Celeste Ng. Foto: Kevin Day

Traducción de Laura Vidal Sanz. Alba Editorial. Barcelona, 2016. 336 páginas, 19'50E, Ebook: 6'99E

La familia debería ser un remanso de paz, pero muchas veces es un auténtico escenario de batalla. Las posibilidades de conflicto se agravan cuando la experiencia de la emigración ha forzado la necesidad de adaptarse a un nuevo modelo cultural. Celeste Ng nació en Pittsburgh, Pennsylvania, pero sus padres abandonaron Hong Kong en los años sesenta. Ambos triunfaron profesionalmente: el padre trabajó como físico de la NASA y la madre impartió clases de química en la Universidad de Cleveland.



Después de leer Todo lo que no te conté, es imposible no preguntarse si Celeste no ha relatado la historia de su familia, con las licencias literarias que se presupone a la ficción. Sus personajes no parecen ajenos a la atmósfera que tal vez respiró en su infancia y adolescencia. James Lee, imaginario profesor de historia americana en la Universidad de Middlewood, Ohio, podría simbolizar la lucha de su propio padre contra los prejuicios raciales de la América blanca, anglosajona y protestante. Está casado con Marilyn, una mujer rubia, atlética y de ojos azules, que soñó con ser profesora de química, pero que interrumpió sus estudios para ser ama de casa y cuidar a sus tres hijos: Lydia, Hannah y Nath. Marilyn ha sufrido doblemente. Su madre se opuso al matrimonio y sus compañeros de universidad le prodigaron toda clase de humillaciones por ser mujer. Su objetivo principal es que Lydia triunfe en los estudios, librándose de las faenas domésticas. No puede imaginar que su sueño será abortado por una horrible tragedia.



Celeste Ng comienza su novela con una frase escueta, brutal: "Lydia está muerta". Su cadáver ha aparecido en el fondo de un lago. Aparentemente, se trata de un suicidio, pero Marilyn rechaza esa hipótesis, que cuestiona su papel como madre. Desde muy temprano, ha presionado a su hija para que estudie y se esfuerce, escatimándole su cariño cuando se relajaba y obtenía calificaciones mediocres. No se ha comportado del mismo modo con sus hermanos, que han crecido con la conciencia de ser simples figurantes en una obra, donde los papeles se han repartido arbitrariamente.



Celeste Ng muestra con extraordinaria pericia psicológica cómo nace el resentimiento, el rencor, la rabia, el odio a los demás y a uno mismo. No lo hace con la mirada del narrador omnisciente, sino con la penetración del que ha escarbado en su interior, buscando una catarsis. En ese proceso todo se transforma. Cualquier objeto adquiere un significado diferente. Una cadena de plata no es un simple adorno, sino un símbolo rebosante de significados. Cada familia crea un lenguaje propio, con sus imágenes y fetiches. A veces, esa gramática expresa cercanía y afecto, pero en el caso de la familia Lee no fluye el cariño, sino la ira, el tedio, la melancolía y el miedo.



La escritura limpia, fresca, lírica e intuitiva de Celeste Ng aborda sin complejos el tema de la culpabilidad, que salpica a todos los personajes. Lejos de ser poco reflexivos, los personajes son conscientes de las heridas que se infligen, pero no son capaces de contener sus gestos dañinos. La violencia y la mentira han tejido una red que malogra los buenos propósitos. El tiempo no cura, pues sólo deforma los hechos, inventando un relato alternativo. Las palabras aceradas se diluyen en el recuerdo. El malestar no es una evidencia, sino un amargo lastre que distancia a los hermanos y destruye el amor entre los padres. La noche que precede a la muerte de Lydia sólo evidencia el carácter asfixiante de unas relaciones marcadas por la incomprensión, la posesividad y la indiferencia. Sería injusto acusar a los personajes de perversidad. Celeste Ng no incurre en versiones maniqueas. No absuelve ni condena. No pretende ser una voz moral, sino un testigo que observa y recrea, asumiendo que los seres humanos son esclavos de sus pasiones. Pasiones individuales y colectivas, pues la desgracia de la familia expresa una patología social.



Marilyn se deja llevar por el anhelo de éxito e independencia, proyectando sus frustraciones sobre Lydia. No le interesa averiguar quién es su hija. Sólo desea que materialice sus sueños, transformándose en la mujer que ella hubiera querido ser. Lydia muere por "simular ser quien no es", por decir sí a su madre, a su padre, a la sociedad. Muere porque su deseo de ser ella misma naufraga una y otra vez en su entorno. Muere y deja un terrible vacío en una familia que ya no podrá mirar hacia atrás, sin pensar en una dolorosa e inaceptable pérdida.



El desenlace de la novela no se corresponde con las expectativas despertadas en los primeros capítulos. Al principio, prevalece la sensación de adentrarse en una trama policial, pero la intriga se difumina poco a poco, convirtiéndose en abrumadora certeza. Las páginas que describen la muerte de Lydia producen un sufrimiento muy real, gracias una maestría narrativa tal vez adquirida en los vilipendiados talleres de creación literaria.



Al igual que la poeta Anne Sexton, Celeste Ng reivindica esos espacios. No me parece casual, pues su forma de relatar el fin de Lydia muestra cierto parentesco con los poemas de la americana. En fin de cuentas, la literatura es una emoción expresada con ciertos recursos técnicos, que permiten imprimir credibilidad a las vivencias volcadas sobre el papel. Todo lo que no te conté es una magnífica e inquietante novela que avanza con una fuerza arrolladora.



No sé si hay componentes autobiográficos, pero la intensidad de los personajes y las situaciones sugieren que la autora nos ha confiado su vida, con ese tono apasionado y doliente propio de las confesiones. Puedo equivocarme, pero no albergo ninguna duda en la valoración de una novela implacable, durísima.



Celeste Ng nos enseña que el infierno no es un lugar mítico o remoto, sino un pequeño drama de carácter doméstico que acontece al otro lado de la pared o en la vivienda de enfrente. Lydia, ahogándose lentamente en unas aguas negras y heladas, podría ser cualquier otro adolescente, huyendo de uno de esos hogares trufados de infelicidad que casi todos conocemos o incluso hemos vivido en primera persona.



@Rafael_Narbona

"Siempre supe que era diferente"

Nos cuenta Celeste Ng, vía e-mail, que donde ella creció, primero en Pennsylvania y luego en Ohio, apenas había estadounidenses de origen asiático y que se sintió como en casa, "aunque siempre supe que era diferente. En las fotografías de clase siempre destacaba, y yo lo sabía". Eso le ayudó a reflexionar sobre la extrañeza, sobre la diferencia, "entre lo que eres y lo que percibe el mundo".



P.- Más allá de los aspectos evidentes, ¿su experiencia vital está conformando su obra literaria?

R.- Forma parte de mi vida, así que sí. Me atrae escribir sobre lo diferente. Cuando uno se fija en un campo de hierba, siempre reparará en la flor que destaca.



P.- El marketing habla de thriller, pero su exitosa novela es más que eso, ¿no?

R.- Al menos en EE. UU apenas hay novelas sobre familias multirraciales, y menos de origen asiático. Dicho esto, mi intención no era escribir sobre ningún conflicto social, sino sobre una familia en particular. Así que el territorio inexplorado que haya conquistado es algo fortuito, y estoy feliz por ello.



P.- Háblenos de sus principales influencias literarias

R.- Mientras escribía Todo lo que no te conté, tenía varios libros en mente: El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy; Bel Canto, de Ann Patchett; Amy e Isabelle, de Elizabeth Strout; Ojos azules y Amor, de Toni Morrison. Más allá de eso, crecí leyendo los clásicos de siempre: Shakespeare, Dickens, Jane Austen, las hermanas Brontë...