Eduardo Mendoza. Foto: Antonio Moreno
Eduardo Mendoza tenía 26 años cuando publicó el libro que, en sus propias palabras, le cambió la vida. Por entonces había estado haciendo "un poco de todo", era esa época en la vida de un escritor en la que tiene que alternar sus noches ante la máquina de escribir, o el cuaderno, como era el caso de Mendoza, con un trabajo. El suyo era un trabajo en un banco. "Estaba estudiando Derecho", recuerda. Luego se fue a Nueva York. Pero antes de eso publicó el libro en cuestión, que, en un primer intento, fue interceptado por la censura, a la que no le pareció en absoluto bien el título que había elegido (Los soldados de Cataluña), y que además, lo consideró "un novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza". He aquí La verdad sobre el caso Savolta. "Nunca he sido bueno para los títulos, ni entonces ni ahora. Pere me ayudó", recuerda Mendoza. Pere es Pere Gimferrer, que está a su lado y asiente. "Estoy convencido que con este otro título", dice, y señala el ejemplar de la edición conmemorativa de la novela que hay sobre la mesa, "la novela habría tenido una vida muy distinta", añade.De hecho, dice, la novela es hoy "muy distinta" de como era entonces. "Yo también lo soy. No sólo cambia el mundo, también cambiamos nosotros, y cambian las novelas, la forma en que las percibimos. Por ejemplo, entonces Cataluña no significaba nada. Era una parte del mapa del colegio. Hoy es algo muy distinto", expone el escritor, que jamás olvidará cómo, a su regreso de Nueva York, un año después de que el libro se hubiera publicado, y sin ser consiciente aún de su repercusión ("la vida del libro entonces era muy larga, la primera crítica salió un año y media después de que se hubiera publicado, porque era lo normal", recuerda), se fue directo al banco, pensando que, con lo que le hubiera ingresado la editorial por los derechos, podría invitar a una cena a sus amigos. "Al llegar allí le pedí al cajero que me diera lo que tuviera en la cuenta y él me miró extrañado: ‘¿Todo?', preguntó. Resulta que había un millón de pesetas", explica. La historia de Javier Miranda y Savolta, el industrial catalán que se dedicaba a vender armas a los aliados, estaba lista para dar la vuelta al mundo. Y eso fue lo que hizo.
"El éxito era algo insólito en aquel momento para un escritor. Un éxito así era impensable. Que no sólo se vendiera si no que estuviera bien considerada, que me dieran, como ocurrió, el Premio de la Crítica, que hoy no es tan importante, pero entonces lo era, y mucho, hizo que, de repente, verdaderas divinidades del mundo literario quisieran charlar conmigo, y yo estaba muerto de miedo", asegura el autor de La ciudad de los prodigios.
"Lo peor vino después. Porque de la timidez pasé a la angustia y el agobio, ¿cómo iba a ser capaz de escribir algo que no defraudara a toda esa gente? Fue por eso que cambié de estilo. Estuve mucho tiempo dándole vueltas a cómo continuar, y entonces fue cuando empecé con las novelas de humor", recuerda Mendoza, que pensaba "que todo aquello era un malentendido, que no podía haberme hecho tan famoso con una novela, y que no podía ser tan buena".
De hecho, aún hoy, 40 años después, le parece "sorprendente" que se hable de ella. Seix Barral ha preparado una edición especial que conmemora las cuatro décadas y en la que, además de la novela, por primera vez llegará a librerías con el título original (aquel Los soldados de Cataluña que no le pareció en absoluto apropiado al censor), se incluyen los informes de la censura y artículos de Juan García Hortelano, Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa y el propio Mendoza.
"Ahora hay otra generación leyéndolo. Para mí, hoy ya es como si fuera algo que no es mío. Porque, ya lo he dicho, yo tampoco soy aquel chico de 26 años. Lo de recuperar el título y la portada es un pequeño homenaje pero en ningún caso quiero que se recuerde con este título. Las cosas son como son y han de pertencer a su momento. Y La verdad sobre el caso Savolta ya tuvo su momento", dice. Un momento al que, cada vez que se abre un ejemplar del mismo, se regresa, como si el libro fuera una máquina del tiempo.