Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) declara que a lo largo de su vida ha escrito sobre todo libros manejables para los lectores. "Yo soy un autor de prólogos y de libros de bolsillo", dice, y esboza una sonrisa. Pero la realidad es bien distinta. Dos veces premio nacional de Traducción (en 1978 por su versión de Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, de Pseudo Calístenes; en 2002 por el conjunto de su obra), catedrático de Filología Griega, investigador y estudioso en amplísimos terrenos, artífice de la legendaria Biblioteca Clásica de Gredos, García Gual estuvo hace unos días en la Fundación Juan March para repasar, en compañía de Javier Gomá, su trayectoria intelectual. Su infancia en Palma, la formación primera en la biblioteca de su abuelo, Barcelona y Madrid y aquella vieja Facultad de Letras a la que ha estado vinculado durante toda su vida profesional. Antes del acto el profesor se sentó a hablar con El Cultural.
Pregunta.- ¿Cómo ve alguien que ha dedicado su carrera a la docencia de los saberes clásicos el arrinconamiento de las Humanidades en la universidad española?
Respuesta.- Con pesimismo. Veo que el horizonte es oscuro en un doble sentido. Por un lado, hay un desprestigio general de las Humanidades por culpa de una sociedad cada vez más pragmática que busca el bienestar económico y nada más. Y por otro lado, hay un problema dentro de la propia universidad, un problema de falta de fondos; cada vez hay menos profesores, una mayor penuria para comprar libros, para acondicionar despachos...
P.- Está la sociedad, pero los políticos son los primeros que desprecian las humanidades. Es rarísimo que alguno las nombre en sus discursos.
R.- Es cierto. Y cuando hablan de cultura es siempre desde el plano económico, como en el caso del IVA cultural. Pero de la orientación cultural, de hacia dónde vamos culturalmente ninguno habla. Creo que existe una crisis que opera en diversos frentes. Se habla mucho de la crisis que afecta a las editoriales, que venden menos libros por culpa de la piratería de los contenidos, pero esa crisis tiene su origen, creo, en algo tan simple como que la gente lee mucho menos. Aunque es verdad que en España se leen bastantes libros en comparación con otros países, la gente lee novelas y cosas bastante ligeras. Ensayos o libros de más nivel cultural se leen muy poco, por no decir nada.
P.- Usted ha dado clase toda su vida en Filología. ¿También los alumnos leen menos?
R.- Leen muy poco. Gastan su tiempo atendiendo diversas pantallas y creen además que toda la sabiduría del mundo está en Google. Yo daba por supuesto que los alumnos de segundo o tercer curso de Clásicas, que es cuando llegan a mi asignatura, habían leído una serie de libros básicos, y no es así. A mí se me han quejado alumnos que decían que no tenía derecho a mandarles leer la Ilíada porque era muy gorda.
P.- Es llamativo porque estudiar clásicas hoy, tal y como está el mercado, solo puede ser vocacional.
R.- En realidad lo fue siempre, pero hoy es una vocación más peligrosa todavía. Los de mi generación al menos encontrábamos un puesto de trabajo al salir de la universidad. La enseñanza media tenía sus profesores de griego, de latín. Ahora esto ya no es así en la enseñanza pública y mucho menos en los colegios concertados, donde se consideran gravosas ese tipo de asignaturas.
P.- Cree, entonces, que el problema del nivel de los alumnos ha de atajarse desde los planes de enseñanza primaria y media.
R.- Creo que sí. A mí me da pena el descenso de la secundaria. Yo fui profesor de secundaria durante cuatro años en el Instituto Beatriz Galindo y era un instituto estupendo. Tengo amigos que siguen dando clase a esos niveles y están muy dolidos, incluso por hechos de disciplina que antes no se daban. Es verdad que ha aumentado mucho el alumnado, pero el nivel ha bajado tanto que no creo que pueda explicarse por esta razón. Y ya en la universidad yo echo de menos lo que en mi época se llamaban cursos comunes. Creo que la especialización empieza muy pronto y cuando eso se hace sobre una base cultural inexistente es peligrosísimo.
P.- Convénzame, como si fuera un adolescente indeciso, de que son importantes las humanidades, de que debo estudiar y conocer la cultura clásica.
R.- Pues mire: ahora hay la creencia de que basta con saber manejarse en el presente. Pero hay que conocer bien el pasado para entender qué es la vida. Quien vive solamente en un espacio, y sobre todo en un tiempo determinado y no conoce más, es como si viviera en una especie de prisión intelectual. Sin entender por qué estamos aquí y cómo hemos llegado a dónde estamos, creo que se reduce mucho lo que es la vida. Yo le diría que tiene que leer los grandes libros, o algunos de los grandes libros: el Quijote, la Ilíada, a Shakespeare. Así entenderá hasta dónde puede llegar el ser humano.
P.- ¿En qué aspectos de nosotros, de lo que somos, podemos rastrear la influencia de los mitos griegos?
R.- Bueno, los mitos son una parte limitada del mundo griego. Reflejan la gran imaginación de los griegos, su capacidad para crear un mundo de dioses y diosas de enorme humanidad. Los dioses griegos son tremendamente humanos, son también divertidos, patéticos... la sociedad griega, que está en la base de la nuestra, sintió la libertad, la humanidad que permitió la democracia, la filosofía, las matemáticas. Los griegos eran viajeros: Heródoto, Tucídides... Cuando uno lo compara con otras civilizaciones se da cuenta de que los griegos han sido el pueblo con más capacidad de aventura que ha existido.
P.- ¿Qué equilibrio mantienen en nuestra cultura la tradición griega y la judeocristiana?
R.- Yo creo que tenemos mucho de los griegos; más de lo que pensamos. Tenemos ese sentido de la libertad, de lo importante que es la conciencia individual. De ellos nos viene el gusto por el arte, la apertura hacia el mundo. Todo esto es muy griego. El cristianismo, aunque eliminó la religión antigua, conservó mucho de la cultura pagana. Por ejemplo, la poesía. La mitología pasó a formar parte de las ficciones poéticas, pero permaneció. La noción sobre el alma, la inmortalidad del alma, la ética, la conducta social, eso ya estaba en Platón y el cristianismo lo tomó de él y lo ha sabido conservar. Esa es la gran herencia clásica, que atraviesa la Edad Media y se renueva con el Renacimiento.
P.- ¿Recuerda cuando decidió que quería dedicarse a la Filología Clásica?
R.- Yo iba a hacer letras en la universidad y me gustaban por igual la filosofía, la literatura y el mundo antiguo, pero me decidí sobre todo porque había muy buenos profesores de Griego. Filosofía me desilusionó un poco y en Literatura no tuve tampoco mucha suerte. En cambio en Griego estaban Adrados, Laso, Fernández Galiano... eran excelentes profesores. Y auténticas referencias a nivel internacional. Entonces en la Facultad de Letras el Griego tenía mucho prestigio.
P.- ¿Y ahora?
R.- Ahora hay buenos especialistas, pero son más limitados.
P.- Volviendo a los textos griegos, es curioso que la Odisea se tradujera al español por primera vez en el siglo XVI y la Ilíada tardara aún dos siglos en llegar...
R.- Sí. Hoy tenemos ya muchas traducciones de ambas en castellano, como unas veinticuatro de la Ilíada y unas doce de la Odisea, y en inglés muchas más. Steiner bromeaba con esto, con que todos los años saliera una nueva traducción que venía a ser la definitiva. Pero la primera traducción de la Odisea, la de Gonzalo Pérez, que es de 1580, llegó aquí antes de que el texto estuviera disponible en inglés. Era una época en que España tenía una proyección importante hacia Europa y hacia América y fue entonces cuando se tradujo también a Virgilio. La de García Malo de la Ilíada, la del siglo XVIII, está bien, pero sobre todo es muy buena la segunda que se hizo, la de Hermosilla, que era preceptor de poética e hizo una traducción en endecasílabos que todavía se puede leer hoy con mucho agrado.
P.- Su labor como traductor ha obtenido el máximo reconocimiento a nivel nacional en dos ocasiones, en 2002 por el conjunto de su obra. ¿Piensa que el traductor es, todavía hoy, una figura no lo suficientemente reconocida?
R.- Eso ha ocurrido siempre. Ahora hay muy buenos traductores, pero siguen estando mal pagados, sobre todo porque no es lo mismo traducir un best seller, que se vende enseguida y el traductor, que tiene contrato con la editorial, cobra rápido, que traducir por tu cuenta y encima clásicos o libros de ensayo. Es muy importante reivindicar el papel del traductor porque es el que convierte en universal un texto.
P.- En los textos griegos en concreto, ¿qué se pierde en la traducción?
R.- La música, la belleza del léxico... pero yo creo que siempre se conserva lo fundamental. Esto depende de los géneros. En la poesía siempre parece que se pierde algo más. En prosa menos, en textos científicos no se pierde nada, también porque los términos son más universales.
P.- Se ha ocupado de la novela en sus obras, de sus orígenes y su desarrollo. Alguna vez ha declarado que le falta imaginación para escribir una.
R.- Sí, es que soy poco imaginativo.... Quizá estoy también incapacitado porque he leído demasiadas.
P.- ¿Procura estar al tanto de las novedades editoriales? ¿Lee novela contemporánea?
R.- No demasiado. Leo muy poca novela española, la verdad. Pero sí que leo bastante novela policiaca. Me gustan las de Leonardo Padura, las de Benjamin Black. Soy un lector muy disperso y siempre tengo abiertos varios libros.
P.- ¿Cómo ve la crítica literaria actual?
R.- Mal, muy mal, quizá algo mejor en suplementos como El Cultural, Babelia o el de ABC. Yo creo que una buena revista de crítica literaria debe tener sus críticos serios, de siempre, que tengan cierto prestigio y no les importe hacer críticas duras cuando proceda. Pero lo que tenemos ahora no es eso. Predomina la crítica blanda y elogiosa y eso es el lector quien lo paga, pues no se siente orientado. Se reseña además mucho best seller, y estos son libros que se ponen de moda pero no sirven para nada. Creo que han ido desapareciendo algunos críticos importantes y no está habiendo un recambio claro. Está todo muy mediatizado, existen presiones de las editoriales. En ese sentido me gusta más la crítica de cine, que orienta mucho mejor. ¡Al menos sabes, al terminar de leerla, si la película es buena o mala! Eso cada vez ocurre menos en la crítica literaria, que es ambigua o abiertamente elogiosa.
P.- Usted ejerce la crítica, pero me parece que cada vez menos. ¿Tiene que ver con que ha dejado de confiar en su utilidad?
R.- En realidad es porque me quita mucho tiempo. La crítica es un oficio muy duro porque hay que leerse bien los textos. Eso o haces propaganda, que es bien distinto y mucho más cómodo porque ni siquiera hay que leer los libros.
P.- Hay quien defiende que la crítica negativa no tiene demasiado sentido: si un libro no es bueno, no se da y ese espacio queda para reseñar uno que sí lo es.
R.- Eso puede tener sentido respecto a autores jóvenes; yo entiendo que con los jóvenes no hay que ser cruel, o no se debe. Pero con los consagrados se puede, aunque nadie se atreve. Por ejemplo, meterse con Pérez-Reverte: eso no lo hace nadie.
P.- ¿Le gusta alguno de los escritores consagrados?
R.- Alguno sí. Leí los primeros libros de Muñoz Molina y de Javier Marías; los actuales ya menos, quizá porque me he cansado. Me gustaba Mendoza en sus primeros libros, ahora me gusta menos con esta cosa cómica. Y Javier Marías me gusta poco ahora: creo que sus elucubraciones cada vez le comen más terreno a las novelas y las hacen difíciles de digerir. Ocasionalmente leo poesía, pero ya muy poco. ¡Es que leer bien poesía lleva mucho tiempo! Estoy al tanto más o menos de los de mi generación, pero me supera mucho la cantidad de poesía que se publica.
P.- ¿Y cómo es su relación con los textos clásicos? ¿Aún disfruta de su lectura?
R.- Sí, claro. Soy un lector continuo pero bastante poco original. Ahora hago más bien calas, voy a un pasaje, lo busco, lo leo y casi siempre me dice cosas nuevas. Esa es la magia de los clásicos. Uno de mis últimos libros, Sirenas, es un poco esto, la vuelta a estos pasajes; las sirenas en Homero, en Apolonio Rodio... leo un poco a saltos, esa es la verdad.
P.- ¿Y quiénes son sus autores de cabecera?
R.- Soy muy clásico: Homero, Platón. Vuelvo a los de siempre. Últimamente he traducido Edipo Rey, de Sófocles, y me sigue pareciendo una obra magnífica. Las Bacantes de Eurípides también. También me gustan mucho Las vidas de los filósofos, de Diógenes Laercio, que es el texto más divertido de toda la cultura griega. Son textos que me acompañado siempre; es más, muchos de ellos leí por primera vez siendo muy joven, en la biblioteca de mi abuelo.