Image: Freud en su tiempo y en el nuestro

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Letras

Freud en su tiempo y en el nuestro

Élisabeth Roudinesco

11 septiembre, 2015 02:00

Freud, en su célebre diván, a principios de los años 30

Traducción de Horacio Óscar Pons. Debate, 2015. 624 páginas, 28'90€. Ebook: 12'90€

Sostenía el filósofo Arthur Schopenhauer que es destino de las grandes verdades aparecer históricamente en un primer momento como paradójicas para normalizarse después como triviales. Una observación similar vale para las en otro tiempo subversivas tesis freudianas. En la actualidad, integrado el psicoanálisis en nuestra vida cotidiana, suena algo lejana la apócrifa aseveración de Freud a Jung, popularizada por Lacan, antes de desembarcar en Estados Unidos: "No saben que les traemos la peste". Con el paso del tiempo el original tono revolucionario del psicoanálisis se ha terminado integrando en nuestra cultura y lenguaje, incluso hasta convertirse en un lugar común. ¿Quién no ha escuchado palabras como "complejo", "inconsciente" o "libido"? En la televisión, el cine o la cultura popular Freud se ha convertido en un maestro de nuestro tiempo, más aún, un icono. Pero esta familiaridad excesiva no está exenta de problemas, como reconoce Elisabeth Roudinesco (París, 1944) en la última biografía que ve la luz.

Asimismo, tras décadas de defensas hagiográficas y condenas igualmente encendidas, resulta difícil hacer un retrato fiel del personaje. Un ejemplo de estos malentendidos: la escena ha sido glosada por algunos biógrafos acríticos. Con motivo de su cincuenta cumpleaños, un reducido círculo de admiradores le regala a Freud un singular medallón. En una de sus caras aparece el retrato del maestro; en la otra, un motivo griego que representa a Edipo contestando a la fatal cuestión lanzada por la Esfinge. En el medallón, inscrita, la siguiente estrofa del Edipo Rey: "Solucionó el enigma, y fue un hombre realmente grande". De ahí la imagen del psicólogo del inconsciente como "honrado caballero solitario" en lucha contra un ambiente hostil, un hombre, en su autoanálisis, solo comprometido con la verdad, cuyo destino no era otro que reventar con espíritu sacrílego los estrictos corsés del puritanismo.

El primer mérito de la biografía de Roudinesco radica en su tentativa de superar ambos escollos. El hecho de que la autora, ayudada por la perspectiva que da el tiempo, haya podido consultar inéditos archivos y parte inédita de su correspondencia, es otro valor añadido. Lo que emerge de estas seiscientas páginas es, en todo caso, una figura indiscutiblemente ligada al destino del siglo XX, con sus luces y sombras. Roudinesco acentúa algunos perfiles: la del excepcional escritor -su prosa fue merecedora del premio Goethe de literatura en 1930-, científico audaz y sutil teórico. Un clásico vivo cuyas tesis, no pocas veces provocativas, siguen interpelándonos al día de hoy. En realidad fue un ejemplo, lo mismo que Edipo, del famoso lema délfico en el que tanto insistió Sócrates: "Conócete a ti mismo".

Roudinesco despliega su envite en cuatro grandes bloques: el relato vital del hombre ambicioso y contradictorio, la paulatina conquista de su posición científica como cartógrafo del inconsciente, la geografía de su mundo íntimo y su relación última con un tiempo histórico "desquiciado". Aunque el relato sigue un sostenido pulso cronológico tomando como hilo la aparición de sus libros y ensayos más importantes, donde resaltan las aportaciones hermenéuticas brillantes, Roudinesco también muestra gran habilidad a la hora de conjugar episodios biográficos con cuestiones teóricas de calado. Desde una escritura ágil, de afán pedagógico, rica en referencias culturales e históricas, pero exenta de pedantería, se ensaya un doble ángulo de acercamiento. Por un lado, el lector asiste a la exposición de los casos clínicos más representativos de la historia del psicoanálisis, recorre el proceso y las terribles ambivalencias por las que Sigmund Freud tuvo que atravesar para convertirse en Freud, su difícil relación con los discípulos, su incesante lucha interior, sus vicisitudes familiares y personales, sus dudas, ilusiones narcisistas y miedos.

Bajo este prisma la biografía revela a un Freud desmitificado, en absoluto un "lúcido conquistador aislado", como trataba de dibujarlo su discípulo Ernst Jones, sino una poderosa y sensible inteligencia nacida en una fructífera atmósfera judía que se nutre desde un ecosistema, la vieja Europa, a punto del suicidio. Por judío, Freud se apoyaba además en una tradición que reflexionaba de otra manera "sobre la cuestión universal de la herencia, la genealogía, la transmisión, la fidelidad, el exilio". Así, el psicoanálisis aparece en cierto modo como fruto de un trabajo colectivo.

Por otro lado, siguiendo esta orientación, más torpe y parcialmente transitada por anteriores biógrafos, el relato nos brinda un fresco histórico magnífico de un Freud inserto en su tiempo. Un cuadro donde la vieja Europa explica a Freud y Freud explica a la vieja Europa, "ese mundo de ayer" que describía su alma gemela Stefan Zweig. Es en este terreno donde la aportación de Roudinesco, buena conocedora de la filosofía y de la cultura del siglo, deslumbra especialmente, hasta el punto de aspirar al mérito de ser considerada como definitiva, si por "definitiva" entendemos, claro está, no una última palabra, sino un marco de interpretación que, por su voluntad de complejidad, es difícil de ser falsado por los historiadores posteriores.

Quedaría por discutir si ese tiempo freudiano es aún nuestro tiempo. Roudinesco así lo cree y aporta sólidos argumentos. Frente al libro negro del psicoanálisis, entendiendo como tal todas las críticas y condenas que han ido sucediéndose, la última, Freud, el crepúsculo de un ídolo, la obra ciertamente desinformada de Michel Onfray -autor cuya crítica sobrevuela esta biografía-, la autora muestra en qué medida el psicoanálisis supone una respuesta sofisticadamente humanista al "nihilismo terapéutico" y a esa crueldad suave de una sociedad cada vez más depresiva que tiende a reducir la lógica del pensamiento a actividad neurológica y a identificar el deseo con una simple secreción química.

Roudinesco presenta a un teórico que extrae todas las consecuencias de lo que la autora denomina "un romanticismo hecho ciencia". Ciertamente, si algún pensador ha privado al hombre del orgullo que éste depositaba en su racionalidad, ha sido él. El descenso freudiano a los "infiernos de la mente" asestó el definitivo golpe a la autoestima de una conciencia ya maltrecha. Sin embargo, a pesar de este reconocimiento de la debilidad del yo, el psicoanálisis es un método destinado a brindarle al individuo la conquista de su Ello irracional, arrojando luz sobre sus motivaciones últimas. En esa medida, Roudinesco insiste en que entronca con una larga tradición ilustrada del fortalecimiento del sujeto. Así entendemos la célebre declaración freudiana: "allí donde era 'Ello', 'Yo' debo advenir".

Tras la lectura, uno se pregunta si seríamos distintos, si pensaríamos, juzgaríamos, sentiríamos de la misma forma si Freud no nos hubiera precedido. No es casual que Roudinesco termine su obra con las palabras que, en su entierro, pronunció Zweig, suicidado apenas tres años después: "Gracias por los mundos que nos has abierto y que ahora recorremos solos, sin guía, fieles para siempre y venerando tu memoria". Una biografía apasionante.