Image: La niña perdida

Image: La niña perdida

Letras

La niña perdida

Elena Ferrante

27 noviembre, 2015 01:00

Los italianos se giran. Foto: Mario Di Biasi, 1954

Traducción de Celia Filipetto Isicato. Lumen. Barcelona, 2015. 544 páginas, 24'90 €. Ebook: 10'99 €

Lee y descarga las primeras páginas de La niña perdida

Elena y Lila, las dos heroínas del deslumbrante cuarteto de novelas napolitanas de Elena Ferrante, son una de esas parejas inolvidables que se definen mutuamente y ocupan su lugar en nuestra imaginación colectiva como un conjunto armonioso, igual que el príncipe Hal y Falstaff, Vladímir y Estragón, Butch Cassidy y Sundance Kid, Thelma y Louise.

Crecieron y se convirtieron en amigas íntimas en un barrio pobre, violento y plagado de delincuencia del Nápoles posterior a la Segunda Guerra Mundial. Elena era la chica buena, trabajadora y concienzuda, lo bastante afortunada como para obtener una plaza en un colegio decente y escapar hacia una nueva vida en Florencia. Se convierte en una escritora de éxito y se casa con un profesor de buena familia. Lila era la salvaje, la impulsiva, la imprevisible; una "chica terrible y deslumbrante" que intimidaba a todos con su lengua afilada. Abandona el colegio, se casa joven y abre un próspero negocio. Aunque se convierte en un personaje influyente en el viejo barrio, se queda atrapada en él, y sus brillantes dotes artísticas se malogran.

Con las tres primeras entregas del cuarteto (La amiga estupenda, Un mal nombre y Las deudas del cuerpo), además de La niña perdida, su impresionante volumen final, Ferrante ha convertido las historias de Lila y Elena en una epopeya extraordinaria que abarca seis décadas y se despliega para formar el retrato de un barrio, una ciudad en transición y un país que atraviesa a trompicones la segunda mitad del siglo XX y se adentra en el siguiente.

La idea de seguir la pista de las historias de dos mujeres a lo largo del arco de sus vidas no es ni mucho menos nueva. Arnold Bennett y Richard Yates trazaron poderosos retratos de dos hermanas muy diferentes en sus novelas Cuento de viejas (1908) y Desfile de Pascua (1976); pero el cuarteto napolitano de Ferrante es absolutamente peculiar, y no solo nos sumerge en un tiempo y un espacio, sino que también nos adentra profundamente en la conciencia psicológica de su narradora, Elena (que, no por casualidad, comparte parte del seudónimo de su creadora). Las cuatro novelas poseen la complejidad sinfónica de Una danza para la música del tiempo de Anthony Powell y la intensidad y el sentido de pertenencia a un lugar de El Cuarteto de Alejandría de Durrell. Están planeadas ingeniosamente, con pistas que conducen a desapariciones casi policíacas sembradas con habilidad y sin que se vean (empiezan en el primer volumen con la desaparición de una Lila de sesenta y tantos años, y cierran el ciclo en el tiempo con la aún más devastadora pérdida de una niña), y, al mismo tiempo, enraizadas en una comprensión visceral e inmediata de sus dos heroínas.

De hecho, el estilo de la autora -lúcido y directo, pero con un ciclónico mar de fondo- es en gran medida reflejo de las dos protagonistas. Elena tiene una visión de la vida decididamente lineal, y, en su papel de narradora, suele adoptar un tono práctico. Sin embargo, esa apariencia de control oculta unas emociones agitadas y caóticas que recuerdan a Lila. Este constante pulso entre distancia y turbación (o, utilizando los términos de los clásicos tan amados por la autora, entre racionalidad apolínea y fiereza dionisíaca) crea una especie de corriente eléctrica alterna que otorga a las novelas una convincente tensión narrativa.

Se nos prepara para que nos identifiquemos con los esfuerzos de Elena por mantener el equilibrio entre las exigencias en conflicto de su profesión, sus hijos y su amante, Nino, así como para que comprendamos la impaciencia de Lila con su novio con conciencia de clase y a menudo pretencioso, y sus frustraciones diarias por la turbulenta corrupción criminal y política de su viejo barrio, que se hace aún más manifiesta cuando los comunistas, los socialistas y los derechistas chocan en las décadas de 1960 y 1970.

Al igual que Alice Munro y Doris Lessing, Ferrante (seudónimo de una escritora que nunca ha revelado su identidad) capta la textura cotidiana de la vida de las mujeres: el esfuerzo que cuesta mantener un sentido esencial de una misma ante las interminables y banales tareas domésticas y las exigencias de tiempo y atención de los maridos y los amantes. La dificultad, para las que tienen ambiciones artísticas, de dejar espacio libre en la mente frente a preocupaciones más prosaicas como pagar el alquiler y hacer la cena a los niños. La brecha, a menudo mareante, entre las convicciones férreamente mantenidas -políticas, filosóficas, feministas- y los compromisos de sus vidas diarias. El choque y la confluencia de los dramas de la vida familiar y los acontecimientos mayores de la escena pública.

La relación fluctuante entre Elena y Lila está en el centro de las cuatro novelas. Son amigas y confidentes al tiempo que rivales por el mismo hombre; animadoras de las ambiciones literarias de la otra, y, simultáneamente, antagonistas celosas; hermanas en la conmiseración por las cargas del embarazo y madres competitivas preocupadas por cuál de sus hijas es más guapa y tiene más talento.

Lila suele ser la agresora que acosa a Elena haciendo que se sienta culpable por no pasar más tiempo con sus hijos y abandonar a su marido para correr junto a Nino (que, tiempo atrás, había sido amante de Lila). Pero, si bien a menudo es manipuladora, también puede ser generosa. Cuida de las hijas de Elena cuando las giras para presentar libros y el inútil Nino la llevan fuera de la ciudad, y lleva a la madre enferma de su amiga (una matriarca tan artera y cruel como Livia, la monstruosa madre de Tony Soprano) al hospital cuando sufre un colapso.

En las novelas vemos a Lila a través de los ojos de Elena, pero la autora nos ofrece al mismo tiempo una clarividente visión de esta última: su irritante necesidad de sentir que ha superado a su amiga de la infancia, cuya brillantez siempre ha envidiado; su egoísmo al poner su carrera literaria y su pasión por Nino por delante de las necesidades de sus hijos; su disposición casi mercenaria a hacer de la vida de Lila material para sus libros. Con los años, cuando la edad, el éxito y el infortunio pasan factura, la relación entre Lila y Elena cambia y se transforma, y, sin embargo, en muchos aspectos sigue siendo la misma. En ocasiones, la vida de una de las dos parece ir en ascenso. Otras, da la impresión de que la rueda de la fortuna cambia de sentido y favorece a la otra, o inflige terribles pérdidas a las dos.

Ferrante conoce tan íntimamente a sus heroínas que es capaz de hacernos ver cómo una decisión, un accidente, un malentendido pueden provocar un efecto dominó en la familia y los amigos; cómo los choques entre madres e hijas se repiten generación tras generación; cómo las situaciones del presente hunden sus raíces en los estratos del pasado, en viejas lealtades, traiciones y resentimientos.

En La niña perdida, Elena vuelve a Nápoles después de abandonar a su marido, y se encuentra a sí misma sumergida de nuevo en las vidas de Lila y su familia y en la comunidad de cuya atracción gravitatoria intentó tan desesperadamente escapar en el pasado. Las novelas están maravillosamente entramadas unas con otras, como si Ferrante hubiese tenido todo el cuarteto en su mente desde el principio. En las vidas entrelazadas de Elena y Lila hay algo musical, como en la visión cíclica que tiene Lila de Nápoles y de su historia, "donde todo era maravilloso, y todo se volvía gris e irracional, y todo volvía a relucir de nuevo, como cuando una nube pasa por delante del Sol, y parece que el Sol huye, se vuelve un disco tímido y pálido próximo a la extinción" antes de que la nube se disuelva y, de repente, es "tan brillante que hay que protegerse los ojos con la mano".

© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW

Lee y descarga las primeras páginas de La niña perdida