A partir del próximo mes de enero, cualquier editorial alemana puede agregar el Mein Kampf a su catálogo y, a pesar de algunos agoreros, no parece que el texto vaya a convertirse en un bestseller en 2016. Del libro, ideario de Adolf Hitler y publicado por primera vez el 18 de julio de 1925, se imprimieron más de 12 millones de ejemplares hasta 1945 cuando, tras la muerte del dictador, en Alemania quedó prohibida su reproducción hasta hoy.

Algún que otro tertuliano agorero de la televisión alemana predijo meses atrás que el Mein Kampf ("Mi lucha") de Adolf Hitler se encaramaría en el curso del 2016 al primer puesto de las listas de libros más vendidos. Hay quien ha considerado que el libro pondrá en peligro la continuidad de la democracia en Alemania, una de las más sólidas que existen ahora mismo en el planeta, y quien ha vaticinado que con toda seguridad se va a desencadenar en el país una verdadera hitlermanía. Pues bien, hasta la fecha todos los indicios apuntan a que no va a ocurrir nada de eso. Las principales cadenas de librerías en Alemania ya han anticipado que hay pocos encargos.



Como es sabido, los derechos de edición del Mein Kampf correspondían al Estado Libre de Baviera, representado por su Ministerio de Finanzas, que prohibió terminantemente su reedición dentro de los límites territoriales de la República Federal de Alemania. Su versión inglesa siguió editándose sin problemas en Gran Bretaña y en los Estados Unidos. Y también en las librerías de viejo alemanas era y sigue siendo bastante fácil adquirir ejemplares, a precios de cuatro cifras los de la edición original de 1925/26, a unos 75 euros la de 1933, que en su día tuvo unas tiradas descomunales. Recuerdo haber visto en baldas un tanto apartadas algún que otro ejemplar. Me interesaron más los poemas de Trakl o las novelas de Arthur Schnitzler.



He leído en una publicación difundida en Internet por el Consejo Central de los Judíos en Alemania que cada año un promedio de dos lectores solicita el libro de Hitler en la Zentral y Landesbibliothek de Berlín. Eso sí, previa solicitud escrita en la que es obligatorio especificar que se desea acceder al texto con fines científicos. Por otra parte, se calcula que hay cientos de miles de ejemplares en manos privadas. Poseer un ejemplar no implica estar de acuerdo con su contenido. El libro, no se puede negar, tiene su morbo, lo que estimulará tal vez en algunos el apetito de poseerlo. También he pasado, como visitante, por el trance de tener que manifestar, no sé, admiración o estupor a la vista de un ejemplar; pero me parece que aquel día no estuve a la altura.



Sabido es que, transcurridos setenta años de la muerte de Adolf Hitler, caducan según la ley los derechos de edición del libro. A partir del próximo enero, cualquier editorial alemana puede agregar el Mein Kampf a su catálogo. También desde el Consejo Central de los Judíos se auguran unas ventas moderadas, tirando a bajas. Y eso a pesar de que no falta en Alemania una nutrida población de neonazis y ultraderechistas. Es verdad, no obstante, que el Mein Kampf no les procura, hoy por hoy, respuesta a sus aspiraciones ni representa un acicate para la acción. Su xenofobia y su antieuropeísmo están más en la línea de la ultraderecha moderna, tipo Marine Le Pen y compañía.



En mi opinión, contribuye a las escasas expectativas generadas por el libro la circunstancia de que Adolf Hitler ha pasado de unos años a esta parte, en Alemania, por un ostensible proceso de desactivación ideológica. De hecho, se está convirtiendo en una figura cómica de la que no pocos parodistas extraen provecho humorístico, ya sea a diario en la televisión, como en la literatura o el cine. Tarde o temprano, los dictadores o tiranos, por muy sanguinarios que hubieran sido, acaban representados en los desfiles de carnaval. Hitler, al contrario que Iván el Terrible, Napoleón o Calígula, aún no tiene su carroza; pero ya le va faltando menos.



@FernandoArambur