Paco Roca. Foto: Raquel Silvestre.
Aquí puedes leer y descargar las primeras páginas de La casa.
Pero la vida no siempre respeta planes ni calendarios. En 2013, cuando el dibujante estaba acabando aquel cómic, murió su padre. "En ese momento te asaltan muchos sentimientos y dudas si has hecho las cosas bien, si te ha quedado algo por decir o por hacer", explica. Tenía que dar salida a todo aquello de la mejor manera que sabe, plasmándolo en viñetas. Sin una trama trepidante, sin artificios narrativos, simplemente siendo lo más sincero posible. Y tenía que ser en ese momento, posponiendo lo demás. El resultado de esa indagación emocional es un bellísimo álbum, La casa, que acaba de publicar Astiberri.
Eminentemente autobiográfica pero con personajes y nombres cambiados, esta novela gráfica narra el reencuentro de tres hermanos en la casa familiar un año después de la muerte del padre, para arreglarla y tratar de venderla, pero son demasiados los recuerdos almacenados allí. La vivienda, protagonista simbólico de la historia, "es como un ser vivo esperando a que su dueño regrese. El tiempo pasa, las plantas del patio se deterioran, las herramientas del huerto siguen manchadas de barro y en la pila de la cocina sigue el último vaso que usó". De hecho, señala el escritor Fernando Marías en el epílogo que el gran tema de Roca -y el de toda la literatura- es el paso del tiempo, que se manifiesta en la pérdida de un ser querido, en los recuerdos de una infancia que no volverá o en la proyección de lo que nos deparará el futuro, marcado en el caso de Roca por un hecho trascendente que define también esta obra: "Mi padre murió pocos meses después de que naciera mi hija. Por eso mi visión de la casa en este libro es más la de un padre que la de un hijo. El tópico dice que hasta que no eres padre no eres un buen hijo, Yo llegué a esa situación un poco tarde, y entonces empecé a darme cuenta de muchas cosas, sobre todo del ciclo de la vida".
La casa que concentra los recuerdos familiares es uno de esos "chaletitos" en el campo que la clase trabajadora construyó, con mucho esfuerzo y a menudo con sus propias manos, entre los 70 y los 80, como residencia para los fines de semana y las vacaciones. Un lugar en el que siempre había algo que hacer: reparar un tejado, construir una pérgola, sembrar patatas o asfaltar un camino. El símbolo de una brecha con la siguiente generación de urbanitas que prefieren gastar su tiempo libre y sus ahorros en ocio, cultura y viajes.
Pregunta.- Al poner en orden recuerdos y sentimientos con este proyecto, ¿ha descubierto algo nuevo de su relación con su padre?
Respuesta.- He comprendido por fin qué significaba esa casa para mi padre. Para mí era un castigo, un lugar al que tenía que ir para trabajar, que me fastidiaba los veranos. Allí no tenía amigos porque estaba en mitad del campo. Estuve muchos años sin ir, pero para hacer esta historia regresé los dos últimos veranos y me reconcilié con la casa. Me di cuenta de que lo que para mí era odioso, para mi padre era el único proyecto que le quedaba después de haber hecho lo que su generación supuestamente debía hacer en la vida: prosperar a partir de una situación de posguerra y hambre y tener una familia con un nivel de vida mejor que el que había tenido él. Todo eso lo cumplió y cuando sus hijos se fueron, el único proyecto que le quedó fue esa casa.
P.- Para las generaciones posteriores a la de su padre criadas en la ciudad esa idea de invertir tanto esfuerzo en mantener una segunda vivienda y un huerto nos resulta bastante ajena.
R.- Para nosotros es impensable. Somos una generación que no tiene ni caja de herramientas en casa. Yo las paso canutas hasta para colgar un cuadro. Eso de trabajar toda la semana y en los días libres seguir trabajando para mantener otra casa me parece absurda. Pero mi padre tenía un concepto del ocio muy distinto. No le apasionaba leer o ir al cine. Su hobby era trabajar. En aquella casa nunca contrató a nadie para hacer nada, todo lo hizo él. Así era la mentalidad de esa generación, que encarnó el principio del consumo en nuestro país, pero no del consumismo. Seguían viviendo con austeridad, se endeudaban lo justo. De pequeño solo recuerdo haber comido con mi familia en un restaurante un par de veces.
P.- Su alter ego en La casa, José, es escritor y piensa que su padre nunca se interesó por su trabajo. ¿Usted también tuvo esa sensación?
R.- Mi padre nunca tuvo muy claro a qué me dedicaba, esto del dibujo era para él la cosa más extraña del mundo. Quería que buscara una profesión seria. Una de las mayores alegrías que me dio el éxito de Arrugas fue que mi padre por fin comprendió el alcance de mi trabajo. Cuando recibí los dos Goyas por la adaptación del cómic se los llevé a mi padre, que estaba en el hospital. Me alegra que en ese último año se sintiera orgulloso de lo que hacía su hijo.
P.- La casa emociona sin caer en la sensiblería. ¿Cómo se consigue ese equilibrio?
R.- A veces cuando uno duda en ese sentido, es preferible quedarse corto antes que pasarse de sensiblero. Yo a veces corto la escena antes de llegar al dramatismo y también uso mucho los silencios, para que sea el lector quien reflexione.
P.- Como dice Fernando Marías, el verdadero tema de su obra es el tiempo, el gran tema universal.
R.- Sí, es el tema principal de todo, y uno nunca está preparado para afrontar su paso. La pérdida de un ser querido y de unos momentos que nunca volverán te hacen reflexionar, te cambian la vida. Plasmar eso en un cómic es muy difícil, porque es un tema muy etéreo y ambiguo. Mi mayor miedo era no ser capaz de conectar con el lector al no tener una trama potente. De hecho, pedí consejo en mi entorno y cambié muchas cosas en la estructura del guión para crear un hilo conductor.
P.- Después de Arrugas, esta obra muestra que su interés por retratar la vejez sigue siendo muy fuerte.
R.- Arrugas nació porque me preocupaba la vejez de mis padres, aunque luego introduje el tema del Alzheimer y llevé la historia al ámbito de las residencias para mayores. Pero dibujar te ayuda a entender las cosas, no a solucionarlas. Con La casa me ha pasado igual. Parecía que a través de esta historia podía reconciliarme con mis recuerdos, con las cosas que pude decirle a mi padre y no le dije, o lo que podría haber hecho mejor, como si mi padre me acompañase y me dijese "tranquilo, no pasa nada, eso está perdonado". Pero eso nunca es así y no te quitas la espina.
@FDQuijano