Erik Larsson
En la estantería de Erik Larson (Nueva York, 1954) es posible encontrar rarezas como una guía de Baedbeker sobre el Berlín de 1928 y un libro de fotografías de dioramas en miniaturas sobre escenas de crímenes sangrientos. "Un regalo de un amigo", dice. El autor de Lusitania habla en esta entrevista de los libros que lee, y de aquellos a los que vuelve una y otra vez, de sus novelistas favoritos, de su formación intelectual e incluso del escritor en el que le gustaría reencarnarse.Pregunta.- ¿Qué libros tiene actualmente en su mesilla?
Respuesta.- Vida después de la vida de Kate Atkison, Estación once de Emily St. John Mandel y El giro de Stephen Greenblatt. Aunque estoy molesto con Greenblatt porque el protagonista del libro, Poggio Bracciolini, es un tipo del que un día pensé que sería un buen tema para un libro. Claramente era el caso. Supongo que Greenblatt lo hizo mejor.
P.- ¿Quién es su novelista favorito de todos los tiempos?
R.- Por mucho que suene a cliché, tendría que decir Tolstoi. Me convertí en un adicto en la universidad. Ayudó que estuviera totalmente enamorado de mi profesora de literatura rusa, que me llamó la atención por ser muy del estilo a Anna Karenina. Cada vez que me siento a releer Guerra y paz (la he leído tres veces) siento como si estuviera viviendo otra vida. Estoy a punto de empezarla por cuarta vez. (Revelación: me salto los ensayos del final). Después de decir eso, mi novela favorita no es de Tolstoi sino de Hammett y es El halcón maltés.
P.- ¿Cuáles son las mejores obras de no-ficción que ha leído? ¿Alguna que considere como obra maestra del género?
R.- Yo diría que hay un empate entre John McPhee y David McCullough. Aunque McCullough batió a McPhee por su presencia divina. Creo que en una vida pasada McCullough escribió los diez mandamientos. Ambos han tenido una gran influencia en mí. McPhee vino a dar una charla a mi escuela de posgrado de Periodismo en Columbia y habló sobre su tipo de construcción narrativa. Aproveché todo lo que pude. En cambio fue el libro The Johnstown Flood de David McCullough el que encendió mi imaginación, el que me enseñó realmente cómo escribir un libro de no-ficción, aunque Morning on Horseback, sobre el joven Teddy Roosevelt, es mi novela favorita del escritor. De todos modos, aquí también tengo que decir que mis dos obras de narrativa de no-ficción favoritas son A sangre fría de Truman Capote e Hiroshima de John Hersey.
P.- Estudió Historia y cultura rusa en la Universidad de Pensilvania. ¿Le gusta leer literatura rusa?
R.- Me encanta. No tengo una lista de deseos pero si la tuviera, una de las entradas sería desempolvar a mi universidad rusa y pasar una gran parte del año leyendo, o intentando releer, Guerra y paz como debería ser leída, en ruso, con todo el murmullo inherente al lenguaje. Puedo hacer las partes en francés.
P.- ¿Qué libro nos sorprendería encontrar en sus estanterías?
R.- Veamos: un manual práctico sobre el interrogatorio policial, la colección completa del trabajo de Kipling de 1890 sobre tableros marroquíes con esvásticas en la encuadernación -el símbolo indio de la buena suerte- que plantea un problema de visualización; una guía de Baedbeker sobre el Berlín de 1928 y un libro de fotografías de dioramas en miniaturas sobre escenas de crímenes sangrientos, un regalo de un amigo.
P.- ¿Qué tipo de lector era de pequeño? ¿Su libro favorito? ¿El personaje más querido?
R.- Era un lector promiscuo. Me encantaban los libros de Nancy Drew y Tom Swift -nunca los Hardy Boys- pero también leía a Dumas, Dickens, Poe, Conan Doyle y los libros de guerra de Cornelius Ryan. En cuanto a mi personaje favorito estoy dividido entre Nancy, con el que tuve un flechazo indecoroso y Edmond Dantés, el Conde de Montecristo. Mi libro favorito de pequeño era, de hecho, El Conde de Montecristo, sin duda alguna. Aún recuerdo vívidamente un día en particular cuando me fui enfermo a casa del colegio y me pasé el día leyendo el libro y soñando despierto.
P.- Si tuviera que escoger un libro que le ha hecho ser quien hoy es, ¿cuál sería?
R.- El silencio de los corderos. No, perdón. Me encantaba ese libro pero no me convirtió en lo que soy, gracias a Dios. Tendría que irme a las historias de Nick Adams en En nuestro tiempo de Hemingway. Puede que Hemingway no haya sido la persona más amable del mundo pero su obra me ofreció una nueva manera de pensar en la escritura, el valor de eliminar los adjetivos y los verbos. Era, por encima de todo, el maestro en el arte de no decir. Pero las historias de Nick Adams tuvieron una resonancia más personal, algo se enroscó en mis pasiones enturbiando mi alma cuando era un chico en la universidad e inmediatamente después. Destacaría esta frase: "Llevaba mucho tiempo despierto antes de recordar que su corazón estaba roto".
P.- ¿Qué libro le recomendaría leer al presidente?
R.- Hiroshima de John Hersey. Pero sospecho que ya lo ha leído. O al menos eso espero. Para mí, solo hay un problema que debe preocuparnos, la detonación, accidental o a propósito, de un arma nuclear. Cambiaría todo y, bajo las circunstancias correctas o incorrectas, podría incluso acabar todo.
P.- Si pudiera conocer a cualquier escritor, vivo o muerto, ¿quién sería? ¿Qué querría saber?
R.- ¡Oh, buena pregunta! Hemingway. Me hubiera encantado conocerle en París para tomar algo en Closerie des Lilas (donde, de paso, hay una pequeña placa que marca su lugar en el bar). Después de un par de Pernods, le preguntaría por qué era tan mezquino con Fitzgerald y porqué Catherine tuvo que morir al final de Adiós a las armas. Me gustaría hablar con él sobre el arte de no decir, en particular sobre una de mis historias favoritas, Colinas como elefantes blancos. Probablemente saldría pensando que es un idiota. Pero aún así.
P.- ¿Qué libro cree que tendría que haberle gustado pero le decepcionó? ¿Cuál fue el último libro que abandonó sin terminar?
R.- Oh. Estamos contando secretos oscuros, ¿no? No. Necesito todo el buen karma que pueda tener. Pero una vez dicho esto, claro que hay libros que me dejaron rascándome la cabeza y preguntándome por qué eran tan populares. Me solía forzar a mí mismo a terminar cualquier libro que empezaba pero en cuanto he ido creciendo, me he dado cuenta de que es absurdo, como pedir algo de cenar solo porque la persona con la que estás ha pedido lo mismo. Y aun así, por alguna razón, esos libros siguen viviendo en mis estanterías. Solo unos pocos que me molestaron terminaron en la papelera de reciclaje.
P.- ¿Cuál es el libro que le gustaría que escribiera otra persona?
R.- Una historia de fantasmas genial. Algo de mal humor y terrorífico pero exquisitamente bien escrito. Shirley Jackson (The Haunting of Hill House, mi historia de fantasmas favorita) está muerta, pero a lo mejor algo de Susan Hill me complacería. O de John Ajvide Lindqvist.
P.- ¿Quién le gustaría que escribiera su biografía?
R.- Nora Ephron. O Bill Byrson. O David Sedaris. Porque, honestamente, los momentos que más aprecio de mi vida son aquellos en los que nada iba según lo planeado. Como aquella vez que iba hacia mi primera entrevista de trabajo real y paré en Penn Station para usar el cuarto de baño y, por alguna imposible razón, el urinario descargó el desinfectante azul hacia fuera. Llevaba una camisa blanca. Conseguí el trabajo, en Grosset&Dunlap, que -podemos pararnos un momento para honrar la circularidad- ha publicado los libros de Nancy Drew que tanto me gustaban cuando era niño. Ahora bien, si estuviéramos hablando de cineastas haciendo un biopic sería mucho más fácil: Simon Pregg.
P.- ¿Le gusta releer? ¿A qué vuelve una y otra vez?
R.- Me encanta releer. Vuelve de manera usual a Ragtime de Doctorow, Guns of August de Barbara Tuchman (ese maravilloso primer párrafo), A sangre fría de Truman Capote, Martin Dressler de Steven Millhauser, En nuestro tiempo de Hemingway, Caroline's Daughter de Alice Adams (también una de las favoritas de mi mujer), The Shipping News de Annie Proulx, LaBrava de Elmore Leonard o El día de la Independencia de Richard Ford. Pero siempre, siempre, siempre vuelvo a El halcón maltés de Hammett, como he dicho mi novela favorita. Y, por supuesto, Una visita de San Nicolás, que leo a mi familia todos los años en Nochebuena, aunque soy algo propenso a cambiar el lenguaje a cosas como 'vomité sobre la hoja'. Lo sé. Pero tienes que estar allí.
P.- ¿De qué libros que no ha leído se siente avergonzado?
R.- Proust. No he leído nada de él. Es como si una parte de mi cerebro se hubiera ido durante una cita con el dentista en la infancia, como si toda la capacidad para leer a Proust se hubiera ido allí.
P.- ¿Qué es lo siguiente que planea leer?
R.- Proust.