Don Winslow. Foto: Antonio Moreno.
Don Winslow recupera al agente Art Keller y el capo Adán Barrera en 'El Cártel', la secuela de 'El poder del perro' que pensó que nunca escribiría y que el pasado septiembre ganó el RBA de Novela Negra. En una charla en la que se remonta a sus orígenes como escritor, reivindica a Shakespeare y defiende que ninguna de sus novelas trata sobre las drogas.
Bromea todo el tiempo. Se muestra encantador. Sonríe y dice que de niño no leía ficción. No, la ficción no le gustaba. Le gustaba la Historia, con mayúsculas, y por eso leía sobre todo biografías, y libros de Historia, claro. No fue hasta los 12 que empezó a interesarse por la ficción. Pero qué ficción. Shakespeare. Hemingway. Fitzgerald. "En el instituto suspendí Inglés por no leer los libros que se suponía debía leer y estar tratando de memorizar a Shakespeare. Me fascinaban sus historias. En ellas había asesinato, sexo y tragedia", confiesa. Sigue sonriendo. Hay un ejemplar de su apabullante El Cártel sobre la mesa. El libro se hizo el pasado 3 de septiembre con el Premio RBA de Novela Negra. Puesto que no era un manuscrito inédito, cuando Winslow acudió a Barcelona a recogerlo, ya se sabía que Ridley Scott había comprado los derechos para hacer una película, algo que a Don le parece "maravilloso", porque Ridley Scott es el director de una de sus películas favoritas, Blade Runner, un noir, dice, retrofuturista. El Cártel es lo que sucedió en el México de El poder del perro, su obra maestra hasta la fecha, 20 años después de que aquello ocurriera.
En El Cártel, Art Kelller, el tipo que logró meter entre rejas a Adán Barrera, el capo de La Federación, el cártel más poderoso de México, vive retirado en un monasterio. Se ha vuelto apicultor. Pasa el rato así, sin más, cuidando de las abejas. Mientras, Barrera, en la cárcel, se las da de tipo capaz de controlarlo todo, y eso incluye comprar vestidos a una de las tres chicas que hay en la prisión, Magda, una chica que trató de convertirse en narca y pecó de ingenua. Barrera no tardará en hacer de las suyas y, poco después de ponerle precio a la cabeza de Keller (dos millones de dólares), se escapará de la cárcel (en un macabro guiño premonitorio a lo que ocurrió, en el mundo real, el México real, con 'El Chapo' Guzmán, personaje en el que se basa parcialmente la historia) y Keller se verá obligado a tratar de volver a cazarlo. "Jamás pensé que regresaría, pero aquí estoy", dice Don, y no se está refiriendo a Barcelona.
Pregunta.- ¿Jamás pensó que escribiría una secuela de El poder del perro? ¿Ni siquiera cuando vio cómo se convertía en su obra más celebrada?
Respuesta.- Después de escribir El poder del perro quedé agotado, exhausto. Había visto tanta barbarie que mi mujer cree que los seis años que vinieron después de aquello, me los pasé deprimido. Y yo creo que es cierto. Estuve deprimido. Por nada del mundo pensé que volvería. Me sentía como un desertor, el desertor de una guerra que pensaba que había acabado, pero que resultó que no. No había acabado. Seguía ahí, y lo hacía de una manera inimaginablemente peor. Mi problema es que vivo en la frontera mexicana, del lado de Estados Unidos, pero en la frontera. Y lo veo todo el tiempo. Está ahí. Oyes hablar a tus vecinos. Y hablan de asesinatos. En realidad, El poder del perro empezó cuando oí decir que habían asesinado a 19 personas. Unos narcotraficantes. Empecé entonces a leer filosofía sobre el mal. Y al poco estaba escribiendo El poder del perro.
P.- Ha dicho en más de una ocasión que no cree que sus libros traten sobre las drogas, sino más bien sobre la pérdida de la fe y su recuperación.
R.- Exacto. Es lo que pienso. En El Cártel mismo apenas hay un par de escenas en las que aparecen drogas. Y Keller es un ejemplo de lo que me refiero. Ha perdido la fe en todo. Y sin embargo, cree estar haciendo el bien cuando en realidad está haciendo, sin querer, el mal. Ha perdido la fe en Dios y en la Humanidad. No sabe si se mueve por justicia o por venganza. Y durante todo el libro trata de recuperar esa guía, descubrir por qué hace lo que hace. Para el escritor, para mí mismo, escribir estos libros es también una pérdida de la fe y su recuperación. Porque ves tantas cosas, vas a tantos funerales, pierdes a tantos amigos... (Llegado este punto detiene su relato, emocionado, respira hondo). Y te preguntas si existe algún tipo de explicación o redención. Te preguntas cómo puede ser que una especie se trate a sí misma de esa manera. Y aunque cuesta, al final siempre acabas encontrando algo que te devuelve la esperanza.
P.- ¿Cree que hay algún antídoto para el fin de esa barbarie?
R.- Si nada cambia, nada cambiará. Necesitamos grandes cambios a nivel político. En primer lugar, necesitamos legalizar las drogas. Son ellas las que financian los cárteles y las guerras. Y somos nosotros, Estados Unidos y Europa, quienes las compramos. Me da mucha rabia pensar en esa gente que se preocupa por si el paquete de café que han comprado es de comercio justo, pero luego no les parece mal fumarse un poco de marihuana, y no piensan que para que esa marihuana llegue a ellos ha tenido que pasar por manos de psicópatas. En cualquier caso, para acabar con las drogas hay que preguntarse por qué las consumimos. Y si las consumimos es porque algo no está yendo bien en nuestra sociedad. La adicción es síntoma de una falta de afecto, una falta de vínculo, con otro ser humano, con un lugar, con lo que sea. Vivimos en un mundo tan obsesionado con el dinero, que nada más parece importarle. Es curioso, pero cuanta más tecnología para comunicarnos inventamos, más lejos estamos unos de otros.
P.- ¿Cuál diría que es la principal diferencia entre los cárteles que operaban en la época en la que se ambienta El poder del perro y los que operan hoy, y que se recogen en El Cártel, cuyo tiempo narrativo recoge la década que va de 2004 a 2014?
R.- La principal diferencia es la manera en que se cometen los crímenes. Antes, en la época en la que escribí El poder del perro, y en la época en la que se ambienta, los narcotraficantes escondían sus crímenes. Ahora, los muestran abiertamente. Presumen de ellos en las redes sociales. De un asunto de gángsters se ha pasado a terrorismo global. El Estado Islámico no ha inventado nada. Está copiando el modus operandi de los cárteles mexicanos. La primera decapitación ante las cámaras se hizo en 2005 y la hicieron Los Zetas, un grupo de narcotraficantes. Así que el Estado Islámico es como los cárteles. ¿Y por qué se graban? Muy sencillo. No es sólo un medio de propaganda, es una manera excelente de reclutar nuevos activos. Pensad en esos jóvenes sin futuro, que, con suerte, un día podrán darse una vuelta en una bicicleta prestada, y luego pensad en lo que formar parte de algo así supone: tu propio coche. En realidad, un montón de poder. Ser alguien. Cuando te sientes impotente, y todo te va fatal, el poder resulta muy seductor. No importa lo alto que sea el precio que tengas que pagar.
P.- Una curiosidad, ¿por qué Keller se vuelve apicultor, en su retiro?
R.- Uhm. Es curioso, sí. Quería que ambos, Keller y Barrera, empezasen la novela tratando de crear algo. Y ambos tenían que estar en una celda. La de Keller es la celda de un monasterio, la de Barrera, la de la cárcel. Y si nos fijamos, la manera en que funciona una colmena es muy similar a la manera en que funciona un cártel. La individualidad no existe. Se sacrifica por un fin mayor. En el caso de las abejas, hacer miel. En el del cártel, dinero. Me gustaba el paralelismo.
P.- Y cita usted a Muriel Barbery.
R.- Sí, me encanta esa cita. Es de La elegancia del erizo, dice: "Creemos que podemos fabricar miel sin compartir el destino de las abejas". Me parece muy acertada. El destino de las abejas es la muerte, una vez han conseguido la miel. El de muchos narcos, también.
P.- Dicho todo esto, ¿volverá Keller alguna vez? ¿Habrá una tercera parte? ¿Acabará la cosa en trilogía?
R.- Espero que no. Aunque nunca se sabe.
@laura_fernandez