Este eminente neurocirujano británico, uno de los más reconocidos en el mundo entero, ha escrito Ante todo, no hagas daño (Salamandra), unas conmovedoras memorias en las que nos habla de la vulnerabilidad del ser humano no solo frente a la muerte, sino también frente a la toma de grandes decisiones.
Su aspecto y su talante coinciden plenamente con la voz que narra, en primera persona, este emocionante testimonio de lo que es el día a día de un médico de su talla a base de casos prácticos contados con la frescura y la honestidad, "a pecho descubierto", del que no es profesional de las letras. Unas gafas de gruesos cristales instaladas bajo una frente marcada por las arrugas del que piensa mucho y con gran profundidad. Una sonrisa amplia, que se abre con generosidad e ilustra la conversación a menudo. Y unas manos enormes, fuertes, decididas. Acostumbradas a transitar por los intrincados vericuetos del cerebro humano y todos sus aledaños.
El libro arranca con una cita de René Lariche que representa una declaración de intenciones en toda regla ("Todo cirujano lleva en su interior un pequeño cementerio al que acude a rezar de vez en cuando, un lugar lleno de amargura y pesar, en el que debe buscar la explicación a sus fracasos") y es que éste no es un libro de logros y trofeos, nada de eso. En estas 350 páginas Marsh habla de la angustia del cirujano que sabe que no va a poder curar, del hombre compasivo y cercano que, desgraciadamente y muy a pesar suyo, ha aprendido a dar malas noticias.
Pregunta.- Se licenció en Ciencias Políticas, Económicas y Filosofía en la Universidad de Oxford, su ciudad natal, pero aún le quedó fuelle para embarcarse después en una carrera larga y exigente como la de Medicina. ¿Era su asignatura pendiente?
Respuesta.-Sin duda. Realicé mis estudios iniciales presionado por mi familia, especialmente por mi padre, pero tenía esa espinita clavada, quería hacer algo diferente además de lo que se me había indicado y la Medicina me atraía, concretamente la cirugía. Siempre he sido habilidoso y se me ha dado bien trabajar con las manos, por lo que tenía una inclinación natural hacia la cirugía. Y tengo que decir en favor de mi padre que, cuando le manifesté mi deseo de seguir estudiando, me ayudó financieramente a hacerlo.
P.- ¿Qué es ser un buen médico?
R.- Hay muchas maneras de ejercer la medicina. Yo soy cirujano y para ser bueno en lo mío hacen falta diferentes habilidades. La más fácil de todas ellas es la parte técnica. La cirugía cardiaca, por ejemplo, exige operar muy rápido y cosiendo de una manera muy delicada con gran habilidad manual. En neurocirugía por el contrario no es tan importante la habilidad manual. Se opera con microscopio y los gestos de manipulación son suaves. Es verdad que hay que ser hábil pero a los neurocirujanos hay que juzgarlos no por el éxito de sus manos sino por sus fracasos, analizando el porcentaje de sus casos fallidos, y ahí interviene la toma de decisiones, algo tremendamente complejo. Yo cuando examino los casos que me han salido mal durante mi carrera constato que, en la mayoría de ocasiones, esos fracasos se debieron a que me equivoqué al tomar grandes decisiones. Por ejemplo, hay situaciones en las que hay que renunciar a operar, o hay que actuar de determinada manera en el postoperatorio. Para ser un buen neurocirujano hay que ser bueno con las manos y muy bueno tomando decisiones. En mi especialidad en la mayoría de ocasiones no podemos curar, simplemente podemos alargar la vida de unos pacientes que acaban muriendo. Por tanto hay que ser también muy bueno hablando con los pacientes y explicándoles la situación con mucha claridad para poder valorar conjuntamente la toma de decisiones trascendentales.
P.- Al principio de su libro habla usted de la suerte. ¿En Medicina también cuenta?
R.- Por supuesto. En cirugía nunca se tiene el control absoluto de las situaciones. Con la experiencia vas mejorando y descubres lo que eres capaz de hacer pero sigues sin tener el control absoluto porque muchas cosas salen mal a pesar de que tú, como cirujano, hayas obrado con pericia y habilidad.
P.- ¿Es cierto eso de que los cirujanos son los médicos más vanidosos?
R.- Conozco a muchos neurocirujanos del mundo entero y puedo afirmar que no hay un estereotipo. Así como los cirujanos ortopédicos y traumatólogos son casi siempre personas muy vitales, optimistas y vigorosas, los neurocirujanos son seres complejos y muy reflexivos. En mi especialidad el índice de fracaso es muy alto porque el cerebro es muy delicado, no cicatriza (aunque sí tiene una cierta capacidad de recuperación) y eso dificulta mucho las cosas. Por lo tanto el neurocirujano no puede estar muy satisfecho de sí mismo durante mucho tiempo, es una especialidad que deja poco espacio para la vanidad. Un defecto que sí es común entre nosotros es una cierta arrogancia e impaciencia porque somos tan sumamente conscientes de lo serio que es lo que hacemos que, en ocasiones, podemos llegar a mirar a otros médicos con algo de desprecio.
P.- Muchos profesionales de la Medicina afirman que empatizar demasiado con el paciente puede llegar a ser peligroso. ¿Está de acuerdo?
R.- Es una cuestión de equilibrio y, con el paso de los años, este equilibrio se convierte en oscilante. Cuando eres muy joven y estás empezando a trabajar tienes poca experiencia y, como eres consciente de ello, te pones a la defensiva y te distancias del paciente. Al hacerte mayor aumenta la confianza que sientes ante tus propias capacidades. A ello se añade el hecho de que a lo mejor has pasado por problemas de salud o de índole personal, con lo que te vuelves más compasivo y disminuye la distancia entre tú y tus pacientes. Y a eso hay que añadirle el componente de la personalidad de cada uno, de su entorno cultural y afectivo, etc.
P.- Los grandes atletas, los toreros y los cantantes de ópera reconocen practicar determinados rituales antes de salir a escena. ¿Los cirujanos también?
R.- Algunos colegas míos lo necesitan, pero yo no. He operado en muchos países y en condiciones muy distintas, he aprendido a manejarme en situaciones muy diversas. Cuando opero en mi terreno, en mi hospital, lo que busco es crear en el quirófano un clima relajado y amable con mis asistentes y enfermeros. Así es cómo trabajo mejor. En Londres desde hace muchos años la mayoría de enfermeros y enfermeras son filipinos, y por su cultura de país son gente muy delicada y de trato muy fácil y agradable, yo estoy feliz de contar con muchos de ellos en mi equipo. Hay quirófanos en los que se trabaja con mucha tensión, hay médicos que buscan eso. Y yo, justamente, trato de conseguir lo contrario.
P.- ¿Estar cerca de la muerte de una manera tan cotidiana cambia la visión de la vida?
R.- En realidad no, lo cual es una pena. Es decepcionante, pero los médicos acabamos preocupándonos por cosas insignificantes, como todo el mundo. En cambio, cuando tú o alguien de tu familia tiene una enfermedad seria tus valores se alteran. Quizás la principal diferencia entre pacientes y médicos es que cuando estos contraen una enfermedad seria no se preguntan "¿por qué a mí?"
P.- ¿Ayudar a morir también es importante para un buen médico?
R.- Desde luego. La medicina moderna no consigue curar en muchos casos, pero sí logra mantener la vida. Hay muchos cánceres que se convierten en la enfermedad con la que el paciente se muere, pero no la causa de esa muerte. Para un médico el saber decirle a una persona que le ha llegado la hora de morir es importante, hay que saber asumir ese trance. Yo cuento dos casos en mi libro en los que tuve que decir al paciente que ya no podíamos hacer nada más. Recuerdo muy bien esos momentos, no utilicé estas palabras pero tanto él como yo sabíamos de lo que estábamos hablando. Y cuando estás convencido de que, como profesional, has hecho todo lo que estaba en tu mano por esa persona, te sientes bien a pesar de la tristeza que el trance conlleva.
P.- ¿Qué opina del derecho a una muerte digna que implica el suicidio asistido?
R.- En Reino Unido no es legal, pero mi opinión personal es que hay que revisar esa ley. Se trata de concederle al paciente la libertad de elegir y decidir cuándo ha llegado el momento del final. A mí me gustaría poder escoger.
P.- ¿Su profesión le ha hecho ser mejor persona?
R.- Uffff... no lo sé... quizás sí. En realidad todo se resume a aprender de nuestros errores. Creo que soy menos arrogante que antes, más considerado, pero no sé si es gracias a mi profesión o simplemente al paso de los años. Por ejemplo, el final de mi primer matrimonio fue muy difícil, tanto mi primera mujer como yo nos comportamos muy mal el uno con el otro, fuimos muy estúpidos, pero de esto te das cuenta a posteriori. Me resultó liberador ser consciente de ello. Cuando ahora veo a gente comportándose mal soy compasivo y nos les juzgo porque sé que hice lo mismo. De joven juzgaba con mayor facilidad a la gente.
P.- ¿Hasta qué punto la actitud positiva ante la enfermedad puede mejorar la evolución del paciente?
R.- No sé si es muy científico, pero mi experiencia como médico me demuestra que es real. Por ejemplo, está científicamente demostrado que cuando una persona pierde a un ser muy querido (cónyuge o hijo) tiene un riesgo muy alto en el primer año a caer enfermo gravemente. Es decir que es cierto que la situación mental es determinante para la salud. Y está claro que un paciente bien cuidado y con un entorno sano tiene más posibilidades de salir adelante. Y eso le ayudará a tener una actitud positiva frente a su enfermedad. La pena es que la mayoría de hospitales no contribuyen a mejorar el confort mental y físico del paciente, sino de los que trabajan allí, están pensados para los trabajadores y eso es un error. Yo odio los hospitales, creo que es difícil encontrarse bien allí.
P.- ¿Cómo tendría que ser el hospital ideal?
R.- Luminoso, con buena luz natural, con habitaciones amplias e individuales que tuvieran grandes ventanales por los que se percibieran los árboles cercanos. Y con una amplia zona verde para pasear. También es muy importante una acústica cuidada, que favorezca el descanso y el reposo. Y habría que entrenar a médicos y enfermeros para que no fueran ruidosos durante las noches y dejaran dormir a los pacientes. Es dramático que en los hospitales los enfermos no puedan dormir porque continuamente se les molesta.
P.- Y, por último, ¿por qué ha escrito este libro?
R.- Para llamar un poco la atención, que es lo que he hecho siempre. Y para explicar de forma honesta cómo es la vida de un médico. Creo que mi existencia es interesante, y por eso he sentido la necesidad de contarla. Hay mucha mitología en torno a la vida de un profesional de la Medicina porque, al menos en Europa, se confía desmedidamente en los médicos. Y veo que el tema interesa realmente, porque ya llevamos veintiséis traducciones.