Cortázar en el patio de su casa en París. Foto: Antonio Gálvez
Parecía imposible, tras los dos últimos años cortazarianos, decir algo nuevo sobre el argentino que pudiese modificar la imagen idílica del personaje. Al cabo, en 2013 se celebró el primer medio siglo de la aparición de Rayuela y en 2014, los 30 años de su muerte y el centenario de su nacimiento. Ese mismo 2014 se supo que Dalmau tenía previsto lanzar en otoño, en la editorial Circe, su propia biografía, y que había decidido no acudir a la fuente cortazariana por excelencia, esto es, a su primera esposa y albacea, Aurora Bernárdez, "la morochita", para escribir sin condicionamientos su Cortázar. Sus fuentes serían la propia obra del escritor, sus cartas, ultimísimos hallazgos documentales y el testimonio directo de algunos amigos, respondiendo a lo que era "un amor de juventud, una pasión recurrente como lector, y un enigma como escritor", afirma Dalmau: "Quería explicar por qué un hombre de unas determinadas características familiares, sentimentales, psíquicas, políticas, literarias, se convierte radicalmente en otro en la segunda mitad de su vida. Más aún, cómo un discípulo aventajado de Borges se transforma en el icono literario y hasta mediático de las revoluciones de los años 70. Quería solucionar el enigma Cortázar".En un pozo de serpientes
La sorpresa vino después, cuando la editorial Circe se sintió obligada a abandonar el proyecto para evitar los costes de una posible querella, porque los representantes de Aurora Bernárdez exigían la desaparición de todas las citas que pudiera tener el volumen. Tras unos meses de desconcierto, en los que se llegó a publicar que Dalmau se había rendido también, el entusiasmo de Daniel Fernández, de Edhasa, hizo que el biógrafo retomase el proyecto, reescribiéndolo totalmente en estilo indirecto y blindándolo de posibles querellas. Porque ambos estaban convencidos de que Cortázar no se había agotado en los homenajes y publicaciones aparecidas hasta el momento. Ahora, con el libro ya impreso, recuerda Dalmau cómo siempre supo que era preciso romper la imagen bucólica del hombre sin sombras que parecía ser solamente Cortázar, para completar el retrato cabal del escritor: "Nadie escribe lo que él, si no vive atormentado por el pozo de serpientes que cobijaba en su interior, por esos demonios familiares a los que a veces derrotaba y a los que a veces se entregaba". Un Cortázar con sus complejos y penas, su alcoholismo latente, sus tendencias suicidas, su obsesión por el dinero y su esclavitud familiar. Un Cortázar que decía noconocer ni importarle sus orígenes familiares, que su madre fuese hija ilegítima, o las razones del abandono de su padre. Un Cortázar, en fin, que hizo suyas las leyendas familiares que le trasmitían su abuela, su madre y su hermana Ofelia, según las cuales era hijo de un diplomático argentino destinado en Bélgica, cuando en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina no se ha encontrado ningún documento que le vincule a la diplomacia de su país y tampoco hay nada en la Embajada argentina en Bélgica. ¿Minucias, quizá? Tal vez, pero demuestran hasta qué punto al transitar un territorio que creíamos seguro, descubrimos con Dalmau, desde el principio del libro, fallas inesperadas que condicionaron irremisiblemente al personaje. Porque si es imposible comprender la obra de Virginia Woolf sin sus depresiones, o la de Hemingway sin su bipolarismo, la de Cortázar es inasible sin admitir el chantaje económico y sentimental al que le sometieron las mujeres de su familia. Por ellas, por ejemplo, estuvo siete años “desterrado” en un rincón de la Pampa argentina, para poder enviarles cada mes el talón que les permitía sobrevivir y ya en París malvivía y aceptaba cualquier traducción, obsesionado por remitirles dinero. Quizá el mejor ejemplo de cómo sus avatares familiares coartaron su obra nos lo proporciona Dalmau al aclarar por qué Cortázar huyó a Europa poco después de publicar en Argentina su primer libro de relatos, Bestiario, en 1951. En su biografía Dalmau recuerda cómo, según la versión generalizada, el escritor escapó de su país por razones políticas, responsabilizando siempre al peronismo de su huida en las entrevistas que concedió a lo largo de su vida. Y, sin embargo, el biógrafo descubre otra razón, una pulsión prohibida que el propio Cortázar acabaría reconociendo varios años después, y que está relacionada precisamente con Bestiario, y con su madre y su hermana, enferma al parecer de esquizofrenia. Según amigas de la época, cuyo testimonio reúne Dalmau, el escritor hablaba de Ofelia como de alguien raro, "muy difícil. Hablaba de la hermana con temor. Era medio misterioso todo ese tema de la familia", mientras que de su madre se decía "que se llevaban bien. Demasiado bien".
Bestiario secreto
En Bestiario se halla la respuesta a este nuevo enigma. Es un libro de cuentos inspirado, afirma Dalmau, por las turbulentas aguas familiares, y más en concreto por el incesto. Y el propio Cortázar parece confirmarlo, pues en 1956 confesó que él también había "hecho mi psicoanálisis cuando el libro se publicó; descubrí, por ejemplo, que muchos de los cuentos giran en torno a la noción de incesto. Y mis sueños me han probado también que en mí es una tendencia muy honda. Menos mal que encuentra un excipiente literario. [...]" Más aún: "Vi hasta qué punto tengo personalmente un complejo incestuoso que encontró su camino, en forma de exorcismo, en muchos de esos cuentos. Algunas veces tuve pesadillas con mi hermana y me desperté espantado". (pp. 210-211). Pero esto, lamenta Dalmau, "no se cuenta en las demás biografías. Pues qué pena". Quizá porque con Bestiario había descubierto el poder catártico de la escritura, en El perseguidor declara abiertamente que en él quiso renunciar a toda invención "y ponerme dentro de mi propio terreno personal, es decir, mirarme un poco a mí mismo. Y mirarme a mí mismo era mirar al hombre, mirar también a mi prójimo". (p. 305).Tendencias suicidas
El análisis exhaustivo de El perseguidor, como el de Rayuela, depara muchas sorpresas. Porque en Rayuela vuelven a aparecer las pulsiones suicidas que asomaron desde el principio de su escritura, desde el mismo Bestiario. Así, en uno de los relatos de este libro primerizo, "Carta a una señorita en París", podemos leer: "No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales". También "El Río", un duro relato escrito directamente en francés, narra el suicidio de una mujer. Más que pulsiones, era una obsesión, al punto que más tarde reconocería, como trascribe Dalmau, que "si yo no hubiera escrito Rayuela, probablemente me habría tirado al Sena". E insiste Dalmau: "Es posible. Pero se salvó transfiriendo sus pulsiones al héroe de la novela. Cuando en otra entrevista le preguntaron por qué Oliveira no se deja caer desde el balcón sobre la rayuela pintada en el patio, dijo: 'Él acaba de descubrir hasta qué puntoEn otoño de 1969 se encontró con Vargas Llosa en Londres y el peruano casi ni le reconoció"
Traveler y Talita lo aman. No se puede matar él después de eso'. Sin embargo el lector retiene el pasaje que cierra oficialmente el libro: 'Al fin y al cabo algún encuentro había, aunque no pudiera durar más que ese instante terriblemente dulce en el que lo mejor sin lugar a dudas hubiera sido inclinarse apenas hacia fuera y dejarse ir, paf se acabó'". (p. 324)
Sin embargo, de repente, todo cambio. Desde su juventud, Julio Cortázar había sido demasiado. Demasiado alto. Demasiado delgado. Demasiado pálido. Demasiado joven. Sus brazos y piernas, demasiado largos. Sus manos, demasiado grandes. Carlos Fuentes contaba que la primera vez que fue a verle le confundió con su hijo.