Una viñeta de La balada del Norte, de Alfonso Zapico.
Aquí puedes leer y descargar el primer capítulo de La balada del norte.
Mientras el abuso de poder y el descontento cristalizan en una insurrección inminente, vamos conociendo las motivaciones y las condiciones de vida los personajes de esta historia: los mineros, sus familias, los líderes sindicales, el marqués propietario de la mina y el hijo de éste, un joven con aires de poeta maldito que regresa al pueblo. Editada por Astiberri, este viernes sale a la venta el primero de los dos tomos que tendrá la obra.
-¿Cómo tuvo la idea de hacer este cómic?
-Hace casi seis años que vivo en Francia, y cada vez se me hace más difícil pensar en volver a Asturias. Regreso a ella a través de esta historia y sus personajes. Como la Asturias en la que yo crecí (una región industrial, de movimientos sociales y minas de carbón) está a punto de desaparecer, pensé que era interesante reflexionar sobre todo esto desde una época que ya nos queda lejos, anterior a la Guerra Civil. Al final, más que una idea fue una necesidad.
-Como asturiano, ¿tiene la revolución de 1934 muy presente? ¿Se transmite de unas generaciones a otras la memoria de lo que pasó?
-He tenido que documentarme mucho, porque no sabía gran cosa aparte de los clichés románticos que todo el mundo conoce: los dinamiteros a pecho desnudo, la capital destruida, los moros de Franco... Creo que se mantiene esa parte de la memoria, a veces distorsionada, tanto en las Cuencas como en Oviedo, donde todavía se respira cierto recelo hacia los mineros. Pero lo importante, como en las minas, estaba en el fondo, había que hurgar para extraerlo. Las causas, la vida ordinaria de aquella gente, sus miedos y pasiones. Nadie habla ya de esas cosas.
-¿Sigue teniendo Asturias orgullo minero?
-Es un orgullo muy tocado, que ha envejecido mal. Esta sociedad es muy extrema en todos los sentidos: en el verano de las huelgas mineras y la marcha de los mineros a Madrid en 2012, ciudadanos de todo el país se sintieron cercanos a su lucha, que era la de muchos. Hace pocos meses se han destapado escándalos de corrupción en el seno del SOMA, el viejo Sindicato Minero. La decepción ha sido insoportable, y ha venido acompañada de la ira y el descrédito. A pesar de todo, creo que sigue existiendo una conciencia colectiva, porque el sindicalismo obrero, que aquí fue una religión laica durante generaciones, pierde sus popes, pero los fieles no pierden la fe.
-¿La culpa de las pésimas condiciones de vida de los mineros de las cuencas era exclusivamente de los patrones o de toda la jerarquía social?
-Pienso que no se trataba sólo de condiciones laborales o de la relación patrono-trabajador. La República era una enorme olla a presión con muchos intereses políticos, económicos o religiosos enfrentados, todo dentro de una Europa a punto de explotar también. La vida era miserable, en el norte como en el sur, y cuanto más se esforzaban los de arriba por mantener la situación bajo control, más abocaban a los de abajo a la violencia y a la revolución. Es difícil imaginarse un cuadro más desolador.
-¿Cree que fuera de Asturias la gente conoce bien lo que pasó allí en el 34 y los antecedentes que recoge al principio del libro?
-Creo que la gente apenas sabe nada del octubre asturiano fuera de Asturias. Quizá se recuerdan más las huelgas de 1962, pero a las generaciones más jóvenes todo esto le suena a chino. Incluso en Francia, donde muchos intelectuales se manifestaron públicamente en la época en contra de la represión del Gobierno, es una historia olvidada. No importa, la rescataremos para que todo el mundo la lea.
-Los personajes que aparecen en La balada del Norte son muy carismáticos, sobre todo el líder minero Apolonio. ¿Se ha inspirado en alguien real para este personaje?
-Apolonio tiene mucho de mi tío Gilberto, que fue picador en el Pozo María Luisa. Es un minero fornido y carismático. Buscaba siempre los peores sitios en el tajo y huía del protagonismo, aunque nunca eludió ninguna responsabilidad. Me explicó cómo se entiba un cuadro, cómo se saca el carbón... No entendí gran cosa, porque esta gente tiene su propio lenguaje, que pertenece a otra época. A veces habla con nostalgia de su trabajo, no dejo de sorprenderme.
-¿Empatiza el autor con todos los personajes, incluso con Tristán y su padre el marqués?
-Por supuesto, yo los he imaginado y les ha dado voz. De hecho, me sorprende la animadversión que despierta Tristán Valdivia en algún lector. No es bueno ni malo, no es un personaje enfrentado a otros, pero está ahí por alguna razón. Tristán, como su padre, pertenecen a otro mundo, a otro universo. Empatizo con ambos, sé cómo piensan y comprendo su forma de actuar, que nada tiene que ver con la de Apolonio o Isolina, por ejemplo. No hay nada aquí que no se encuentre en la vida real.
-¿Cómo se ha documentado para esta obra?
-He leído mucha documentación, hay bastante material para elegir, ha pasado mucho tiempo y los historiadores han puesto luz en un episodio con muchas sombras. Pero el nivel de detalle de los historiadores es tan alto (con sus anotaciones de fechas, siglas políticas, nombres y apellidos, lugares y conversaciones) que al final he tenido que abandonar todo para fabricar mi propio espacio: Montecorvo no existe, aunque es una mezcla de cosas reales. He querido recrear la Historia y meter en ella a mis personajes, no hacer un trabajo documental.
-¿Tiene la segunda parte ya terminada? ¿Cuándo se publicará?
-Tengo el guión terminado, ahora estoy con el storyboard de las páginas y espero terminar el libro en un año y medio, más o menos. Será difícil, pero no quiero dejar pasar mucho tiempo entre un libro y otro.
-¿Cómo trabaja? ¿Hace primero el guión completo y luego empieza a dibujar o hace ambas cosas simultáneamente?
-Voy por fases: cuando termine el storyboard comenzaré a dibujar las páginas definitivas, pero sólo a tinta. Luego digitalizaré todo el material, y le meteré los grises. Para la parte final quedan los textos, los retoques, las correcciones de última hora... Hay muchas horas detrás de cada libro, con la esperanza de que el lector sabrá apreciarlo.
-En sus trabajos podemos ver y leer el descubrimiento del Pacífico por Núñez de Balboa, la vida de Joyce, la Guerra de Crimea, el nacimiento del Estado de Israel y su conflicto con los palestinos. ¿Por qué le gusta tanto el cómic histórico?
-La Historia y la Literatura son dos pasiones para mí, son la fuente principal de inspiración para todo lo que hago. No tengo alergia a lo contemporáneo, pero me parece interesante reflexionar sobre temas universales desde la perspectiva histórica. ¿Es posible entender hoy algo tan específico como la sociedad minera de Asturias sin hablar antes de la revolución de octubre, de la posguerra y la dictadura, de las huelgas del 62 o de los conflictos de final del siglo XX? Este ejemplo vale para cualquier sociedad del mundo, en cualquier época.
-Vive desde hace algún tiempo en Angulema, la meca del cómic europeo. ¿Sigue vinculado a la Maison des Auteurs?
-Ahora trabajo en otro atelier, con otros autores, pero Angulema es una ciudad muy pequeñita donde todo el mundo se conoce. Sigo ligado a la Maison des Auteurs porque es un espacio común al que llega gente de todas partes del mundo. Vine como autor residente para dibujar Dublinés, trabajé aquí con compañeros fantásticos y luego me quedé. La experiencia de creación colectiva es algo que cambia la forma de afrontar cualquier obra.
-¿Cuánta distancia separa el mercado del cómic francobelga del español? ¿Desde Francia percibe la evolución del sector en España?
-La percibe el mundo editorial en general. Francia es consciente de que España es una industria del cómic modesta, en la que no se corresponden la calidad de sus autores y sus obras con las cifras de ventas. Pero desde hace años el medio está creciendo, se está desarrollando, está llegando cada vez a más lectores, sin ruido ni agravios comparativos. Soy optimista y estoy feliz de sentirme parte de este cambio.
-¿Qué ha supuesto para su carrera el Premio Nacional de Cómic de 2012 y el resto de galardones que ha recibido?
-Fue una gran sorpresa para mí, no la supe digerir muy bien al principio. Pero me ayudó a muchas cosas: entre otras, hacer realidad este libro y continuar con el siguiente. Recuerdo con cariño otros premios recibidos, como el Alfonso Iglesias, que llegó de Asturias el año pasado. El único premio que tengo físicamente en mi casa es una estela de Legazpi que me dio el periódico asturiano para el que trabajo. Es el ancla que me queda para que no se me vaya aquel trozo de tierra.