El profesor y periodista publica La historia secreta de las bombas de Palomares (Crítica), un exhaustivo ensayo que analiza el contexto, la gestión y las consecuencias del mayor accidente nuclear de la historia de España.
En menos de una semana se cumple el 50 aniversario del llamado Incidente de Palomares, un accidente nuclear ocurrido el 17 de enero de 1966 cuando el choque de dos aviones estadounidenses provocó la caída de cuatro bombas termonucleares y la expansión de gran cantidad de material radiactivo en la localidad almeriense de Palomares. Con el fin de "contextualizar el accidente" y ofrecer las claves que nos llevan hasta hoy, el profesor y periodista Rafael Moreno (Madrid, 1960) publica La historia secreta de las bombas de Palomares (Crítica), un exhaustivo ensayo fruto de 20 años de investigación y documentación que comenzaron durante su trabajo como corresponsal en Washington, donde encargado de informar sobre el Pentágono, solicitó la desclasificación de unos documentos relativos a Palomares. "Estados Unidos me ha seguido mandando cosas periódicamente, porque es un proceso largo en el que se implican varios departamentos, hasta que en un momento determinado me mandan una caja llena de documentos". Entonces decide proseguir la investigación en España e ir poco a poco "reconstruyendo el puzle".
Casi al instante de finalizar la Segunda Guerra Mundial da comienzo la llamada Guerra Fría, cuando Estados Unidos identifica a la Unión Soviética como un enemigo y se da cuenta de que debe planificar un sistema de defensa basado en la disuasión mediante armas nucleares debido a la superioridad numérica de las tropas del Pacto de Varsovia. Establece un plan de ataque donde se identifican mil objetivos militares, y en ese esquema necesita tener bombarderos con armas nucleares muy cerca de las fronteras soviéticas. "Ahí es donde entra en juego España y tras algunas reservas iniciañes se firma un pacto de defensa con Franco, porque los estadounidenses entienden que tratar con él es más beneficioso que provocar un cambio de régimen". Las bases españolas sirven para tener aviones cisterna que reabastezcan en vuelo a los bombarderos B-52 enviados desde Estados Unidos a patrullar las fronteras rusas a diario. Una maniobra de repostaje rutinaria termina en tragedia por motivos aún no esclarecidos, pero seguramente achacables a un error humano.
El choque podría haber sido simplemente un accidente aéreo más si no fuera por la carga de uno de los aviones, cuatro bombas termonucleres que junto a los restos de los aparatos se esparcieron sobre cientos de hectáreas en el litoral y el mar de la zona. Dos de las armas impactaron en el suelo y sus nueve kilos de combustible nuclear se diseminaron por la zona, en forma de óxidos de plutonio, uranio y americio fundamentalmente. "Este tipo de artefacto está diseñado para que se produzcan explosiones en cadena, la parte de fuera, que es la que detona al caer contenía fundamentalmente plutonio, aunque todavía a día de hoy no está muy claro, porque los americanos dijeron entonces que el contenido exacto de las bombas es secreto".
Una vez informados del accidente por el otro bombardero, los americanos envían inmediatamente un equipo desde la base de Torrejón y descubren que no se ha producido la temida explosión atómica, pero comienzan a aislar las zonas dañadas. "Franco piensa que va a obtener más provecho político de la situación mostrándose positivo y colaborador con los americanos y no intentando aprovecharse del accidente, por lo que les permite trabajar con total libertad y no da ninguna publicidad al asunto. Técnicamente incluso podía haberse quedado con la bomba, pero decide no hacerlo", asegura Moreno. Públicamente, nada se dijo sobre la naturaleza del accidente, pero su relevancia se fue evidenciando conforme pasaban las horas y se congregaban 125 guardias civiles, cerca de 700 especialistas y soldados norteamericanos y un grupo de españoles de la Junta de Energía Nuclear.
"En la gestión de la información hay dos etapas bien diferenciadas. En principio los americanos no hablaban de bombas atómicas, lo que era un secreto, pero se dan cuenta de que algo tienen que contar para evitar los rumores. Entonces le proponen a Franco un borrador de prensa, que el jefe de estado rechaza a través de Muñoz Grandes, a la sazón jefe del alto estado mayor". Después de esta censura inicial, el ministro Manuel Fraga propone otra actitud, porque el tema se alarga en el tiempo, lo que coincide con la sugerencia del famoso 'baño de Palomares', hecha por la mujer del embajador norteamericano, en el que Fraga participa asumiendo su propio riesgo y con el afán de controlar lo que diga la prensa.
Y lo hicieron porque a entender de Moreno, "los americanos dejaron algo aquí, el asunto sin resolver,y lo sabían. Si hubieran hecho todo lo posible en el 66, esta historia podía haber terminado entonces". En los 60 hay una zona que se queda sin limpiar porque es muy montañosa y los encargados del trabajo creyeron que al ser una zona de baldío que no se cultivaba no habría problemas. Además enterraron buena parte de los restos a poca profundidad lo cual comenzó a suponer un problema al usarse en décadas posteriores las tierras para la agricultura y la construcción. "Es cierto que no existe ninguna muerte achacada a la radiación y que las autoridades afirman que se puede convivir con ella a ciertos niveles, como los trabajadores de centrales nucleares o los pacientes de quimioterapia. Pero también es cierto que desde los 80 no hay informes sobre la incidencia de cáncer en la zona", afirma Moreno de forma ecuánime.
El proyecto Índalo se planteó en el sentido de un seguimiento a la población, porque los síntomas de exposición se pueden manifestar a partir de los 20, 25, 30 años... y luego en un contexto medioambiental. "Pero hasta la llegada del socialismo a mediados de los 80, no se decide hacer una investigación seria porque ya se presupone que está pasando algo. A partir de los 70 la radiación empieza a subir, algo que se sabe en el extranjero pero que no se cuenta en España. No se hace nada hasta la expropiación de terrenos potencialmente peligrosos de mediados de los años 90".
La situación actual de la zona no se puede afirmar con seguridad, pero el nuevo acuerdo firmado el pasado octubre con el secretario de Estado John Kerry para la rehabilitación de las tierras contaminadas hace pensar que no todo está como debiera. "La situación medioambiental en la actualidad depende de la versión, pero la realidad es que los gobiernos no hubieran firmado un nuevo acuerdo si no fuera totalmente necesario". El acuerdo prevé una nueva limpieza y la retirada de 50.000 metros cúbicos de tierra para poder considerar la zona completamente segura. Uno de los grandes logros del tratado es que la tierra retirada será llevada a las plantas de almacenaje estadounidenses cumpliendo una de las grandes preocupaciones de las autoridades españolas.
Aunque a este optimismo del enésimo capítulo de esta historia contrapone Moreno varias preguntas sin responder. "El acuerdo existe, y eso es positivo, pero no dice cuándo se va a llevar a cabo la limpieza, cómo se va a hacer y sobre todo quién lo va a pagar. Desde luego no parece inmediato. Como mínimo llevará dos, tres, o cuatro años, y además coincide con cambios de gobierno en los dos países, lo que esperemos que no lo ralentize todavía más".
En menos de una semana se cumple el 50 aniversario del llamado Incidente de Palomares, un accidente nuclear ocurrido el 17 de enero de 1966 cuando el choque de dos aviones estadounidenses provocó la caída de cuatro bombas termonucleares y la expansión de gran cantidad de material radiactivo en la localidad almeriense de Palomares. Con el fin de "contextualizar el accidente" y ofrecer las claves que nos llevan hasta hoy, el profesor y periodista Rafael Moreno (Madrid, 1960) publica La historia secreta de las bombas de Palomares (Crítica), un exhaustivo ensayo fruto de 20 años de investigación y documentación que comenzaron durante su trabajo como corresponsal en Washington, donde encargado de informar sobre el Pentágono, solicitó la desclasificación de unos documentos relativos a Palomares. "Estados Unidos me ha seguido mandando cosas periódicamente, porque es un proceso largo en el que se implican varios departamentos, hasta que en un momento determinado me mandan una caja llena de documentos". Entonces decide proseguir la investigación en España e ir poco a poco "reconstruyendo el puzle".
Casi al instante de finalizar la Segunda Guerra Mundial da comienzo la llamada Guerra Fría, cuando Estados Unidos identifica a la Unión Soviética como un enemigo y se da cuenta de que debe planificar un sistema de defensa basado en la disuasión mediante armas nucleares debido a la superioridad numérica de las tropas del Pacto de Varsovia. Establece un plan de ataque donde se identifican mil objetivos militares, y en ese esquema necesita tener bombarderos con armas nucleares muy cerca de las fronteras soviéticas. "Ahí es donde entra en juego España y tras algunas reservas iniciañes se firma un pacto de defensa con Franco, porque los estadounidenses entienden que tratar con él es más beneficioso que provocar un cambio de régimen". Las bases españolas sirven para tener aviones cisterna que reabastezcan en vuelo a los bombarderos B-52 enviados desde Estados Unidos a patrullar las fronteras rusas a diario. Una maniobra de repostaje rutinaria termina en tragedia por motivos aún no esclarecidos, pero seguramente achacables a un error humano.
El choque podría haber sido simplemente un accidente aéreo más si no fuera por la carga de uno de los aviones, cuatro bombas termonucleres que junto a los restos de los aparatos se esparcieron sobre cientos de hectáreas en el litoral y el mar de la zona. Dos de las armas impactaron en el suelo y sus nueve kilos de combustible nuclear se diseminaron por la zona, en forma de óxidos de plutonio, uranio y americio fundamentalmente. "Este tipo de artefacto está diseñado para que se produzcan explosiones en cadena, la parte de fuera, que es la que detona al caer contenía fundamentalmente plutonio, aunque todavía a día de hoy no está muy claro, porque los americanos dijeron entonces que el contenido exacto de las bombas es secreto".
Una vez informados del accidente por el otro bombardero, los americanos envían inmediatamente un equipo desde la base de Torrejón y descubren que no se ha producido la temida explosión atómica, pero comienzan a aislar las zonas dañadas. "Franco piensa que va a obtener más provecho político de la situación mostrándose positivo y colaborador con los americanos y no intentando aprovecharse del accidente, por lo que les permite trabajar con total libertad y no da ninguna publicidad al asunto. Técnicamente incluso podía haberse quedado con la bomba, pero decide no hacerlo", asegura Moreno. Públicamente, nada se dijo sobre la naturaleza del accidente, pero su relevancia se fue evidenciando conforme pasaban las horas y se congregaban 125 guardias civiles, cerca de 700 especialistas y soldados norteamericanos y un grupo de españoles de la Junta de Energía Nuclear.
"En la gestión de la información hay dos etapas bien diferenciadas. En principio los americanos no hablaban de bombas atómicas, lo que era un secreto, pero se dan cuenta de que algo tienen que contar para evitar los rumores. Entonces le proponen a Franco un borrador de prensa, que el jefe de estado rechaza a través de Muñoz Grandes, a la sazón jefe del alto estado mayor". Después de esta censura inicial, el ministro Manuel Fraga propone otra actitud, porque el tema se alarga en el tiempo, lo que coincide con la sugerencia del famoso 'baño de Palomares', hecha por la mujer del embajador norteamericano, en el que Fraga participa asumiendo su propio riesgo y con el afán de controlar lo que diga la prensa.
El ministro Manuel Fraga bañándose en la zona del accidente con el embajador norteamericano para demostrar la ausencia de peligro radiactivo
Tras la limpieza inicial, considerada en la actualidad poco exhaustiva, que retiró algo más de mil metros cúbicos de materia contaminada y la recuperación de las cuatro bombas, una de ellas del fondo del mar, se firmaron acuerdos entre el Departamento de Energía de EEUU y la Junta de Energía Nuclear, y dio comienzo el Proyecto Índalo para el seguimiento de la población potencialmente afectada y de la actividad residual de suelo, fauna y flora. "Pero el acuerdo lo rubrican políticos de segunda clase, no los gobiernos". El texto fija el marco jurídico de ayudas a España, pero no se fijan cantidades y Estados Unidos solo se compromete a ayudar, pero no se hace totalmente responsable. "Estados Unidos nunca ha pagado más del 20% del coste de los programas de supervisión".Y lo hicieron porque a entender de Moreno, "los americanos dejaron algo aquí, el asunto sin resolver,y lo sabían. Si hubieran hecho todo lo posible en el 66, esta historia podía haber terminado entonces". En los 60 hay una zona que se queda sin limpiar porque es muy montañosa y los encargados del trabajo creyeron que al ser una zona de baldío que no se cultivaba no habría problemas. Además enterraron buena parte de los restos a poca profundidad lo cual comenzó a suponer un problema al usarse en décadas posteriores las tierras para la agricultura y la construcción. "Es cierto que no existe ninguna muerte achacada a la radiación y que las autoridades afirman que se puede convivir con ella a ciertos niveles, como los trabajadores de centrales nucleares o los pacientes de quimioterapia. Pero también es cierto que desde los 80 no hay informes sobre la incidencia de cáncer en la zona", afirma Moreno de forma ecuánime.
El proyecto Índalo se planteó en el sentido de un seguimiento a la población, porque los síntomas de exposición se pueden manifestar a partir de los 20, 25, 30 años... y luego en un contexto medioambiental. "Pero hasta la llegada del socialismo a mediados de los 80, no se decide hacer una investigación seria porque ya se presupone que está pasando algo. A partir de los 70 la radiación empieza a subir, algo que se sabe en el extranjero pero que no se cuenta en España. No se hace nada hasta la expropiación de terrenos potencialmente peligrosos de mediados de los años 90".
La situación actual de la zona no se puede afirmar con seguridad, pero el nuevo acuerdo firmado el pasado octubre con el secretario de Estado John Kerry para la rehabilitación de las tierras contaminadas hace pensar que no todo está como debiera. "La situación medioambiental en la actualidad depende de la versión, pero la realidad es que los gobiernos no hubieran firmado un nuevo acuerdo si no fuera totalmente necesario". El acuerdo prevé una nueva limpieza y la retirada de 50.000 metros cúbicos de tierra para poder considerar la zona completamente segura. Uno de los grandes logros del tratado es que la tierra retirada será llevada a las plantas de almacenaje estadounidenses cumpliendo una de las grandes preocupaciones de las autoridades españolas.
Aunque a este optimismo del enésimo capítulo de esta historia contrapone Moreno varias preguntas sin responder. "El acuerdo existe, y eso es positivo, pero no dice cuándo se va a llevar a cabo la limpieza, cómo se va a hacer y sobre todo quién lo va a pagar. Desde luego no parece inmediato. Como mínimo llevará dos, tres, o cuatro años, y además coincide con cambios de gobierno en los dos países, lo que esperemos que no lo ralentize todavía más".