Franz Kafka le pidió a Max Brod que quemara todos sus manuscritos; Brod, felizmente, desobedeció la orden. Fue Brod también el responsable de que La Metamorfosis, de cuya publicación se cumplen ahora cien años, llegara por primera vez a los lectores: en 1913, un año después de que Kafka culminase su relato, Brod puso sobre aviso al editor Kurt Wolff. Después le mandó una carta a su amigo: "Envíame la historia de la chinche". Kafka estuvo de acuerdo y Wolff aceptó el original. Pero entonces el escritor tuvo dudas y pidió hacer unas últimas revisiones al texto. Entretanto una crisis con Felice, su novia, le impedía avanzar y dar por terminado el relato.

En febrero de 1914 se dio un giro inesperado: pese a su compromiso con Wolff, Kafka envió La Metamorfosis a Robert Musil, que trabajaba como lector en la revista Neue Rundschau; pero los jefes de Musil lo rechazaron. Volvió entonces Kafka a la opción Kurt Wolff, envió el texto a una de las revistas de su editorial, Weisse Blatter, y ésta lo publicó en octubre de 1915. En noviembre salió en un volumen individual y en 1918 tuvo una segunda edición.

Félix de Azúa resumió en un ensayo ("Tres novelas que cambiaron el mundo". Lecturas compulsivas, Anagrama, 1998) la relación de Kafka con el éxito literario: "Kafka luchó por publicar y por ser leído. Buscó el reconocimiento y el éxito. Kafka era un artista, no un cura". Al autor de El castillo le deprimía, además del trabajo oficinesco en la aseguradora, la incomprensión de sus contemporáneos; y a cualquier nivel: tanto los problemas para publicar como el desprecio de su padre, que dejaba en la mesita, sin abrir, cada uno de los libros que Franz le regalaba entusiasmado.

"La metamorfosis -dice Jordi Llovet- es muy autobiográfica; hay que leerla al lado de Carta al padre y de los diarios. Es una novelita muy bien hecha, una novelita doméstica, pero que encierra una metáfora muy fuerte: la de ese hijo que se dedica a un oficio inútil a ojos de los demás, que es escribir, en el seno de una familia vulgar de la pequeña burguesía de Praga". Es revelador que, en el momento de redactar el texto, Kafka se encontrase en un estado de tristeza y melancolía comparable al de Gregor Samsa. Su relación con Felice atravesaba su primera crisis importante y la enfermedad de su padre (padecía arterioesclerosis) se agravaba. Kafka veía con verdadero pánico el momento de tomar las riendas de los negocios familiares. Sentía que su entorno le obligaba a ser algo que no deseaba ser. "Una de las ideas centrales de Kafka -explica Azúa- es que nunca llega lo que esperamos, que lo que esperamos sólo tiene valor mientras lo esperamos, pero no cuando llega. En La metamorfosis es más fuerte, sin embargo, otro de sus temas favoritos: no somos lo que creemos ser sino lo que los otros nos imponen".

Para Pablo d'Ors, la emblemática historia de la transformación de Samsa, considerada por Nabokov la narración más perfecta del siglo XX, ofrece, de un modo más directo que ninguna otra creación kafkiana, el verdadero asunto de su literatura: la humillación. "El castillo, El proceso, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria, Informe para una academia, América, todo, todo son historias de un hombre humillado. Kafka se sentía probablemente humillado. Por su padre, por su trabajo, por su vocación, por la vida. Todos sus libros hablan de esto y La metamorfosis da concreción plástica a esta obsesión: un hombre se convierte en un horrible escarabajo".

Obra eterna

¿Qué hace que La metamorfosis sea una de las narraciones más leídas de la literatura universal? ¿Es superior a El proceso o a El castillo? ¿Es más sencilla? ¿Indica mejor el significado de lo 'kafkiano'? ¿Está el mejor Kafka en sus novelas, en sus cuentos, en sus diarios o en su correspondencia? ¿Es que La metamorfosis 'contiene' todo Kafka?

Responde Azúa: "Las famas y éxitos de algunas novelas no dependen de su calidad. Tengo para mí que El proceso es más popular que El castillo gracias a la película de Orson Welles. Y Metamorfosis porque es muy fácil, es el libro de texto para iniciarse en alemán. Hay un cuento que lo contiene todo en su máxima expresión, pero no es Metamorfosis, sino otro mucho más tremendo: Ante la ley (1914)". Frente a la ficción, D'Ors prefiere al Kafka que no quiso hacer literatura, el de sus diarios y sus cartas: "Es ahí -dice- donde está la medida del genio kafkiano", un genio, tercia Llovet, ya presente en sus primeros textos incluidos en Contemplación, de 1912: "Ahí Kafka ya revoluciona la prosa que se hacía en los países de habla alemana. Aunque se le nota el peso de autores como Flaubert o Dickens (sobre todo en su primera novela, América), Kafka logra algo muy especial: diagnostica la evolución de la civilización burocrática y del capitalismo, entonces aún incipiente. Ese diagnóstico es todavía enormemente válido".

Ignacio Echevarría decía en un artículo que "sus textos constituyen el perfecto paradigma de ese permanente desplazamiento del sentido que constituye la marca de la gran literatura, de la capacidad que ésta tiene de renovarse en cada tiempo, a cada hora, ante cada lector". Félix de Azúa habla del "sistema de producción de significado" que es toda gran obra de arte: "Esto es lo que hace que el arte dé sentido a nuestra existencia, una vez desaparecida la perspectiva religiosa y convertida, la científica, en un jeroglífico egipcio. Por esta razón no es lo mismo ver un Velázquez en el siglo XVIII o en nuestros días. La obra (es un misterio) va cambiando con el tiempo y otorgando nuevos sentidos a cada momento. Por eso podemos seguir leyendo a Sófocles con gran provecho, pero es una pérdida de tiempo leer a Paul Bourget, aunque fuera el favorito de Proust. El Kafka de la angustia existencial es el de la posguerra europea, el de la guerra fría, el de la amenaza de destrucción nuclear, el del existencialismo, el de Bergman o Beckett. Hoy es otro".

Max Brod y Kafka en un balneario en 1913. Foto: Archiv Klaus Wagenbach

Para Borges, la obra de Kafka es como un sueño eterno, o sueños, más bien, que podrían haber sido soñados por hombres de cualquier época. Y no importa que sus novelas no estén terminadas: en realidad no terminan nunca. "Tienen un número infinito de capítulos porque su tema es de un número infinito de postulaciones", escribió el autor de El Aleph. Azúa, en el texto citado, hablaba de los infinitos entretenimientos a que es sometido Josef K. en El proceso a la espera de la inevitable condena final. "Es muy pertinente la idea de infinito -comenta Llovet-, o más todavía, la idea de trascendencia. Yo creo que Kafka es una especie de rabino del siglo XX. Si se hubiera actualizado la Biblia, después de fijarse el canon, habrían entrado muchos textos de Kafka. Son de un pensamiento trascendente judío enormemente marcado".

La metamorfosis, ¿un relato de humor?

A Guillermo Cabrera Infante le gustaba destacar el humor de Kafka a pesar de la legión de epígonos atormentados que generó su obra. Y en particular el humor presente en La metamorfosis: "Nada hay más risible -escribió el cubano- que el incestuoso insecto (cucaracha que no puede caminar, escarabajo no debajo sino arriba de la cama, chinche devenida vegetariana de súbito) con su carapacho incrustado de manzanas que se pudren en el ambiente raro del cuarto de Gregorio Samsa. No es un sueño ni una pesadilla sino una película de horror cómico como El gato y el canario en el gueto".

Kafka era un hombre que reía. "Tenía mucho humor, no cabe duda -dice Pablo D'Ors-. Yo me río mucho leyéndole. Y he leído que él mismo se lo pasaba muy bien cuando leía sus textos en voz alta a sus colegas y amigos. Es un humor grotesco, sin duda, de esos que te deja la sonrisa congelada, en una mueca". Llovet no lo tiene tan claro. "Kafka tenía sentido del humor, lo sabemos por los testimonios de sus contemporáneos; pero en su obra... si uno coge el Informe para una academia (1917), ahí no hay nada humorístico. Humor hay, sobre todo, en su primera novela, El desaparecido, la mal llamada América, pero esa es una novela muy dickensiana, es otra cosa. Y hay destellos de humor en algunos momentos de El castillo y El proceso". Pero, continúa el filólogo catalán, "Kafka no es un humorista, como tampoco es exactamente un existencialista, como quisieron los franceses: es un autor tremendamente realista, pero que presenta, de forma alegorizada, unas situaciones que sirven para diagnosticar algo que entonces estaba latente y que no ha dejado de avanzar".

¿Y qué es lo que hace reír de la obra de Kafka? "Lo mismo que hace llorar, puesto que la risa y el llanto son las dos expresiones extremas y externas ante la intensidad emocional que puede despertar una obra de arte", responde D'Ors. "Reímos y lloramos leyendo a Kafka porque sus historias dan con universales del ser humano. Porque nos reconocemos. Porque no nos gusta reconocernos, pero no nos queda más remedio. Porque sus libros nos ponen un espejo delante y descubrimos en su lectura el horror y la belleza de la verdad".

@albertogordom

Ediciones para el centenario

Varias ediciones de La metamorfosis celebran el centenario de la obra. En primer lugar, la editorial Nórdica, en una nueva traducción de Isabel Hernández, con ilustraciones de Antonio Santos y con un prólogo de Juan José Millás. La editorial Navona, que ha optado por el título de La transformación (como quería Borges, obedeciendo la literalidad del título kafkiano: Die Verwandlung, que significa "La Transformación"; otra palabra alemana, Metamorphose, significa "Metamorfosis"), ha publicado una nueva traducción de Xandru Fernández. Por último, DeBolsillo (Random House) recupera este noviembre (coincidiendo con el centenario exacto de la publicación de la obra como volumen individual) la traducción de Juan José del Solar con una edición que replica la original, con una sobrecubierta beis con la famosa ilustración de Ottomar Starke, forro azul y lomo amarillo, guardas rojas y texto compuesto en la Golden Type de William Morris.