Rafael Chirbes. Foto: Andreu Dalmau
En agosto de 2015 se nos murió Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, 1949), uno de los novelistas más importantes de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Falleció cuando había alcanzado su plenitud literaria y el merecido reconocimiento con sendos premios de la crítica por Crematorio (2007) y En la orilla (2013), con la que ganó también el Nacional de Narrativa. Con estas novelas Chirbes se erigió en el escritor que mejor ha novelado la evolución de la sociedad española desde los desmanes de la burbuja inmobiliaria perpetrada por la especulación rampante de un capitalismo salvaje entre el XX al XXI (Crematorio) hasta el derrumbe de sueños e ilusiones alimentados por aquella mentira, fabricada por estafadores sin escrúpulos, en la crisis que ha venido después (En la orilla).En ambas novelas el autor llevó al máximo nivel de modernidad y excelencia su práctica del realismo como técnica para recrear y denunciar, con insobornable compromiso crítico y moral, la degradación de una sociedad entrampada por las manipulaciones de políticos y financieros. Este realismo chirbesiano, aprendido en Balzac, Galdós y otros maestros del XIX, está depurado y enriquecido con la asimilación de renovaciones consagradas en la novela del XX, desde el monólogo interior joyceano hasta la salmodia faulkneriana, pasando por el habla directa y la sencillez barojianas o el aliento poético de una prosa en continua búsqueda de la calidad de página.
No era fácil superar dicha encrucijada creadora. El autor ha querido volver sobre sus pasos. Pues, si Crematorio y En la orilla llevan al límite el alcance colectivo de las novelas de su segunda etapa, Paris-Austerlitz, que Chirbes dio por terminada pocos meses antes de morir, constituye una vuelta a sus orígenes literarios centrados en la creación de novelas cortas que componen su primera etapa, iniciada con Mimoun (1988) y concluida con el díptico formado por La buena letra (1992) y Los disparos del cazador (1994). Así lo indica la cronología de la gestación de Paris-Austerlitz, escrita, abandonada y retomada durante veinte años, como revela su autor al final del texto: desde 1996 en Valverde de Burguillos (pueblo extremeño donde residió varios años) hasta 2015 en Beniarbeig (localidad alicantina donde vivió después).
Como aquellas novelas cortas, Paris-Austerlitz se centra en la dimensión individual de la historia relatada, adoptando también el modelo de la novela lírica en la narración subjetiva de una historia de amor construida en desorden temporal, caracterizada por la tensión e intensidad cuidadosamente graduadas, por la concentración y la selección de materiales narrados y por la riqueza de sensaciones, tonos y matices, buscando el aliento poético en la calidad de página, muchas veces con admirable síntesis de acendrado lirismo y cautivadora sencillez (véase el comienzo del capítulo V).
Se ha dicho que en Mimoun está todo Chirbes. Es cierto, al menos en embrión está lo fundamental. Y con aquella excelente primera novela emparenta Paris-Austerlitz. Pues, más allá de sus parecidos rasgos formales, también aquí nos encontramos con un joven español que abandona su país, asfixiado por un ambiente que no entiende y en el que tampoco se encuentra, en busca de un lugar donde desarrollar sus inquietudes existenciales y artísticas. Ambos son homosexuales. Manuel es escritor y se marcha a Marruecos en Mimoun. El narrador de Paris-Austerlitz es pintor y se larga a la capital francesa huyendo de la opresión de sus padres. Allí conoce a un obrero normando mayor que él, robusto y vigoroso, con el que entabla una intensa relación amorosa. Y la novela desarrolla la historia de dicha relación en todas sus fases al tiempo que se adentra en un profundo análisis del amor en sus diferentes aspectos, desde la ternura y el gozo más satisfactorios hasta la crueldad y la violencia del sexo descarnado.
La novela está construida en una composición perfecta, basada en simetrías estructurales que intensifican la unidad del proceso amoroso contado en subjetivo desorden desde un presente narrativo posterior, ambos localizados en los años noventa del siglo XX. Desde su estancia en Madrid el narrador recrea su relación amorosa en París. Su relato comienza in medias res con un largo capítulo en el que cuenta sus visitas a Michel en el Hospital Saint-Louis, enfermo de sida, palabra que no aparece nunca, sustituida por "la plaga". A partir de aquí se hacen retrospecciones al pasado en la experiencia compartida por ambos amantes. Y en dicha alternancia entre la narración del final de la historia y la retrospección temporal al pasado de los amantes, la simetría compositiva se prolonga en las analepsis practicadas en los capítulos pares (sobre todo en II y IV) y en el relato del comienzo y la plenitud de la relación amorosa en los impares (III y V), hasta llegar a la ruptura y el final en el capitulo VI, que enlaza con el I, cerrando el proceso. Otras simetrías se dibujan en los recuerdos de la fallida relación de los amantes con sus padres (caps. II y IV). Y el punto de inflexión del proceso está en el viaje del narrador a Madrid, de donde regresa con cierta holgura económica, y en la visita de su madre a París, a partir de lo cual se acelera la decadencia.
Además del vaivén temporal favorecido por la narración subjetiva, importa destacar el espacio donde transcurre la historia. También en esto la novela es muy chirbesiana. Pues se trata de ambientes pobres en un París reconocible, como una ciudad paralela ajena al reclamo turístico. Vincennes y otras zonas de sombra son barrios habitados por perdedores, vencidos, emigrantes y marginados que ahogan su dolor y miseria en el alcohol, la droga y el sexo.
En tal situación se desarrolla esta historia de amor entre dos personajes muy desiguales, no solo por diferencias de edad y cultura, sino, sobre todo, por sus distintas clases sociales (un obrero normando de origen campesino y cincuentón y un joven madrileño que no ha cumplido los treinta, tiene un pasado comunista, es pintor y procede de una familia acomodada). Todo esto contribuye a que la relación no sea duradera, pues al cabo el narrador vuelve al refugio burgués de su familia madrileña, mientras su ex amante permanece postrado en un hospital para enfermos terminales implorando inútilmente no quedarse solo. Es este un final muy de Chirbes por su deliberada contención emotiva y expresiva en la implacable narración de la cruel despedida en tan desgarrada situación.
Paris-Austerlitz explora una encarnizada historia de amor y desamor, contada con el realismo descarnado de la pintura de Francis Bacon (citado por sus "carnes desolladas"), a quien Chirbes dedicó un penetrante ensayo incluido en El novelista perplejo, y con la crueldad de Céline y de Jean Genet. Es su novela más íntima, la más conmovedora (junto con La buena letra), tan dura y pesimista como sus dos últimas. También es un relato hondamente reflexivo que habla de la trágica paradoja encarnada en la esencial necesidad de amar y en la radical imposibilidad de su realización duradera porque la plenitud del amor acaba sucumbiendo ante la "carcoma" (palabra clave en la novela, como "plaga" y "amor") representada por miedos, egoísmos, celos, instinto de posesión y otras mezquindades inherentes en la complejidad del amor y sus contradicciones como una pasión que da gozo y hiere. En conclusión: una excelente nouvelle escrita con la perfección, concentración e intensidad de las mejores novelas cortas.