Claudio Magris
Claudio Magris (Trieste, 1939) no cree que la política sea, al contrario que la literatura, un arte sencillo. "Solucionar la crisis económica internacional o el terrible problema de la inmigración en Europa requiere una genialidad creativa que no está en la Divina Comedia", explica, sonriendo. Y sabe de lo que habla: en 1994, "obligado por las circunstancias", dice, tomó partido y se presentó a senador por un partido de centroizquierda. ¿Y cómo lo recuerda? "Ya sabía entonces que aquello iba contra mi naturaleza. Pero lo hice porque creí que era necesario". Su obra, en la que caben casi todos los géneros, está atravesada por la realidad europea. Para hablar de Europa, y de literatura, nos hemos citado con el autor de El Danubio en la Biblioteca de Casa de América, en donde, en unas horas, participará en un coloquio con Mercedes Monmany. Claudio Magris llega acompañado de dos mujeres que se dirigen a él como "maestro".-En sus conversaciones con Vargas Llosa [reunidas en La literatura es mi venganza, Anagrama] reivindicaba una literatura compleja como único modo de contar una realidad compleja. ¿Cree que la literatura contemporánea ha entendido mal esa complejidad, que en ocasiones se cae en el artificio, en el juego por el juego?
-Es difícil dar una respuesta porque no creo que exista una sola literatura contemporánea. Escritor contemporáneo es, por ejemplo, Fernando del Paso, a quien admiro y que ha influido en algunos de mis libros, como A ciegas. Es un escritor duro, difícil. Por otro lado, existe una literatura de consumo, una narrativa de consumo, mejor dicho, que está al margen de la realidad, en la que no hay conflicto. Ya sabe, literatura que comienza así: "Aquí no pasa nada, señora marquesa". Esto no es literatura, no es comparable a Kafka, Rulfo, Faulkner o Musil. Solo tiene que acercarse a una librería: es muy difícil orientarse, encontrar libros realmente interesantes. La industria ha decidido que es más rentable la cantidad, así que la oferta es aplastante.
-Hay un cuento en El conde y otros relatos en el que un hombre sólo es capaz de sentir emoción con la voz grabada de las mujeres en los contestadores automáticos. Es un relato escrito hace casi treinta años, pero que anticipa ficciones que han venido después sobre esa especie de soledad del hombre contemporáneo. ¿En qué pensaba cuando lo escribió?
-Ese relato es la historia de un delirio, del delirio de un hombre que busca una voz verdadera y absoluta y solo la encuentra en esa voz muerta. Hoy ocurre con las redes sociales, entonces con el teléfono. Pero no creo que haya que exagerar ni creer que este mundo nos incapacita para la espontaneidad o el capricho, para la elección individual o la aventura.
-Es suyo el término Mitteleuropa, que se refiere a esa cultura común centroeuropea ya desaparecida. ¿Qué significa para usted?
-Bueno, Mitteleuropa es un término muy ambiguo. Indica una supremacía político-económica del Imperio germano-austríaco. E indica un trasfondo común en todas esas culturas, en donde cabe también la diversidad. Los elementos comunes son la lengua alemana, que era una especie de esperanto, y, por otro lado, la cultura judía, que se arraigó en muchos de esos países. La tragedia de esa Mitteleuropa es que una trató de aniquilar a la otra.
-¿Cree que corre peligro la unidad del continente?
-Creo que el único futuro posible pasa por la creación de un verdadero estado europeo que no excluya a las nacionalidades ni a las identidades que lo conforman. Hoy nuestros problemas, los problemas de cada país, son problemas europeos.
-¿Y está la Unión Europea a la altura de esos problemas?
-No, ciertamente. Europa es hoy una máquina complicadísima que no avanza. Piense en el problema de la inmigración: es un problema europeo que en Italia, por ejemplo, se considera un problema solo siciliano. Hace poco le pregunté a un funcionario encargado de Defensa si existe o no un ejército europeo y él contestó primero que sí y luego, tras pensarlo unos segundos, rectificó y dijo que no, que solo existía un ejército europeo en el papel. A eso me refiero. Yo creo que el principal problema hoy es cómo conciliar la democracia (es decir, la libertad de afrontar problemas, debatir, exponer teorías) con la velocidad a la que se transforma el mundo, que no soporta discusión alguna. La realidad va más rápido que la política y en muchas ocasiones, cuando se pone solución al problema, el problema ya ha desaparecido.
-Hay partidos políticos que cuestionan el papel de Europa. ¿Le preocupa?
-El surgimiento de los antipartidos como Cinco Estrellas en Italia o Podemos aquí, en España, me parece que indica una falla en la política tradicional, en la política de partidos. Para mí, con sus errores, la política de partidos es la más justa. Pero creo el auge de estos partidos es como una fiebre, y la fiebre es sana porque nos hace ver que algo está mal.
-Algunos de estos partidos son muy críticos con la ideología única de Europa, de corte liberal y regida por la austeridad alemana. ¿Cree que hay alternativa? ¿Debe la izquierda radicalizar su discurso para hacer frente a esa ideología?
-Es muy complejo; pero esa ideología única es un problema a nivel mundial. Es el pensamiento de un capital esencialmente financiero, y no productivo, lo que nos ha situado tan cerca del desastre. El capitalismo financiero es un delirio esencialmente anglosajón. Convendría revisar lo que Marx decía al hablar del capitalismo renano; él situaba por encima del elemento financiero la producción. Y eso es interesante. Yo creo que Alemania se ha excedido, ha habido mucha dureza en la política de Merkel; pero creo que se ha dado cuenta y ha corregido el rumbo, y ahora está más centrada en defender el euro, que es algo fundamental. El papel que tiene la moneda es equiparable al que tienen las lenguas, y si uno no tiene la certeza de qué puede comprar con un pedazo de papel, si no sabes si te va a servir para pagar un café o una cena, estamos ante un problema serio.
-Ha escrito: "La legitimidad moral calienta la sangre más que la fría legalidad, pero la democracia se basa en valores fríos como las leyes". Esto lo escribió acerca de la "política pop". ¿Cree que este modo de hacer política envenena el debate público?
-Con política pop me refiero a ciertos aspectos espectaculares, extrapolíticos usados como armas políticas. Esta política que apela a los sentimientos o a la moral es un problema enorme, naturalmente. La crisis de partidos provoca el populismo y el populismo, como elemento democrático, tiene en sí el riesgo de degenerar en totalitarismo. Todo dictador se ha relacionado con las multitudes, todos han sido populistas porque han apelado a esa emocionalidad desprovista de mirada crítica. La consecuencia, en la gente, es la repetición de conductas sin que medie razonamiento alguno. Es lo que ocurre cuando, después de un partido de fútbol, la multitud se echa a la calle a destruir algo.