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Y es que Segundas oportunidades se abre como una apelación autobiográfica: el autor desgrana su formación lectora, en paralelo a sus pasos académicos y personales, que empiezan con la afirmación de la vocación literaria después de que el peso de la familia y su clase social hagan vacilar al individuo. Oscar Wilde escribió en El crítico como artista (y David Shields lo recordaba hace poco) que la crítica es la única forma válida de autobiografía; no sé si esa afirmación es exacta, el ingenio pocas veces lo es, pero apunta en una dirección acertada y medular. EPS lo sabe e incorpora esa convicción a su estrategia, aunque luego los textos dedicados a cada autor se sirven de ese trasfondo con mucha sutileza. En realidad, aquí el comentarista adopta un tono desenfadado, divulgativo, manteniéndose en un segundo plano de paseante civilizado por estancias ajenas. Segundas oportunidades no sobreactúa ni en el alarde teórico ni en la intención de aprovechar en la escritura herramientas de varios géneros (memoria, ensayo, narración). Es un libro honesto y útil, elegante, heterogéneo con naturalidad y sin posado 'posmo'.
EPS confiesa que estas páginas pretenden hablar de "libros que no ocupan el lugar central de la discusión, pero quizás son tanto o más relevantes que los sospechosos de siempre. De aquello marginal que nos sirve sin saberlo -o quizás sabiéndolo- para instalar una voz, armar una tradición, construir una literatura". Pero el hecho es que en los márgenes también se dan prestigios diversos, alzas y bajas en la cotización. Así, una parte de los autores convocados aquí son marginales de guardia, como Mario Levrero; otros en cambio son rescates realmente sorprendentes, al menos para la mayoría de lectores españoles, como Alfredo Gómez Morel, Rafael Pinedo o Salvador Benesdra (cuya El traductor, editada por Eterna Cadencia, es una novela mayúscula). También se defienden las literaturas de género, el cómic (devoción compartida por Seth y su poética del coleccionismo), los clásicos de la adolescencia inquieta como Hesse o Verne... Territorios que llevan tiempo siendo considerados urbanos, pero no hace tanto se etiquetaban como descampado; Segundas oportunidades, llegado cuando ese cambio ya se había producido, lo explica bien y aprovecha para construir sus propios cánones, menos excéntricos que entusiastas.
La última sección, "Las oportunidades", recupera la idea-marco que asociaba lectura y biografía, crítica (o comentario) y confesión, de modo que el autor, poco después de una separación y un viaje norteamericano en coche (no hay mayor maquinaria simbólica que la experiencia de atravesar el paisaje de ese país después de una ruptura) se encuentra de pronto ante la obra pictórica de Martín Ramírez y se pregunta: "¿Quién era el sujeto migrante, Ramírez o yo?". Pues bien, ¿de quién habla Segundas oportunidades, de Edmundo Paz Soldán o de los libros que desgrana?
En realidad, sobre todo de los libros. El autor, insistamos, deja que su propia identidad y sus circunstancias asomen a menudo, y se pregunta por el tema para mí interesantísimo del papel del Yo (o de la propia estética) en la crítica; pero luego, le puede el entusiasmo por sus interlocutores, que son los libros y nosotros, los lectores. He ahí la razón de su tono amable. He ahí, quizás, su principal confesión.