Este Amar es dónde continúa la escritura de Joan Margarit (Sanahuja, Lleida, 1938) en doble lengua. Quiero decir con ello que, escritos estos poemas en catalán -su lengua poética desde 1980, el español lo era desde 1963-, las traducciones las hace él mismo y es injusto llamarlas así, pues se trata de nueva escritura. Baste señalar que “amar es dónde” es la correspondencia de “estimar és un lloc” que figura como título original -en realidad Des d'on tornar a estimar-, que no es la traducción más esperable, “Amar es un lugar”, sino otra frase diferente e incluso podría decirse que más poética. El lector atento encontrará abundantes pasajes de este doble ejercicio y quede dicho que en ninguna de las dos versiones falta el hálito poético.
Los poemas de este libro son también continuación de lo que es la manera característica de su poesía, el uso de un habla cercana a la común y así lo dice él mismo en el epílogo: “La lengua en la que hablo y la lengua en la que escribo los poemas es la misma”. Y en íntima relación con ello está otra confesión del epílogo, el que los poemas que escribe Margarit hablan a un tú, a alguien, pues, cercano (aunque se trate del hipotético lector) y esa proximidad es lo propio de la conversación, ese tono tan extendido, y en muchas ocasiones con todo éxito, en la poesía contemporánea. Una de esas ocasiones es la obra de Margarit. Tono medio que cumple las aspiraciones de los inicios del poeta: “con inocencia de joven pretendía; que nunca mis poemas fueran literatura”.
¿Qué habrían de ser entonces? Los lectores de Margarit lo saben bien: la poesía ha de ser vida; es de la vida, de las experiencias, de los sentimientos -lo que no excluye que ese origen radique en una lectura, en una música, etc.-, de donde surgen y reclaman su escritura al poeta, quien los devuelve a la vida, a la del lector: “El poema no se manifiesta más que en la relación con la vida de quien lo está leyendo”, se lee en el epílogo.
Como ya viene sucediendo en sus últimos libros, la mirada al mundo, a la vida, es la de alguien que sabe que ya ha pasado la mayor parte de su tiempo y que, por tanto, ha ido viendo cómo las pérdidas se sucedían, algunas particularmente dolorosas: “en [el cementerio de] Montjuïc tengo dos hijas”, una, Joana, evocada en otros versos y también en libros anteriores. Esas ausencias ocupan el lugar de ese tú al que se dirige la palabra: “hablo con los que no están”; desaparecidos que a su vez hablan al poeta: “Se oye con claridad/ el canto fuerte y próximo/ de los que ya no están”, versos que, si en principio se refieren a pájaros en el amanecer, son lo suficientemente ambiguos -los pájaros ni siquiera se nombran- para leer en ellos otras ausencias.
Evocaciones de la infancia, la guerra, la prohibición de la lengua aprendida de la abuela que le lleva a añorar “aquella É cerrada de Lleida que perdí”, y escenas recientes de la vida cotidiana así como algunos cuadros o piezas musicales son las anécdotas de donde el poema parte. No falta una visión muy crítica a la Barcelona actual, una ciudad con “su cara maquillada, /como de madre muerta”, que hace de puta, que se opone a otra en la que había una culta burguesía y obreros que “se sabían poemas de memoria”. ¿Dónde están?, ubi sunt?, se lamenta.
En el poema inicial aparece un tren; otros más en el de cierre. Valen para verbalizar la idea de la vida como viaje, de sus etapas, de la infancia y la vejez principalmente, van dando cuenta los textos de Amar es dónde, no por la mera rememoración, sino como una búsqueda de quién es quien escribe que se torna, en la lógica poética de Margarit y así sucede, en el quién es el lector.