Carlos Fonseca

Anagrama. Barcelona, 2015. 176 páginas, 16'90 €

Toda ópera prima viene tiznada de un ansia de posteridad y plenitud. Con Carlos Fonseca (Costa Rica, 1987) nos acecha esa sensación de un autor que va a por todas, a por la gran novela latinoamericana, desde el primer asalto. Los méritos de Fonseca en esta empresa de hacerse con el cetro de la nueva narrativa iberoamericana con su Coronel Lágrimas son evidentes y se han de cifrar con justicia. Primero por el uso de un tiempo reiterativo, inconexo, que es ya un riesgo a ponderar. Y segundo, por una cierta reivindicación de la figura del autor, de su voz, como elemento constitutivo de la escritura.





Coronel Lágrimas es una recreación particular, casi un homenaje excesivo de Fonseca al matemático Alexander Grothendieck, quien se retiró a las soledades monacales del Pirineo movido por unas extrañas y paradójicas necesidades de expresión literaria y olvido. Con este mimbre real, propone una "comedia" a partir de un día en la vida de este coronel apócrifo que se empeña en escribir la Historia en una "clave íntima", a través de biografías breves de sus "divas alquímicas".



Aun rara, posee la novela un ritmo interno que se nos impone cual salmo, con una musicalidad estudiada que ora estraga, ora se revela como el martilleo necesario para una obra perturbadora y absorbente.