Amos Oz. Foto: Siruela

Traducción de Raquel García Lozano, Siruela. Madrid, 2015. 303 páginas, 18'95€ Ebook: 12'99€

Amos Oz (Jerusalén, 1939) perdió a su madre de niño. Incapaz de soportar una depresión recurrente, se suicidó. El escritor no habló de la tragedia hasta hace unos años, cuando publicó Una historia de amor y oscuridad. Aún recuerdo el tono sobrecogedor y poético de sus últimas páginas, narrando la desintegración emocional de una familia que había vivido la creación del Estado de Israel, con una mezcla de esperanza y temor. Judas no es un libro autobiográfico, pero el joven Shmuel Ash recuerda a Oz, con su carácter soñador e idealista.



Ash ronda los veinte años e investiga sobre la figura de Jesús de Nazaret. Intenta demostrar que el galileo era un judío observante de la Torá, un profeta al que Pablo de Tarso convirtió en el Mesías. Esa maniobra, con un carácter más político que religioso, sentó las bases del cristianismo, una nueva religión que condenó a los judíos a soportar toda clase de execraciones y persecuciones. Judas Iscariote se convirtió en el símbolo de un pueblo que envío al Hijo del Hombre a la cruz. El pueblo del Libro se transformó en el pueblo deicida. La sangre del Salvador cayó sobre su conciencia como una irrevocable maldición, preparando el terreno a la Shoah, el mayor pogromo de la historia. Ash no cree en Dios. Cita una y otra vez el caso de un niño de tres años atropellado por un coche. Su muerte es un argumento irrebatible sobre la falta de sentido de un cosmos surgido del azar y abocado a una irremediable y total extinción. Ash es marxista-sionista. Procede de una familia desdichada. Sus padres no se querían y vivía en un apartamento con dos habitaciones. De niño, dormía en el pasillo, con un techo deformado por la humedad. La picadura de un escorpión durante una excursión al campo le reveló la precariedad de la existencia.



Admira la Revolución Cubana y defiende el derecho de Israel a existir como una nación laica e igualitaria. Asmático y con el corazón dilatado, nunca ha combatido pero creció escuchando las gestas heroicas de la Haganá. Se avergüenza de no haber participado en alguna escaramuza que acredite su compromiso con el hogar de los judíos, un estado diminuto que nunca ha logrado vivir en paz con sus vecinos. La ruina de su familia le obligará a interrumpir sus estudios y a buscar un trabajo. Las calamidades se acumulan, pues su novia le deja y su círculo de camaradas marxistas sufre una escisión, tras conocer los crímenes de Stalin. Ash sabe que nunca será un buen revolucionario, pues alberga dudas y reflexiona sin descanso. Las utopías son hermosas pero excluyen el debate y, a la larga, liberan ríos de sangre. El cristianismo proclama el amor al prójimo, pero ha luchado contra musulmanes y judíos, exterminándolos sin piedad. Los problemas materiales coinciden con su fracaso sentimental. Un insólito trabajo como acompañante de un anciano le abre nuevas perspectivas.



En el callejón Rabbi Elbaz, vive Gershom Wald y una misteriosa mujer llamada Atalia. Barbudo, desaliñado, curioso, Ash repara en la inscripción de la entrada: "Aquí vive Joaquín Abravanel, Dios le dé fuerzas para decir que el Señor es justo". Wald es un conversador infatigable, con un terror patológico al silencio. Atalia ha cumplido los cuarenta y cinco años, pero no ha perdido su atractivo. De hecho, Ash no tarda en enamorarse de ella. Las condiciones de trabajo no pueden ser más insólitas. Sólo le piden que sea el interlocutor de Wald cinco horas diarias. A cambio le ofrecen una habitación y tres comidas. Ash no necesitará mucho tiempo para compartir con Wald el tema de su abortada investigación. Ambos admiten que Jesús es un personaje fascinante, pero cuestionan su conciencia mesiánica. ¿Verdaderamente se creía el Cristo? ¿Acaso no es cierto que experimentó una tristeza mortal en el huerto de Getsemaní? Cuando agonizaba en la cruz, se sintió abandonado, llamando a gritos a Dios. Wald estima que los manuscritos del historiador Flavio Josefo sufrieron graves alteraciones. Se añadió un largo párrafo para documentar la peripecia de Jesús, conforme a los intereses del cristianismo, que no cesaba de crecer, pese a la escasez de fuentes sobre el nazareno. Amos Oz intercala las especulaciones filosóficas, teológicas e historiográficas, con enorme habilidad, sin restar agilidad al relato, que cautiva al lector desde el principio.



Sus hipótesis sobre Jesús exhiben un aire borgeano, pues plantean teorías originales y heterodoxas. Judas Iscariote era el único discípulo con estudios y cierta posición social. No necesitaba treinta monedas y no le movía ni el resentimiento. Traicionó al joven rabí porque entendió que su inmolación era necesaria. Esperaba que una legión de ángeles le descolgara de la cruz y Dios le reconociera como su único Hijo. Cuando descubrió que sólo era un hombre, se desmoronó y buscó un árbol para ahorcarse. Se puede decir que fue el primer cristiano y la evidencia trágica de una ilusión que sigue hipnotizando a millones de seres humanos.



Amos Oz aborda con lucidez y coraje el problema palestino. Atalia es hija de Shaltiel Abravanel y esposa de Mija, hijo de Wald. Abravanel se oponía a la creación del Estado de Israel, pues consideraba que las naciones son una herencia maldita del pasado. Alimentan el odio, la violencia, el racismo. Por eso, los judíos debían congraciarse con sus vecinos árabes y no provocarles con sus ambiciones territoriales. Esta postura le acarreó el desprecio de sus compatriotas judíos y le condenó a ser recordado como un traidor. Mija participó en la guerra del 48 o guerra de la Independencia. Era un matemático brillante y había perdido un riñón. Carecía de las cualidades del buen soldado, con motivaciones primarias y buena salud. Un francotirador le pegó un tiro en la carretera de Tel-Aviv a Jerusalén y unos soldados remataron la faena, rebanándole el cuello y castrándole con un cuchillo. Apareció con los pantalones a la altura de las rodillas y los genitales en la boca. Ash se identifica con él y se enamora de su viuda, pero sólo es un ave de paso. Sus experiencias en la casa de piedra del callejón Rabbi Elbaz marcan el tránsito de la juventud a la madurez.



Su breve idilio con Atalia constituye el hito de una dolorosa iniciación, que le revelará la fatalidad de la historia, un proceso donde las distinciones morales se desdibujan y las pasiones prevalecen sobre la razón. El amor no es una pasión destructiva, pero su curso raramente es tranquilo. Atalia no puede amar tras perder a su marido. Por eso, se limita a breves escarceos. No desea seducir, pero cada uno de sus movimientos deprende erotismo, despertando el deseo de los hombres. Ash llora de felicidad cuando la contempla, embriagado por su olor corporal. No ignora que se separarán muy pronto, pero su memoria atesora cada minuto para evocar más adelante el tacto de su piel, el aroma de su pelo, su mirada saturada de dolor, sus manos prematuramente envejecidas, que contrastan con el aspecto juvenil de su rostro.



Judas es una novela extraordinaria que rehúye tópicos y simplificaciones. Puede leerse como un alegato contra la guerra y una exaltación de la convivencia pacífica. Sólo cuando el perdón y la reconciliación echen raíces, podremos atisbar un horizonte verdaderamente humano. Oz, que indudablemente merece el Nobel, es una de las voces más poderosas de la literatura contemporánea. La tragedia que marcó su infancia tiembla en sus libros como un soplo de esperanza. El odio no puede tener la última palabra. Es imposible borrar el pasado, pero lo que caracteriza al ser humano es su capacidad de decidir, de construir un futuro diferente, de reinventarse. Oz contribuye con cada uno de sus libros a levantar ese porvenir.



@Rafael_Narbona