Cien años después de su muerte el 6 de febrero de 1916, Rubén Darío sigue siendo el poeta. La musicalidad de los versos del poeta nicaragüense, la estirpe; música del verso, prioridad del ritmo, que a nosotros nos parece un tema superior a otros que suscita la rica obra de Darío, como las influencias francesas, la riqueza y la variedad de su métrica o el logrado afán de fundir clasicismo y modernidad, lo español con lo americano. El ritmo es la condición primordial del verso verdadero. Por ello es sobre todo grande la poesía de Darío y responde a la perfección a dos versos de Verlaine: "Busca la música primero[...] Verso sin música es muerte". Pero el proceso creador en Darío no fue una búsqueda, sino un hallazgo. O mejor, un don profundamente natural.



Amor

Amar, amar, amar, amar siempre, con todo

el ser y con la tierra y con el cielo,

con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;

amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.




Lo fatal

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura porque esa ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.



Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror...

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por



lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos,

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,

ni de dónde venimos!...




Sonatina

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.



El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y vestido de rojo piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.



¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?



¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar;

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.



Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte,

los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.



¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real;

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal.



¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste. La princesa está pálida.)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,

(La princesa está pálida. La princesa está triste.)

más brillante que el alba, más hermoso que abril!



-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;

en caballo, con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con un beso de amor».




Cantos de vida y esperanza. I

Yo soy aquel que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana,

en cuya noche un ruiseñor había

que era alondra de luz por la mañana.



El dueño fui de mi jardín de sueño,

lleno de rosas y de cisnes vagos;

el dueño de las tórtolas, el dueño

de góndolas y liras en los lagos;



y muy siglo diez y ocho y muy antiguo

y muy moderno; audaz, cosmopolita;

con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,

y una sed de ilusiones infinita



Yo supe de dolor desde mi infancia,

mi juventud... ¿fue juventud la mía?

Sus rosas aún me dejan su fragancia...

una fragancia de melancolía... [...]




A Margarita Debayle

Margarita, está linda la mar,

y el viento

lleva esencia sutil de azahar;

yo siento

en el alma una alondra cantar:

tu acento.

Margarita, te voy a contar

un cuento.



Éste era un rey que tenía

un palacio de diamantes,

una tienda hecha del día

y un rebaño de elefantes,



un kiosko de malaquita,

un gran manto de tisú,

y una gentil princesita,

tan bonita,

Margarita,

tan bonita como tú.



Una tarde la princesa

vió una estrella aparecer;

la princesa era traviesa

y la quiso ir a coger.



La quería para hacerla

decorar un prendedor,

con un verso y una perla,

y una pluma y una flor.



Las princesas primorosas

se parecen mucho a ti:

cortan lirios, cortan rosas,

cortan astros. Son así.



Pues se fué la niña bella,

bajo el cielo y sobre el mar,

a cortar la blanca estrella

que la hacía suspirar.



Y siguió camino arriba,

por la luna y más allá;

mas lo malo es que ella iba

sin permiso del papá.



Cuando estuvo ya de vuelta

de los parques del Señor,

se miraba toda envuelta

en un dulce resplandor.



Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?

Te he buscado y no te hallé;

y ¿qué tienes en el pecho,

que encendido se te ve?"

La princesa no mentía.

Y así, dijo la verdad:

"Fuí a cortar la estrella mía

a la azul inmensidad."



Y el rey clama: "¿No te he dicho

que el azul no hay que tocar?

¡Qué locura! ¡Qué capricho!

El Señor se va a enojar."



Y dice ella: "No hubo intento;

yo me fuí no sé por qué;

por las olas y en el viento

fuí a la estrella y la corté."



Y el papá dice enojado:

"Un castigo has de tener:

vuelve al cielo, y lo robado

vas ahora a devolver."



La princesa se entristece

por su dulce flor de luz,

cuando entonces aparece

sonriendo el Buen Jesús.



Y así dice: "En mis campiñas

esa rosa le ofrecí:

son mis flores de las niñas

que al soñar piensan en mí."



Viste el rey ropas brillantes,

y luego hace desfilar

cuatrocientos elefantes

a la orilla de la mar.



La princesita está bella,

pues ya tiene el prendedor

en que lucen, con la estrella,

verso, perla, pluma y flor.



Margarita, está linda la mar,

y el viento

lleva esencia sutil de azahar:

tu aliento.



Ya que lejos de mí vas a estar,

guarda, niña, un gentil pensamiento

al que un día te quiso contar

un cuento.