El asunto de cómo un mal azar y las zonas más oscuras de la mente humana pueden hacer saltar por los aires los proyectos y vidas de los seres humanos, es central en la narrativa de Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973). Lo era también en la fatal peripecia que acorralaba progresivamente, a su regreso a Argentina, al músico protagonista de su anterior novela, Moravia. Siempre hay, en Luján, un proceso bien detallado, una trama inesperada cosida por el narrador con finos hilos, algo que nace de un fondo oscuro, de un “subsuelo” y que malbarata, en este caso, la vida de unos adolescentes que veranean despreocupados, en familia, en su parcela del valle, desconociendo lo que pronto va a depararles el futuro cercano, “la noche envenenada”.
No hay aquí comienzos o arranques dubitativos, pues la intensidad y la inquietud se perciben como una apuesta fuerte desde las primeras líneas, donde ya se ha colado en la armonía una nota disonante, un anuncio de males venideros del que el lector es testigo, sin que nada pueda hacer por detener el tiempo, reparar el equilibrio o advertir a los confiados chicos que conversan de noche en la piscina. Usemos sólo la palabra “accidente” para no dar demasiadas pistas al lector sobre esta novela sólida y ambiciosa en la que Luján nos muestra hasta qué punto lo que se rompe no puede recomponerse.
Queda el consuelo de titánicos saltos atrás, hacia el origen, hacia el momento en que aún unos matrimonios cenaban y conversaban antes de la tragedia, y Luján propicia esa tentativa de regreso, en capítulos teñidos del buen aire detectivesco-criminal al que nos tiene acostumbrados. De paso iremos sabiendo que aquella Arcadia primigenia no era tal, que el personaje de Mabel (madre de los mellizos) tuvo un terrible pasado en años de dictadura argentina, que hay crueldades extremas (como la del hijo, Fabián) que eran anteriores a la gran pérdida, que las hipocresías sociales y los secretos vergonzosos son moneda de cambio entre los matrimonios aparentemente felices, que hay quien simplemente disfruta subyugando voluntades o manejando chantajes.
Luján distribuye con sabiduría datos y señales, alterna y solapa momentos y escenas como si fuesen también pedazos de un valioso jarrón roto, que no podremos recomponer, pero sí comprender, en su totalidad poderosa y oscura. “Dunkel ist das Leben, ist der Tod” (oscura es la vida y la muerte) decía la Canción de la Tierra, de Mahler, como este Subsuelo de la parcela del verano, donde proliferan y avanzan hormigas tan físicas como metafóricas.