Marta Sanz. Foto: María Teresa Slanzi
Se publicó hace un mes, después de ganar el Premio Herralde, y pronto la crítica tuvo claro que Farándula (Anagrama) sería uno de los libros del año. Sobre el compromiso del creador -uno de los temas de la novela- y los peligros de convertirse en "escritor oficial", sobre la credibilidad de los premios literarios y el poder de la ficción hablamos con la autora madrileña.
Pregunta.- ¿Alguna vez ha temido que sus libros contenten y gusten más a los críticos que a los lectores?
Respuesta.- Un crítico es un lector especializado y un buen lector está ejerciendo la crítica desde el momento en el que decide seguir pasando las páginas de un libro. Me considero una escritora exigente y me dirijo a un lector al que respeto y al que procuro no clientelizar.
P.- ¿Existe esa disyuntiva entre contentar al crítico o gustar a los lectores?
R.- Es una disyuntiva creada artificialmente en un campo cultural condicionado por el mercado: las ventas priman sobre supuestas lecturas de calidad que a menudo, de manera interesada, se confunden con el elitismo. Ni todos los críticos son friquis ni todos los lectores saben leer. La disyuntiva forma parte de la demagogia dominante y de la espectacularización de la cultura como bien de consumo: alimenta la idea de que "la gente" siempre tiene razón y que todas las opiniones valen lo mismo en cualquier ámbito.
P.- ¿Está una novela que habla de hoy condenada a ser olvidada mañana?
R.- Todas las novelas hablan del momento en que fueron construidas. Las históricas y las futuristas hablan en clave metafórica de los miedos de hoy: pensemos en la ciencia ficción como género político. La intrepidez, la lucidez, de quien se dedica a la escritura consiste tanto en hablar de hoy, como en hacerlo con un lenguaje significativo, que tenga relieve y propicie el pensamiento desde otro lugar, que no suene a canto de sirena ni a música de ascensor. Que nos haga levantar la cabeza del suelo.
P.- Para ser crítico, ¿hay que ser primero autocrítico?
R.- Posiblemente sí, pero sin esas flagelaciones, predicaciones con el ejemplo y votos de pobreza franciscanos que colocan a las personas de izquierda, no ya en un espacio de contradicciones e incertidumbres, sino de desventaja. La caridad no es lo mismo que el ejercicio de la política: la beneficencia hoy es imprescindible para mucha gente -para alguna incluso constituye una inmejorable campaña de marketing-, pero no resuelve los problemas de fondo. Ese es uno de los temas de Farándula.
P.- Ensayista, poeta, narradora... ¿cómo hace para que la dispersión no implique una merma de la calidad?No creo que me disperse; sólo busco el género y el lenguaje para expresar ideas y estados de ánimo"
R.- El año pasado vi un documental en el que Woody Allen desmitificaba la búsqueda de la gran obra y abogaba por construir textos incesantemente esperando a que alguno funcionase. Una visión compulsiva del trabajo con la que me identifico un poco. Una cuestión de carácter que no implica falta de reflexión o exigencia. Solo es una actitud desacralizadora que normaliza la práctica literaria. Soy una mujer disciplinada. No sé vivir sin trabajar. No sé estarme quieta ni descansar. No creo que me disperse; solo busco el género y el lenguaje para expresar distintas ideas y estados de ánimo: miedo, incertidumbre, deseo, irritación... Encontrar las palabras forma parte de mi oficio.
P.- ¿Se siente cómoda con la definición de su literatura como "literatura de intervención" o prefiere directamente "literatura política"?
R.- Me gustan ambas, porque abundan en la faceta comunicativa y comunitaria de la literatura. Son expresiones llenas de optimismo respecto a la capacidad visibilizadora y transformadora de la cultura. Respecto a su necesidad, su carácter no suntuario, no inofensivo. Su pertinencia. Pero hay un debe en esos rótulos: el del prejuicio de que toda cultura política es formalmente barata. La exigencia y la intrepidez política, el impulso ético, cristalizan en la exigencia y la intrepidez estéticas. Creo que debo hablar del precio de las patatas, pero debo hacerlo de una manera que contravenga la norma estética de una literatura que ha hecho de la legibilidad, la cursilería, el confort, los sentimientos flojos, la seducción y la previsibilidad -hasta la previsibilidad de la sorpresa- su razón de ser.
P.- ¿Recomendaría a un autor novel que se presentara al Premio Herralde?
R.- Sin dudarlo. Yo fui a parar a Anagrama porque presenté Black, black, black al Premio Herralde. Quedé semifinalista y esa medalla de bronce me llenó de orgullo. Otros escritores con el número de novelas que yo tenía publicadas en 2010 se habrían ofendido. No era autora de la casa, pero allí encontré una casa y un editor.
Es lógica la desconfianza que suscitan quienes alcanzan reconocimiento en el sistema que critican"
R.- Los premios son plataformas de publicitación, estrategias de marketing, que además redundan en la construcción del capital simbólico de un sello y de un escritor o escritora. Hay una evidente búsqueda de beneficio mutuo. Partiendo de eso, cada uno decide si le concede credibilidad a los premios en general o a algunos en particular. Por otro lado, solo se le puede afear el compromiso a quien se compromete: resulta más cómodo mirar los toros desde la barrera y reservarse el derecho a juzgar desde una asepsia que, en el mundo en que vivimos, no resulta creíble.
P.- ¿Y si alguien pensara que se ha consagrado, ahora sí, como una nueva escritora oficial?
R.- A mí el resentimiento me parece una actitud legítima en una sociedad intrínsecamente injusta. Es lógica la desconfianza que suscitan quienes alcanzan reconocimiento en el mismo sistema que están criticando, pero yo voy a seguir escribiendo lo que creo que debo escribir, verbalizando mis incertidumbres y desacuerdos, justificándome cuando me pidan que lo haga, pero sorprendiéndome de que no se les pida lo mismo a otro tipo de escritores. Si puedo hacer esas cosas desde una posición de cierta centralidad a partir de la que llegar a más lectores, voy a aprovecharla. La creencia en la propia pureza en una sociedad corrupta me parece un modo de ceguera, incluso de maldad, así que lo que sí sé que soy es una escritora que empieza a ser rentable porque ha sabido verbalizar cierto descontento.
@albertogordom