He leído Lacrónica de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) en un banco de la plaza más soleada de mi ciudad, tomado por una sensación de expectativa. Bien, en realidad sólo fueron unas páginas, pero se entiende la licencia: es una forma de decir que, cuando te enfrentas a seiscientas páginas de este cronista superdotado, el mundo parece de pronto exigir que echemos a andar, miremos todo con atención, le preguntemos al vecino qué es de su vida. Releo ahora (esto ya no es licencia) mi reseña de El interior, otro libro-crónica de Martín Caparrós publicado en 2014, y descubro que también entonces aludí a mi lectura portátil de sus setecientas páginas, paseadas de terraza en terraza. Pocas cosas incitan más a salir ahí afuera que una crónica de Caparrós.
Lacrónica es uno de los libros con los que más he disfrutado de los últimos tiempos. Permítanme un poco de primera persona, otra licencia: ejerzo la crítica literaria y me pregunto por los límites de cada género, la penetración y sentido de la crónica en el mapa de la cultura latinoamericana, el engarce de lo real en la escritura, etc.; ejerzo, a veces, de cronista (municipal, diminuto, pero aún así), y me pregunto en qué consiste la práctica de ese género tan esquivo.
En estas condiciones, un tocho como Lacrónica es un sobreestímulo constante. Para cualquier pregunta tiene respuesta y otras preguntas. Pero no hace falta ampararse en mis pruritos profesionales: si usted es lector, siente curiosidad por el mundo, y sabe que a él se puede llegar por la mirada y la escritura, esta nueva dosis de Caparrós le compete.
Esta antología alterna fragmentos de todo el trabajo como cronista del autor (de 1991 a 2014, de largos reportajes publicados en prensa a libros desmesurados) con una serie de reflexiones en torno a su propia trayectoria y a la crónica como género que ha ido haciendo camino de lo bastardo a lo canónico, de lo periodístico a lo literario, de lo inexplorado a lo sancionado con tesis doctorales, hasta afrontar los peligros habituales de la consagración: el manierismo, el arribismo estilístico, la rutina.
Sobre todo esto, Martín Caparrós habla con una lucidez asombrosa, y esos pasajes que le dan coherencia y vertebración al volumen resultan definitivos para saber en qué consiste escribir crónica y qué papel ha jugado esa disciplina en la literatura en castellano. De hecho, en algún momento el libro parece un taller de crónica, el mejor taller que uno pueda imaginar, y el autor acaba por confirmarlo: su origen está en su labor para la prestigiosa Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Todo ello, amparado por la conciencia de recoger un testigo que representa mejor que nadie el maestro Tomás Eloy Martínez, a quien el libro está dedicado.
En cuanto a las crónicas, es imposible citar todos los asuntos y países que visitan, y parecería un poco arbitrario calzar dos citas en seiscientos caracteres que quieren introducir, ya lo dije, seiscientas páginas. Digamos que Caparrós ejerce el oficio sabedor de que la objetividad no existe, y que está convencido de que una mirada que escoge, enfoca y repregunta es forzosamente política. Su escritura es brillante y empática, sin miedo al diálogo y la descripción, porosa.
Antes he hablado de mirada y escritura: el binomio lo introduce el propio Caparrós, que entiende la escritura como "elegir y palabras" y cuando mira lo hace desde sus muchas condiciones; sin ir más lejos, la argentina y "sudaca" (cito), sea lo que sea eso. Y entonces, sale al mundo y la pena de muerte en EEUU, la trata de mujeres en Europa, las FARC, una cita con el escritor Juan Rulfo o unos días con Kapuscinski, la guerra, el cambio climático, las religiones y hasta Boca Juniors. Y para contarlo, el ensayo y la estadística, la narrativa, la entrevista, el haiku, el fragmento, lo que quepa. Y aquí, en Lacrónica, cabe todo.
Palabra de autor
-¿A qué se refiere exactamente con el término Lacrónica?
-No es más que el intento de contar la realidad utilizando todos los recursos que ofrece la literatura. Y tiene que ser un texto que se sostenga por sí mismo, que sea bueno más allá de la actualidad.
-¿Es este libro el manual de periodismo de Martín Caparrós?
-La palabra manual es algo cruel. Da una sensación excesivamente autoritaria y yo no trato de establecer el modo de hacer las cosas. No quiero ocupar esa función.
-Desconfía de algunos postulados del periodismo más académico. ¿Por qué?
-Una de las cosas que más me interesan de la crónica es que toma decisiones políticas. Me parece político decir yo en lugar de utilizar la tercera persona. Rompe con la falacia de la objetivad. La objetividad es imposible.