Orhan Pamuk. Foto: Antonio Moreno
¿Sería posible explicar en un ensayo los últimos sesenta años de Turquía, con sus tensiones políticas y sociales? Es probable, pero siempre se escaparía el factor humano, las pequeñas historias de hombres y mujeres que han vivido esas décadas desde un perfecto anonimato. Son los protagonistas silenciosos de un drama que incluye los cruentos enfrentamientos entre nacionalistas, kurdos, marxistas e islamistas. Sus esperanzas y penalidades no quedan reflejadas en los relatos oficiales, pero sin ellas resultaría incomprensible la historia de un país que ha forjado su problemática identidad, integrando rasgos de Oriente y Occidente. El Nobel turco Orhan Pamuk (Estambul, 1952) ha conseguido rescatar esa dimensión en Una sensación extraña, una obra monumental que recuerda las grandes novelas del XIX, cuando nadie cuestionaba el porvenir del único género literario con la elasticidad necesaria para adaptarse a cualquier circunstancia y reflejar el pulso de una época, simultaneando lo cotidiano y lo extraordinario, lo aparentemente humilde y lo falsamente egregio.Mevlut Karata, un vendedor ambulante de yogur y boza, es el personaje principal de una novela polifónica, donde se conjugan varias voces para narrar el choque entre los viejos valores del mundo rural y la mentalidad de una gran urbe como Estambul, dividida entre el anhelo de modernidad y el apego por las tradiciones. Mevlut nació en un miserable pueblo de Anatolia central. De niño, emigró a Estambul con su padre, compaginando los estudios y el duro trabajo de la venta callejera en una ciudad sacudida por la violencia y la desigualdad. Lejos de prosperar, encadenará fracasos y desengaños. No es un héroe, pero nunca actúa por motivaciones mezquinas y no se dejará seducir por el fanatismo político o religioso. Nunca perderá su rostro aniñado, perfecto espejo de su alma noble e inocente. Alto y con una mirada limpia, su espalda se encorvará muy pronto, a consecuencia de la vara que le sirve para transportar su mercancía. Sin embargo, su espíritu permanecerá intacto, sin sucumbir a la ira o el pesimismo. Los sueños incumplidos sólo provocarán melancolía, tristeza, resignación. No finalizó sus estudios, nunca se entendió con su padre, su modesto bar no logró sobrevivir, perdió a su mujer de una forma trágica y temprana, pero nada le ha podido arrebatar la alegría que le produce el atardecer, con el sol hundiéndose lentamente en el mar. Al igual que su vida, su ocaso no está exento de esplendor, pues produce destellos dorados al reflejarse en los tejados, azoteas y minaretes. Algo semejante podría decirse de su incipiente vejez. Aunque a veces "su imaginación se debilita y ve el mundo vacío y sin sentido", el placer de existir renace cuando algún cliente alababa su yogur y su boza, celebrando que los vendedores ambulantes continúen circulando por las calles de Estambul, con su pintoresco y anacrónico oficio.
Mevlut se enamoró de Samiha, pero se casó con su hermana Rayiha, mucho menos atractiva. No se trató de un intercambio deliberado, sino de un engaño. Mevlut se había quedado prendado de la belleza de Samiha, enviándole varias cartas para conquistarla. Organizaron una fuga romántica, pero cuando se encontraron en el tren camino de Estambul, la ilusión se transformó en estupor. Durante la mayor parte del trayecto, viajaron en silencio, pero el temperamento sensible y bondadoso de Mevlut no tardó en adaptarse a las circunstancias. El fiasco se convirtió en amor, pasión, complicidad. Rayiha ayudó a su marido en el negocio, preparándole los recipientes de yogur y boza. La boza es una bebida tradicional asiática. Consistente, de aroma agradable, de color amarillo oscuro y levemente alcohólica, se fabrica a partir de la fermentación del mijo. Pamuk señala con pesar que las próximas generaciones de turcos olvidarán una bebida que casi desaparece en 1923, cuando se fundó la República y las ciudades se llenaron de cervecerías alemanas. Sin embargo, logró superar la crisis y los vendedores ambulantes reaparecieron con fuerza en los años cincuenta, con su apariencia de pobreza ancestral, anterior a los cambios introducidos por el desarrollo del comercio y la industria. Su presencia en las noches de invierno -la boza se estropea con el calor- "traía a la memoria los siglos pasados, los buenos y viejos tiempos". Mevlut concibe su trabajo como un rito. Al acabar el noticiario nocturno, se pone el jersey marrón tejido por su mujer, se cubre la cabeza con un gorro de lana y se ata el tradicional delantal azul. Con el cántaro rebosante de boza azucarada y sazonada con especias exclusivas, se adentra en la noche, anunciando su mercancía. A veces, los clientes dejan caer una cesta desde una ventana, una azotea o un balcón, realizando un pedido cuya magnitud depende del grado de euforia o curiosidad. Sujetas por una cuerda, las cestas descienden lentamente, provocando "una extraña sensación". No es un mero intercambio comercial, sino un milagro. Mevlut siente que le ha tocado un ángel, bendiciendo su paso por la tierra.
Pamuk es un gran narrador. Sus personajes son profundos, humanos, trágica y hermosamente creíbles. La amistad de Mevlut con Fermat, un kurdo de convicciones marxistas, es particularmente conmovedora y sirve para recrear los "años de plomo", un período de enorme crudeza, donde marxistas y nacionalistas se mataban a tiros por las calles. Los golpes de estado del ejército restablecen la calma, pero a un precio terrible: torturas, desapariciones, suspensión de libertades, derechos y garantías. El Islam crece como una marea nocturna, recabando seguidores en los barrios más deprimidos. Mevlut no toma partido, reservando sus afectos para su mujer y sus hijas. Al contemplar el cuerpo desnudo de su esposa durante las primeras semanas de matrimonio, advierte que en el sexo hay "algo sagrado y espiritua". El placer es tan asombroso como la vida misma.
La prosa de Pamuk es sencilla, eficaz, con un lirismo discreto. Es acertada describiendo a personajes y paisajes, sin caer en excesos retóricos. Su prioridad es mantener viva la historia, evitando la dispersión y la confusión. Sólo un gran novelista puede manejar con fluidez una trama con infinidad de personajes, consiguiendo que cada uno posea una voz propia, inconfundible. Su análisis de los acontecimientos políticos no es menos perspicaz. Pamuk repudia con energía el autoritarismo de los militares, la persecución de los kurdos, la violencia de la extrema derecha, el dogmatismo de la izquierda y la intransigencia de un Islam que no se ha modernizado. Una sensación extraña es un espléndido fresco que contiene medio siglo de historia, apostando por una Turquía democrática, libre y tolerante, pero sin ocultar la nostalgia de un pasado con tradiciones tan entrañables. Mevlut no es un simple vendedor ambulante, sino un testigo privilegiado de la historia de su país. Conoce la penuria, la esperanza, la soledad, pero sigue mirando al futuro con los ojos de un niño que sólo necesita para sonreír, algo de luz, la espuma del mar o el vuelo de un pequeño pájaro. Alguna vez piensa que ha malgastado su vida, pero esa idea desaparece cuando recuerda el amor hacia su mujer. Se lo dice a sí mismo y se lo dice a Estambul, una ciudad con la que dialoga como si fuera un ser vivo. Es imposible finalizar la novela sin experimentar la emoción que sólo produce la certeza de haber contemplado la verdad, el amor y la belleza.
@Rafael_Narbona