Ricardo Piglia. Foto: Antonio Moreno
He aquí un libro firmado por Ricardo Piglia (Adrogué, Argentina, 1940) cuyo título alude a otro hombre, Emilio Renzi, que en realidad es el par de Piglia (Ricardo Emilio Piglia Renzi, constata la identidad legal del novelista). Es un diario que arranca en 1957, cuando Piglia tiene dieciséis años y aún no es escritor, y acaba en 1967, cuando ya es un escritor publicado y aplaudido. Es también un diario que a veces parece escrito en primera persona y otras en tercera, literal o figuradamente. En esas dos afirmaciones alambicadas caben los grandes ejes de Los diarios de Emilio Renzi: ¿cómo se forma un escritor, en qué consiste tal condición? ¿Y en qué consiste ser alguien, ser Yo, ser Piglia?El libro es imprescindible para los frecuentadores de la obra pigliana, necesario para los interesados en la literatura argentina de las últimas décadas, valiosísimo para quien se haga las preguntas que hemos establecido antes. Las notas rescatadas entre los años 1957 y 1961 son meritorias y a veces brillantes (echen cuentas de la edad del autor en ese momento, si es que no les parece vano el argumento de la juventud), pero su interés no está en lo que logran, sino en lo que apuntan, la preocupación obsesiva por la naturaleza de la narración ("no hay nada más bello y perturbador que una idea fija"), su auscultar el mapa de la narrativa latinoamericana, el viaje a la ideología. Es cierto que otras veces son las notas de un alumno, el mejor alumno, al volver de la facultad: eso no las hace menos necesarias para que el volumen tenga sentido.
En la segunda parte, 1961-1967, el libro invita a seguir el consejo agudo de Borges: esta reseña debería limitarse a acumular citas del texto. La inteligencia de Piglia lo lleva a auscultarse con lucidez mientras apunta en multitud de direcciones: están las mujeres y el amor, el trabajo y la pobreza, la escisión de quien abandonó su ciudad. Eso, en lo personal. Están el relato histórico argentino, la idea de escritura como investigación, la pregunta sobre la voz narrativa y la necesidad de que el lenguaje literario se enfrente al lenguaje del Estado. Eso, en lo literario. Y uniendo ambas dimensiones están la conciencia de estar practicando un género al llevar un diario (de ahí que lea a Pavese, a Kafka, a Woolf, etc.), las vueltas y revueltas en torno al proyecto propio (sin ahorrar momentos de una vanidad sosegada, "me siento a la vanguardia de los escritores de mi generación"), y sobre todo el eco lejano pero poderoso de la familia, en particular la madre y el abuelo que vivió la guerra, como fuente de la propia necesidad de narrar. De hecho, el libro se cierra con una pieza escrita hoy, 'Canto rodado', en la que Piglia se nos muestra muy intencionadamente como un anciano algo borracho que dicta a una joven musa: "si me hice escritor, es decir, si tomé esa decisión que definió mi vida, fue también a causa de los relatos que circulaban en mi familia".
Esta primera entrega de Los diarios de Emilio Renzi lleva por subtítulo 'Años de formación', y en efecto ése es el relato que ofrecen, admitiendo al menos dos lecturas: la formación del 'autor' Ricardo Piglia, la formación de un hombre. Y ese tipo de proceso exige rituales: a las mujeres se añaden libros (su recepción de Fuentes o de Cien años de soledad en tiempo real es de una lucidez impecable), cine, amigos (Rodolfo Walsh, Saer, Miguel Briante, la presencia tutelar de Beatriz Guido…), marxismo, asambleas de estudiantes, mala vida. Son los años sesenta, así que andan en circulación el boom, Sartre, la herencia del primer peronismo, Castro, Faulkner (imitado por todos). Y el joven Piglia, o Renzi, prepara su debut La invasión, está aprendiendo a ser escritor, esa forma maniática de ir muriendo.
Quedan sentadas las bases para que el siguiente volumen de estos diarios incidan en esa extrañeza.