Entre las fechas de nacimiento del rey Felipe (1968) y de Albert Rivera (1979) se encuentran las de Oriol Junqueras, Soraya Sáenz de Santamaría, Pedro Sánchez, Susana Díaz y Pablo Iglesias. No sabemos quiénes de ellos dejarán su nombre en la historia, ni si estarán a la altura de la situación.
En su último capítulo, que aborda la coyuntura actual, Ortega y Díaz-Ambrona recuerda las lecciones de la Transición que pueden sernos válidas a los españoles de hoy. Se pueden resumir en dos: hay que hacer reformas, incluso en el plano constitucional, y hay que hacerlas desde el consenso. Salvo los admiradores de Hugo Chávez (si es que los hay), nadie podrá dudar de que la necesaria regeneración de la democracia española sólo pueda hacerse desde el consenso, aunque en tiempos electorales parezca más rentable la descalificación mutua.